La oposición está tratando de impedirme que haga realidad el sueño del comunismo. Su tono se vuelve firme y clava la mirada en el techo del vagón. Los intelectuales son las mascotas de Liu. No les interesa servir a las masas. Se esconden en los laboratorios con sus batas blancas y renuncian a su patria en su búsqueda de fama mundial. Por supuesto, Liu cuenta con su lealtad, ha sido su mecenas. Y también me preocupan los viejos camaradas. Me están volviendo la espalda. Han organizado una operación militar, pero para mí que se trata de un golpe de Estado.
Mao no cuenta todo a Jiang Qing. No le dice que está negociando con los viejos camaradas y que han llegado a acuerdos. No le dice que un día estará dispuesto a representar el papel de emperador Li y pronunciar los versos de «La larga separación». Ella se niega a ver su juego. En presencia de él su mente deja de procesar los hechos. No ve que nunca en su vida ha protegido a nadie más que a sí mismo.
A fin de conservar el afecto de Mao hace cosas que le duelen profundamente. Por ejemplo, hace unas semanas Mao discutió con una de sus queridas favoritas y ésta se marchó. Mao llamó a Jiang Qing para que lo ayudara; le pidió que la invitara a volver en nombre de la primera dama. Al recordarlo no sabe cómo lo hizo. Se sorprende de cómo abusa de sí misma.
Eres la persona en quien más confío y de la que realmente dependo. A esta cálida luz ella cede, se entrega. Se traga el dolor y se disfraza para hacer el papel de la señora Yang en «La larga separación».
A cambio del favor Mao le promete producciones. Para allanarle el camino ordena una campaña llamada: «Hagamos que se conozcan en cada casa las óperas revolucionarias».
Ella cree merecer la compensación. De una manera extraña su boda con Mao se ha transformado y entrado en una nueva fase. Los dos han superado sus obstáculos personales para concentrarse en un cuadro más amplio. Para él es la seguridad de su imperio, y para ella, el papel de heroína. En retrospectiva ella no sólo no ha cumplido las restricciones impuestas por el Partido, sino que dirige la psique de la nación. Ha entrevisto la posibilidad de que podría acabar llevando los asuntos de Mao y gobernar China a su muerte.
Ella no está segura de su poder. No cree tener un control absoluto sobre su vida. En el fondo no confía en Mao. Sabe que es capaz de cambiar de parecer. Y su mente está degenerando. Cuando la llama para que le ayude con el problema de su querida, ¿se ha olvidado de que ella es su esposa? Ella detecta inocencia en su voz. Su dolor es como el de un niño al que se le arrebata su juguete favorito. ¿Es lógico asumir que el día de mañana podría volverle la espalda y no conocerla? Con la edad ha aumentado la paranoia de Mao y ella hace equilibrios sobre su mente. Al ser la señora Mao no le faltan enemigos. El precio del éxito es que ya no titubea a la hora de eliminarlos. Ahora llama sin pensárselo a Kang Sheng en mitad de la noche para añadir un nombre a su lista de personas a ejecutar. Está haciendo todo lo posible por coser bocas que de otro modo no se cerrarían, como las de Fairlynn y Dan. Teme que cuando muera Mao, su lucha sea como barrer el océano con una escoba, y que su enemigo la trague viva.
Ella necesita a Chun-qiao y a Yu. Necesita también a personas leales en el ejército. Recuerda cómo Mao eliminó a sus enemigos en Yenan. Ordenó varias ejecuciones injustas que más tarde lamentó. Pero nunca dejó que el sentimiento lo envenenara. La victoria cuesta cara, dice él. Ahora le toca a ella. Repite su frase.
Estoy tratando de hacer películas. Las óperas y los ballets. Tengo ocho en vista y he establecido la producción en Pekín para poder supervisar los detalles al tiempo que dirijo la Revolución Cultural. Sin embargo las cosas no están yendo como esperaba. Las luchas internas entre facciones han empeorado en el Estudio de Cine de Pekín. Los actores se maquillan y se ponen sus disfraces, pero se pasan el día de brazos cruzados sin filmar una sola toma. Conforme pasan los días empieza a extenderse un rumor: «A menos que Mao envíe a su guarnición, no habrá película».
Comunico el rumor a Mao. Es un agradable día de mayo y lo encuentro en el Gran Salón del Pueblo. No puedo comer, me dice. Los dientes me están matando. He estado discutiendo con mis amigos mi testamento.
