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– ¡Tía Merrie! -Hope se agarró con sus rechonchos bracitos de cuatro años a las piernas de ella y Meredith se agachó para estampar un beso en los bucles dorados de la niña-. Te he echado de menos, tía Merrie -proclamó Hope mirando hacia arriba con aquellos verdes ojos, que eran una réplica exacta de los de Charlotte, brillando de placer.

– Yo también te he echado de menos, encanto. -Meredith sintió que se le encogía el corazón. Hoy se jugaba mucho más que su futuro. En la situación actual, ¿qué iba a ser de Hope y de Charlotte? ¿Y de Albert?

Miró hacia la puerta mientras avanzaba intentando poner cara de despreocupación. En el momento en que se cruzó con la mirada de Albert, se dio cuenta de que había fracasado en su intento de aparentar despreocupación. La mirada de Albert se quedó fría, luego se apagó lentamente, y al final su expresión se convirtió en una entornada mirada de cautela.

Maldición, él la conocía tan bien… y después de once años se suponía que debería habérselo esperado. Y esos ojos sabían demasiado para un muchacho de veinte años. Aunque, por supuesto, Albert había visto y sobrevivido a muchas más cosas que la mayoría de los veinteañeros. Su mirada se posó en Charlotte, quien llevaba el delantal de cocinera todavía anudado alrededor de la esbelta cintura y cuyos ojos reflejaban la misma inquieta cautela que los de Albert. Charlotte la conocía tan bien como Albert, aunque solo formara parte de la «familia» de Meredith desde hacía cinco años, desde poco antes de dar a luz a Hope. Ya que no podía esconderle la verdad a ninguno de los dos, decidió que no iba a prolongar el misterio.

Con la pequeña mano de Hope agarrada a la suya, Meredith avanzó por el camino empedrado. Cuando entró en el pequeño vestíbulo con suelo de madera, se quitó el sombrero y se lo dio a Albert.

– Tenemos que hablar -les dijo a Albert y a Charlotte sin más preámbulos.

Llevando todavía a Hope tomada de la mano, Meredith avanzó por el pasillo hasta llegar al salón. Hope se dirigió enseguida hacia el rincón donde estaban su mesa y su silla de niño, y se puso a dibujar en su cuaderno de pintura. Meredith juntó las manos delante de la cara y se enfrentó a sus dos mejores amigos.

– Me temo que traigo unas noticias bastante preocupantes. -Les describió los acontecimientos ocurridos por la mañana en la iglesia, y concluyó diciendo-: Por mucho que quiera ser optimista, me temo que debo ser práctica. Este desastre, a pesar de que no ha sido culpa mía, va a tener repercusiones nefastas en mi reputación como casamentera. De hecho, solo es cuestión de tiempo, quizá de horas, que empiecen a llegar peticiones de prescindir de mis servicios. Aunque tengo esperanzas en que lord Greybourne encuentre la parte desaparecida de la piedra y acabe con el maleficio, estaría loca si no hiciera planes para el caso de que no tuviera éxito. Aunque se probara que no se trataba más que de un aplazamiento, en lugar de una cancelación de la boda, con todos los cotilleos que ya están de boca en boca, pasarán meses antes de que se repare el daño. Y si fracasa… -Presionó sus dedos contra las sienes intentando que no se le escapara la poca cordura que aún le quedaba-. Por Dios, en ese caso, estaré completamente arruinada. Mi vida quedará destruida… -Y ella sabía muy bien lo difícil que era para una mujer ganarse la vida. «No volveré atrás… Nunca más volveré atrás», pensó.

– Si quiere que le dé mi opinión, ese maleficio me parece un asunto bastante sospechoso -dijo Albert entornando los ojos-. Acaso ese tal Greybourne se lo haya inventado todo para no tener que casarse.

– No lo creo -dijo Meredith meneando lentamente la cabeza.

– Es usted demasiado crédula -replicó Albert.

– No estoy diciendo que crea en el maleficio. No estoy demasiado segura de lo que pienso al respecto. Por increíble que parezca, creo que de alguna manera no puedo descartarlo. Y no me cabe ninguna duda de que lord Greybourne está completamente convencido de la existencia de dicho maleficio.

