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Regresó Gladys Narracott, un poco agitada.

—Lo siento, señor —dijo—; pero no echo nada de menos. Estoy segura de que no falta nada de las habitaciones del capitán Marshall ni de miss Linda ni de la de los señores Redfern, y casi segura de que de la de miss Darnley no ha desaparecido nada tampoco. Pero no podría decir lo mismo de la de mistress Marshall. Como dije antes, en su tocador hay demasiados chirimbolos.

—No importa —dijo Poirot, encogiéndose de hombros—. Prescindiremos de ese detalle.

—¿Desea algo más el señor?—preguntó Gladys Narracott.

La muchacha paseó la mirada de uno a otro.

—No, muchas gracias —contestó Weston.

—Muchas gracias —dijo Poirot—. ¿Está usted segura de que no hay nada, nada en absolutos que haya olvidado decirnos?

—¿Acerca de la señora Marshall, señor?

—Acerca de cualquier cosa. Algo desacostumbrado, fuera de lo corriente, inexplicable, peculiar, curioso... en fin, algo que le haya hecho decirse a sí misma o a alguna de sus colegas: «¡Es extraño!»

—Pero, ¿a qué clase de cosas se refiere usted? —insistió la camarera.

—Nada importa n lo que me refiera —replicó Poirot—. ¿Es cierto o no que usted dijo hoy a una de sus compañeras: «¡Es extraño!»?

Poirot recalcó con cierta ironía las dos palabras.

—No era nada realmente —dijo Gladys—. Se trataba de que se oía correr el agua de un baño y yo dije a mi compañera Elsie que era extraño que alguien se estuviese bañando cerca de las doce.

—¿De qué baño se trataba? ¿Quién tomó el baño?

—Eso no podríamos decírselo, señor. Nosotras oímos correr el agua y nada más.

—¿Está usted segura de que era un baño? ¿No sería un lavabo?

—¡Oh, completamente segura, señor! No se puede confundir el ruido del agua que produce un baño al vaciarse con el de un lavabo.

Poirot no mostró nuevos deseos de retener a la camarera, y Gladys Narracott recibió permiso para retirarse.

—No creerá usted que ese detalle del baño sea importante, ¿verdad, Poirot? —preguntó Weston—. No había manchas de sangre ni nada por el estilo que lavar. Es una de las ventajas del.

—Sí, una de las ventajas del estrangulamiento —completó Poirot—. Ni manchas de sangre, ni armas, ni nada de que deshacerse o que ocultar. No se necesita más que fuerza física ¡y tener alma de asesino!

Su voz tuvo un tono tan vehemente, tan apasionado, que Weston se amoscó un poco. Hércules Poirot le sonrió disculpándose.

Hubo una pausa.

—Tiene usted razón —dijo—, lo del baño carece probablemente de importancia. Cualquiera pudo tomar un baño. La señora Redfern antes de bajar a jugar al tenis, el capitán Marshall, miss Darnley ¡cualquiera! El detalle no tiene nada de particular.

Un agente de policía llamó a la puerta y asomó la cabeza.

—Es miss Darnley, señor. Dice que desearía ver a ustedes un momento. Se le olvidó decirles algo que considera importante.

—Ahora bajamos —dijo Weston.

3

Al primero que vieron fue a Colgate. Su rostro tenía una expresión sombría.

—Un momento, señor.

Weston y Poirot le siguieron al despacho de mistress Castle.

—He estado comprobando con Heald lo de la máquina de escribir —dijo Colgate—. No cabe duda de que el trabajo no puede hacerse en menos de una hora. Y es bastante más, si hay que detenerse de vez en cuando para pensar. Lea ahora esta carta.

«Mi querido Marshalclass="underline"

»Siento turbar tus vacaciones, pero ha surgido una situación completamente imprevista en el asunto de los contratos de Burley y Tender...»