Lo miro. Tiene la cara y las manos visiblemente hinchadas.
¿Qué pasa?, pregunta él.
Estoy preocupada por tu salud. ¿Por qué no te tomas unas vacaciones?
¿Cómo voy a hacerlo cuando mis enemigos se pasean alrededor de mi cama?
Lo mismo pasa aquí. Estoy frustrada.
¿Qué ocurre?
Estoy teniendo dificultades en hacer despegar las películas. La oposición es fuerte.
No es propio de ti darte por vencida.
Pero no quiero estresarte aún más.
Bueno, bueno, bueno, dice él riendo. Tus enemigos te matarán en cuanto yo exhale el último aliento.
Los ojos se me llenan de lágrimas. La verdad, puede que no sea una mala solución.
Se acerca y me sienta con delicadeza. Cálmate, camarada Jiang Qing, me dice mirándome. Todo irá bien. Sólo dime en qué puedo ayudarte.
La Guarnición 8341 de Mao, encabezada por el comandante Dee, llega de noche al Estudio de Cine de Pekín. Los soldados van armados y se mueven con rapidez y sigilo. No devuelven los saludos. Sacan a los empleados de sus habitaciones y los escoltan hasta la cafetería.
Estoy aquí para llevar a cabo las órdenes de la señora Mao, Jiang Qing, dice el comandante Dee, un hombre de baja estatura pero fornido y con una nariz enorme. Y no toleraré tonterías. Quien desobedezca mis órdenes recibirá un trato militar. A propósito, no concederé favores. Escuchad con atención. Los pelotones uno, tres y cuatro se apostarán detrás de cada cámara. Mis hombres no escucharán otras instrucciones que las del cámara. El pelotón dos supervisará la iluminación y el cinco estará a cargo del maquillaje y accesorios. Yo mismo estaré bajo las órdenes del director de la película e informaré a diario a la señora Mao.
En menos de dos días las cámaras empiezan a rodar. A los pocos meses hemos terminado la mitad de una película. No vuelven a haber conflictos de facciones. Todos trabajan juntos como si llevaran un gran negocio familiar. Al final de la jornada envían al laboratorio las latas de película para que sean procesadas, y al día siguiente la editan toscamente para poder proyectarla.
Entusiasmada, la señora Mao inspecciona el plató. Da una palmadita al comandante Dee y elogia su eficacia. ¡Ojalá pudiera obtener esta eficiencia en todos mis proyectos! Empieza a plantearse el contratar al comandante para más trabajos.
No te confundas, dice Mao con irritación sujetándose la mejilla medio hinchada. No eres quien te crees que eres. ¡La verdad es que nadie cumpliría tus órdenes si no vieran mi sombra! Cuando el comandante en jefe de las fuerzas aéreas Wu Fa-xian responde a tu llamada, tiene la mirada clavada en la silla en la que estoy sentado. Cuando la Guardia Roja grita a pleno pulmón: «¡Un saludo a la camarada Jiang Qing!», es a mí a quien quiere complacer.
Comprendo al presidente, y hago un esfuerzo por parecer humilde y poco respondona. Por favor, no dudes de que he consagrado mi vida a ayudarte a ti y sólo a ti. He puesto mi confianza en mi capacidad de conseguir que se hagan las cosas. Déjame hablarte de mis últimas creaciones. Déjame enseñarte secuencias de las óperas y los ballets.
Las óperas están bien, dice Mao sentándose. Coge una toalla caliente de una jarra humeante y se la lleva a la mejilla hinchada. Estoy satisfecho con tu trabajo. Los espectáculos pintan bien. Pero no te subas a ellos como a una alfombra mágica. Ésta es mi advertencia.
En ese momento no le sigo. Pero no me atrevo a confesar mi confusión. Últimamente hay un montón de cosas con las que nos confundimos mutuamente y no las aclaramos. Es para mantener la paz. Seguramente es mejor la confusión. Digo al mundo que represento a Mao pero no formo parte de su vida. No tengo ni idea de a qué se dedica. No me gusta perseguir a su querida y no me gusta el hecho de que disfrute intimidándome. Me ha estado diciendo cómo disfrutarían sus comandantes (y no me da sus nombres) colgándome en mi propia cama. Sólo seguir su imaginación resulta agotador. Sobre todo cuando hace a la vez el papel de dios y de diablo. Además, detesta que lo descubran.