– Bueno, eso solo prueba que el tipo está tarado -dijo Albert señalándose la sien con el dedo índice-. Creo que debería mantenerse alejada de él, miss Merrie. Yo de usted no me fiaría ni un pelo. Y entretanto, no debe preocuparse en absoluto por el dinero. Encontraré algún trabajo nocturno, probablemente en los muelles. Y si no, podemos irnos a descansar a alguna parte, a algún sitio adonde no lleguen los rumores. Quizá a algún lugar cerca del mar, como siempre hemos querido hacer. Saldremos adelante, como siempre hemos hecho.

– Por supuesto que saldremos adelante -dijo Charlotte-. Yo puedo ponerme a coser.

– Yo no quiero solo que salgamos adelante. -Meredith sacó pecho y se apretó las manos para calmar el miedo que empezaba a abrumarla-. Hemos trabajado muy duro, y demasiado tiempo, y yo no puedo, no quiero, dejar que esta situación destruya mi buen nombre, mi respetabilidad y mi reputación. Tenemos la oportunidad de conseguir una segundad futura para todos. Para Hope. Y la única manera de que nada se estropee es asegurarnos de que lord Greybourne se casa con lady Sarah.

– Bueno, entonces solo tenemos que asegurarnos de que sea así -decretó Albert, como si aquello fuera la cosa más sencilla del mundo-. Mire, podemos ofrecerle nuestra ayuda para buscar ese trozo de piedra desaparecido, y antes de lo que imagina ya habremos solucionado el problema y conseguido que el tipo ese se case.

Una sonrisa cansada se dibujó en los labios de Meredith. Querido Albert. Se daba cuenta de que, de alguna manera, ahora que lo miraba bien, había crecido fuerte como un roble. Estaba muy lejos ya de ser aquel enfermizo y destrozado muchacho que ella había encontrado tirado en la cuneta, abandonado allí para que muriera. Se suponía que era ella la que cuidaba de él, pero ahora parecía ser él quien cuidaba de ella, cargando con todos los problemas sobre sus propias espaldas.

Albert se levantó y avanzó por la alfombra hacia ella, y al instante ya le estaba rodeando los hombros con los brazos.

– Nos hemos enfrentado a cosas peores que esta, miss Merrie, y siempre ha salido todo bien. Mire, si hace falta, soy capaz de disfrazarme de novia y casarme yo con el tipo ese. -Le sacudió por los hombros y le guiño un ojo, y como sabía que estaba tratando de animarla, Meredith se esforzó por reír.

Lanzando una mirada de reojo a Charlotte, Meredith preguntó:

– Estoy segura de que Albert sería una novia maravillosa, ¿no te parece, Charlotte? -Alzó la mano y le pellizcó las mejillas a Albert-. Después de todo, es un chico muy atractivo.

Meredith se dio cuenta de que Albert se ponía tenso ante su comentario, y el rostro de Charlotte se sonrojó. Pero, al cabo de un momento, su querida amiga simplemente se encogió de hombros y dijo:

– Enamorado o no, me parece que en algún momento lord Greybourne se daría cuenta de que algo extraño le pasaba a su novia. ¿Cuanto tiempo crees que podría pasarle desapercibido que la barba de su esposa empezara a crecer?

– Hum. Sí, eso puede ser un problema -dijo Albert pasándose la mano por su mandíbula recién afeitada. Puso cara seria y agarró las manos de Meredith-. No quiero que se preocupe por algo que no se puede cambiar, miss Merrie. Intentaremos encontrar la piedra, y si lo conseguimos, bueno, entonces el tipo ese y lady Sarah se tendrán que casar y todo terminará bien. Y si no podemos encontrar la piedra…

– Estaré arruinada.

– No. Nunca dejaré que eso suceda -dijo Albert con una mirada que se había vuelto desafiante.

– Ni yo tampoco -añadió Charlotte suavemente-. Ni Hope. -Se levantó y abrazó a Meredith-. Albert tiene razón. Todo va a salir bien. Y si no es así, nos iremos de Londres. Iremos a alguna otra parte. Empezaremos de nuevo.

Meredith abrazó a sus amigos y les dirigió una forzada sonrisa, aunque ya casi no se sentía con fuerzas. Por el amor de Dios, ¿cuántas veces más podría ir a otro sitio para empezar de nuevo? Estaba tan cansada de ir de aquí para allá.