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Se marchó de Shanghai y entró en el palacio de Mao, y se puso el disfraz de la señora Xiang-fei. Sin embargo no tardó en descubrir que ella no era la única.

Cuando quiso salir, los detectives de Kang Sheng estaban en todas partes. Se trata de un asunto nacional, la advirtió él. Debemos protegerte las veinticuatro horas del día. No tienes motivos para estar aburrida. Estar a la disposición del presidente debería ser la única meta en tu vida.

¡Pero Mao no se ha dejado ver en mucho tiempo! Ha perdido interés en mí y se ha alejado, ¿no lo ves?

Es tu deber esperar, continuó la voz gélida.

Ella esperó durante el largo invierno y el verano. Mao nunca vino. Cuando empezó la Revolución Cultural, Shang-guan Yun-zhu vio la foto de Mao y Jiang Qing juntos en la puerta de la Paz Celestial y supo que estaba sentenciada.

Los pensamientos de Shang-guan se detienen. Sonríe cansinamente frente a un gran espejo. Su residencia ha permanecido silenciosa esta mañana. Es una mansión aislada situada en verdes prados. Un barrio en las afueras de Pekín. Hace dos noches se fueron sus guardias y llegó un nuevo pelotón de hombres.

El día de mañana ya ha empezado a discurrir, murmura. Mañana se terminarán todos mis problemas. Atraparán por fin el pájaro de mi imaginación.

Shang-guan se sienta y empieza a escribir una carta a su marido. Le guarda rencor por haber renunciado a ella. Aunque comprendo que te presionaron y no tenías otra salida, no te perdono. Mi vida es tan odiosa que creo que es mejor ponerle fin. Pero luego se da cuenta de que no está siendo sincera. No se casó con el señor Woo por amor. Fue ella quien se sintió atraída por la idea de convertirse en la señora Mao.

Rompe la carta.

Shang-guan se levanta y sale al jardín para cerrar la verja. Camina a paso rápido y contiene la respiración como para no oler la primavera. Con las prisas arranca las plantas en flor que se encuentra por el camino. Su traje se lleva consigo los pétalos. Vuelve a su dormitorio y cierra la puerta tras de sí. Mira alrededor. Las dos ventanas orientadas al este se hallan situadas simétricamente, como unos ojos gigantes sin globos oculares. Las cortinas de color gris oscuro enrolladas encima parecen dos pobladas cejas. Entre las ventanas hay un armario de madera de secoya que llega hasta el techo. El suelo está cubierto de una alfombra de color fideo. La habitación le hace pensar en la cara de Mao.

Shang-guan se pasea por ella con elegancia. Se conduce como si estuviera delante de una cámara. Recuerda lo relajada que se sentía aun con los movimientos más difíciles de la cámara. Nunca le incomodaron las sofisticadas exigencias técnicas. Era muy intuitiva y siempre salía a escena en el momento justo. Los directores de escena e iluminación la adoraban. Estaba a la altura de las expectativas del público y de la crítica. Los críticos dijeron que era su confianza en sí misma lo que hacía que su glamourosa y contenida actuación conmoviera los corazones.

Siente el peso de sus pestañas postizas. Se ha aplicado una gruesa capa de cremas y polvos. Ensaya la escena en el espejo. Con la barbilla levantada adopta una expresión distante. Siente e| aliento de la muerte en las mejillas mientras se pinta por última vez los labios. A continuación saca una sábana blanca y cubre con ella el espejo. Se detiene delante del armario. Abre las puertas e introduce una mano. Abre un cajón y saca un tazón de cerámica azul añil. El bol está cubierto de papel de cera marrón, y alrededor del borde hay atado un cordel amarillo. Lo desata y levanta la tapa. Dentro hay una caja de somníferos.

