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Liu replica. Hace hincapié en la disciplina y en las normas del Partido Comunista. Dice que nadie debería estar por encima del Partido.

Desafía a la señora Mao.

Oigo a la gente dar la razón a Liu. Me llegan murmullos de la multitud. Los jóvenes empiezan a discutir entre sí. Los representantes de las distintas facciones suben al escenario y exponen una por una sus opiniones. El tono de los portavoces empieza a cambiar. Frase tras frase, se hacen eco o se limitan a tomar partido por Liu.

¡Mi mitin está teniendo un efecto contraproducente! Me siento en el panel y empieza a apoderarse de mí el pánico. Me vuelvo hacia Kang Sheng, sentado en el otro extremo del banco, y le pido socorro con la mirada. Me mira como diciendo que no pierda la calma y se escabulle. Vuelve al cabo de un rato y me pasa una nota: «Mao viene para aquí».

Antes de que pueda decir a Kang Sheng lo aliviada que me siento, Mao aparece junto al telón. Aplaudiendo, se abre paso a empujones y sale al escenario. Lo reconocen al instante. «¡Larga vida al presidente Mao!» La multitud hierve.

Contengo el aliento y grito con ella.

Mao no dice nada. Tampoco aminora el paso. Sin dejar de aplaudir, recorre de izquierda a derecha el escenario y desaparece como un fantasma.

La multitud recuerda al instante que la señora Mao, Jiang Qing, cuenta con el apoyo de su marido.

El 1 de agosto ella se reúne de nuevo con Mao en su estudio. Éste le dice que ha escrito una carta en respuesta a una organización llamada la Guardia Roja. Voy a incorporar nuevas divisiones a tu ejército, le dice haciéndole sentar. Te estoy dando alas. Los estudiantes son de la escuela intermedia de la Universidad de Qinghua. Son incluso más jóvenes que tus muchachos. Están impacientes por hacer lo que están haciendo éstos.

Me gusta el nombre de la Guardia Roja. Refleja agallas. Guardia, porque debe protegerte, y Roja, el color de la revolución. ¿Les has dado un distintivo?

Sí. Un brazalete rojo con «Guardia Roja» escrito con mi caligrafía.

Ella le pregunta si puede pasar revista con él a los representantes de la Guardia Roja. Me gustaría ofrecerles mi apoyo. Él acepta. Tengo previsto hacerlo el 18 de agosto. Reúnete conmigo en la puerta de la Paz Celestial de la plaza de Tiananmen.

El 18 de agosto de 1966 al amanecer, la plaza de Tiananmen está abarrotada de un millón y medio de trabajadores y obreros. Es un mar de banderas rojas. Todo el bulevar de la Paz Prolongada está bloqueado de jóvenes procedentes de todas partes del país. Todos llevan un brazalete rojo con «Guardia Roja» escrito con la caligrafía amarilla de Mao. La multitud se extiende kilómetros y kilómetros, desde la puerta de Xin-hua hasta el edificio de Seguridad, del puente de Agua Dorada a la puerta Delantera Imperial. Al enterarse de la inspección de Mao, miles de organizaciones estudiantiles han cambiado de nombre y se han convertido de la mañana a la noche en guardias rojos, incluida la facción de Kuai Da-fu, los Grupos de las Montañas de Jinggang. El uniforme verde con el brazalete rojo en el brazo izquierdo es el reglamentario. La multitud canta: «El Sol Dorado sale por el este. ¡Larga vida a nuestro gran líder y salvador, el presidente Mao!».

A las once en punto, en mitad de la melodía «Rojo por el este», se oye una fuerte ovación. El millón y medio de jóvenes reunidos gritan. Saltan las lágrimas. Algunos se muerden la manga para contener el llanto. Mao aparece en lo alto de la puerta de la Paz Celestial. Se acerca despacio al borde de la tarima. Lleva el mismo uniforme militar con brazalete que los jóvenes, y el gorro con una estrella roja encasquetado en su gran cabeza. Camina con Jiang Qing a su derecha y el mariscal Lin Piao a la izquierda, que van vestidos igual que él.

Siento que mi vida está tan llena que podría morir de felicidad. La multitud nos empuja como una marea matinal. Es la primera vez que aparezco en público junto a Mao. El rey y su esposa. Nos rodean ondas sonoras: «¡Larga vida al presidente Mao y un saludo a la camarada Jiang Qing!».

Bajamos y nos acercamos a la multitud. Los guardas de seguridad se ponen en fila formando un pasillo humano a fin de abrirnos paso. No prestamos atención a los camaradas que nos siguen. Los dos caminamos a grandes zancadas a lo largo de la barandilla, bajando la vista hacia el mar de cabezas que se balancean.

«¡Larga vida!»

«¡Diez mil años de vida!»