—Etcétera, etcétera —añadió Colgate—. Está fechada el veinticuatro, es decir, ayer. El sobre lleva el cuño de ayer tarde, el de Londres, y el de Leathercombe Bay esta mañana. Utilizaron la misma máquina para el sobre y para la carta. Y por el contenido resulta claramente imposible que Marshall preparase la contestación de antemano. Las cifras que figuran en ésta son consecuencia del asunto de que trata la carta y... en fin, que todo el asunto es muy complicado.

—¡Hum! —rezongó Weston—. Al parecer habrá que descartar también a Marshall. Tendremos que investigar por otro lado. Ahora voy a ver a miss Darnley. Nos está esperando.

Entró Rosamund. Su sonrisa parecía pedir perdón por anticipado.

—No saben lo que siento molestarles —dijo—. Probablemente no valdrá la pena, pero olvidé decirles algo que, a mi juicio, tiene cierto interés.

—Usted dirá, miss Darnley —dijo Weston, indicando una silla.

—Oh, ni siquiera necesito sentarme —se excusó la joven—. Se trataba sencillamente de esto: yo les dije a ustedes que pasé la mañana en Sunny Ledge. No es del todo exacto. Olvidé decir que regresé una vez al hotel y volví a salir.

—¿A qué hora fue eso, miss Darnley?

—Alrededor de las once y cuarto.

—¿Y dice usted que volvió al hotel?

—Sí, había olvidado mis lentes ahumados. Al principio pensé que podría pasarme sin ellos, pero se me cansaron los ojos y decidí venir a buscarlos.

—¿Y fue usted directamente a su habitación?

—Sí. Es decir, no hice más que asomarme un momento a la habitación de Kenn... del capitán Marshall. Oí teclear en su máquina y pensé que era absurdo que se encerrase a escribir con un día tan hermoso. Me asomé para decirle que saliese.

—¿Y qué contestó el capitán Marshall?

Rosamund sonrió con cierto misterio.

—Cuando abrí la puerta estaba tan entusiasmado escribiendo y parecía tan abstraído en su trabajo, que decidí retirarme silenciosamente. No creo que ni siquiera me viese.

—¿A qué hora fue eso, miss Darnley?

—A las once y veinte aproximadamente. Al salir miré el reloj del vestíbulo.

4

—Esto acaba de poner la tapadera —comentó el inspector Colgate—. La camarera le oyó teclear hasta las once menos cinco. Miss Darnley le vio a los once menos veinte, y la mujer fue muerta a las doce menos cuarto. Él dice que pasó aquella hora escribiendo en su cuarto, y no hay nada que contradiga su afirmación. Esto excluye al capitán Marshall por completo.

Colgate hizo una pausa y miró a Poirot con curiosidad.

Mister Poirot parece muy preocupado por algo —dijo.

—Me estoy preguntando —contestó Poirot— por qué se ha presentado tan repentinamente a hacer esta declaración extraordinaria.

—¿Le parece extraño? —preguntó Colgate, ya intrigado.

—¿Es que no cree usted en lo del olvido? Colgate reflexionó unos momentos.

—Vamos a examinar este incidente desde otro aspecto —dijo al fin—. Supongamos que miss Darnley no estuviese en Sunny Ledge como dijo. En ese caso su declaración es falsa. Supongamos ahora que después de haberla hecho se enteró de que alguien la había visto en alguna otra parte o de que alguien fue a Sunny Ledge y no la encontró allí. Discurrió entonces rápidamente esta historia y vino a contárnosla para justificar su ausencia. Observarían ustedes que tuvo buen cuidado de hacer resaltar que el capitán Marshall no la vio cuando Se asomó a su habitación.

—Sí, ya lo observé —murmuró Poirot.

—¿Quiere usted sugerir que miss Darnley está complicada en esto? —preguntó Weston con acento de incredulidad.

—Eso me parece absurdo. ¿Por qué iba a intervenir?

Colgate tosió para aclararse la garganta.

—Recordará usted lo que dijo la dama americana, mistress Gardener. Esa señora indicó que miss Darnley estaba enamorada del capitán Marshall. ¿No encuentra usted la explicación ahí, señor?