Con cuidado aprieta el borde del papel de cera y lo dobla en forma de rombo. Vuelve a apretarlo antes de tirarlo a la papelera de debajo de la mesa. Va a la cocina con el tazón. Coge del armario un vaso y una botella medio llena de Shaoju, y mezcla el licor con los comprimidos. Revuelve y tritura, tomándoselo con calma. Luego vuelve al dormitorio y hace de nuevo la cama. Estira la sábana hasta que desaparecen todas las arrugas. De debajo de la cama saca una maleta negra en la que guarda una colección de vestidos y unos zapatos. Se cambia la blusa por un vestido de color melocotón, regalo de Mao. Luego cambia de opinión. Se quita el vestido y lo sustituye por una prenda de color azul marino que compró a una monja cerca de las montañas de Tai. Se cambia las zapatillas por las sandalias de algodón negro. Guarda el vestido y las zapatillas en la maleta, y vuelve a esconderla debajo de la cama.

A continuación se bebe la pócima de un trago. Sin vacilar. Se lava las manos y se enjuaga la boca. Luego se acuesta en la cama y estira los miembros.

Su mente empieza a vaciarse. La gente que conocía aparece enfocada para a continuación desvanecerse como el humo, entre ellos Mao Zedong y Jiang Qing. Siente que el destino por fin la deja ir. Corre hacia los confines inexplorados de la tierra donde la paz la recibe con los brazos abiertos. Conforme llega el dolor y su respiración se debilita, susurra una frase que le gustaba especialmente cuando hacía el papel de la señora Taimon.

«¿Es posible rescatar una rama de jazmín de una tetera?»

21

Intentar no ser menos que Mao me ha dejado exhausta, aunque las reglas del juego se han simplificado. La lucha por tomar la delantera se ha reducido a tres equipos. El primer ministro Chu, el mariscal Lin Piao y yo nos hemos convertido en los únicos rivales. En abril de 1968 mi estrategia es aliarme con Lin y aislar a Chu.

No es que disfrute con el juego de matar. De haber podido escoger habría decidido quedarme con Yu y pasar el tiempo en estudios de cine y teatros. Pero mis adversarios están al acecho para liquidarme. Huelo a sangre en el aire de Pekín.

Ella trata de desmantelar el sistema del primer ministro Chu. Su principal objetivo es sustituir el Departamento de Seguridad Nacional de Chu dirigido por los viejos camaradas, por el suyo propio. Mao tiene aquí un papel delicado. Alienta y apoya a ambos bandos. Cree que sólo cuando los señores de la guerra se vean enzarzados en continuas luchas internas, el emperador alcanzará la paz y el control.

Con la silenciosa autorización de Mao, ella se alía con Lin Piao y entre los dos paralizan por fin el Departamento de Seguridad Nacional de Chu. Satisfecho, Mao pregunta a Jiang Qing si puede desarticular los veintinueve estados restantes. Ella acepta el reto, emocionada. Aunque el primer ministro Chu intenta desviar su acción de todas las formas posibles, ella se muestra agresiva y enérgica.

Aquí empieza oficialmente la tragedia de su vida. Cegada por la pasión, sigue adelante sin darse cuenta de que ya se han puesto de acuerdo en eliminar su papel. Nunca ha perdido del todo la esperanza de recuperar algún día el amor de Mao. Por ello se niega a ver la realidad, se resiste a creer que Mao acabará sacrificándola.

Cuando el ejército de la señora Mao se vuelve demasiado grande y demasiado fuerte, Mao recurre al primer ministro y a los viejos camaradas. En julio da permiso a Chu para que publique dentro del Partido las cifras de los fallecidos en las luchas entre facciones de la Guardia Roja. «Ha llegado el momento de dar una paliza a los perros salvajes antes de que se conviertan en una amenaza para la nación.» Siguen las medidas de Chu para restaurar el orden.

Me han tenido a oscuras. Y no alcanzo a comprender por qué Mao no está contento conmigo. No hablará conmigo aunque he tratado de ponerme en contacto con él. ¿Está detrás el primer ministro Chu? A veces Mao es tan inseguro que ve una tormenta en una brisa. Y las palabras de Chu han hecho mella en él. La última vez que lo vi me dijo un proverbio: «Cuanto más alto es el árbol, más larga es su sombra». Ahora lamento no haberle hecho caso. Espero que sea sólo su histeria. Una vez su mente siga su curso volverá a su cauce.

Para aislarme, Mao rompe mi relación con el mariscal Lin. Ordena a éste que se lleve consigo el ejército para «despejar el caos dejado por la Guardia Roja de Jiang Qing».