Descendemos. De pronto, como embargado por la emoción, Mao se detiene y vuelve a subir hacia la puerta. Se dirige rápidamente al extremo derecho y se apoya contra la barandilla. Quitándose el gorro, agita los brazos y grita: «¡Larga vida a mi pueblo!».

Estoy dispuesto a escalar una montaña de cuchillos por el presidente Mao, asegura el joven Kuai Da-fu en una reunión concertada por Jiang Qing para que conozca a Chun-qiao. Éste no tarda en iluminarle.

¿Cuándo llegará el momento? pregunta Kuai Da-fu.

Estáte atento a la llamada de tu corazón, responde la señora Mao. ¿Qué nos enseña el presidente Mao?

Que arranquemos las malas hierbas de raíz.

A eso vamos.

Busca la raíz más grande, dice Chun-qiao. Necesitamos un avance importante, asiente la señora Mao, Jiang Qing.

El 13 de enero de 1967, a medianoche, Mao celebra una cordial reunión con el vicepresidente Liu en el Gran Salón del Pueblo. Al día siguiente la Guardia Roja detiene a Liu y lo tiene preso toda la noche.

No es el fin de Liu, pero sí un fuerte puñetazo en el estómago. En el mundo de Mao uno se ve continuamente expuesto a la confusión y el terror. A lo largo de la Revolución Cultural, Mao hace creer a Jiang Qing que está heredando China. Lo que le oculta es que está haciendo la misma promesa a otros, incluidos aquellos a quienes ella considera sus enemigos, Deng Xiao-ping y el mariscal Ye Jian-ying. Cuando Deng empieza a creer que se ha hecho con el poder de la nación, Mao cambia de parecer y entrega la llave del poder a otro.

La señora Mao conoce tan bien como cualquiera las tácticas de su marido. Pero durante esta estación febril se cree exenta. Se considera la principal promotora de la salvación de Mao. Representa con tanta convicción su papel que se ha perdido en él. Sacrifica más de lo que cree.

Estoy preocupada por Nah. Le pido que me ayude a controlar el ejército. Ha terminado con buenas calificaciones su licenciatura de historia en la Universidad del Pueblo. Pero Nah es una semilla defectuosa que no brotará. Para ayudarla pido al mariscal Lin que me presente personalmente a Wu Fa-xian, el comandante de las fuerzas aéreas. Le pregunto si puede ofrecer a Nah un puesto de redactora sénior en El Diario del Ejército de Liberación. Me concede el favor y Nah empieza a trabajar. Unas semanas más tarde dice que está aburrida. Por mucha saliva que gasto, no piensa volver.

Durante las dos pasadas semanas mi preocupación por Nah me ha quitado el sueño. Intento que Mao me ayude pero está de un humor de perros. Se siente frustrado porque no logra hacer que la gente odie al vicepresidente Liu. Cree que la popularidad de Liu es una conspiración en sí misma. ¡Cortad cabezas!, dijo Mao la última vez que estuvimos juntos. No le importa el futuro de Nah. Me ha pedido que escoja entre ayudarle a él o a Nah.

Hoy estoy tratando de convencer a la hija de otro. Estoy ayudando a Mao. Se llama Tao y es la hija que tuvo el vicepresidente en su anterior matrimonio. Está resentida por el divorcio de su padre y no se lleva bien con su madrastra, Wang Guang-mei. La voy a ver y la invito a comer. Le brindo la oportunidad de ser maoísta. La escucho con paciencia y dirijo sus pensamientos. La presiono hasta que es capaz de expresarse libremente sin temor.

Creo que mi padre es un promotor del capitalismo, empieza la joven.

Sí, Tao, asiente la señora Mao con delicadeza. Se te va a hacer la justicia que mereces. Utiliza un tono más firme y acorta la frase. Suprime el «creo» y di: Mi padre es un promotor del capitalismo. Dilo sin miedo. Piensa en cómo tu madrastra consiguió que tu padre abandonara a tu madre. Piensa en que ocupa el lugar de tu madre en la cama. Recuerda tu triste infancia. Wang Guangmei debe pagar por tu sufrimiento. No llores, Tao. Siento tu dolor. Hija mía, es tu tía Jiang Qing quien te habla. Tío Mao está contigo. Déjame decirte que Mao sacó su propio cartel de grandes caracteres el 5 de agosto. Se titula «Bombardead el cuartel general». Estoy segura de que sabes a quién está bombardeando, ¿no? Es para salvar a tu padre Liu Shao-shi. Para impedir que lo borren de la historia. Debes ayudarlo. Tío Mao y yo sabemos que no estás de acuerdo con tu padre y tu madrastra. Eres una marginada de la familia Liu. Aquí tienes la oportunidad de ser una verdadera revolucionaria. Nadie más va a hablar contigo, Tao. Debes hacerlo tú sola. Deja que entre la luz en tu oscura vida, niña. Vamos, pon por escrito tus pensamientos y léelos en el mitin de mañana.