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– Sí, es posible que tengas razón -dijo Edward asintiendo lentamente con la cabeza.

Philip se sentía culpable por lo sucedido. Maldita sea, habían herido a Edward por su culpa. ¿Habrían herido también al guardián -o acaso algo peor- por ser un testigo inocente, también por su culpa? La muerte de Mary Binsmore también le pesaba en la conciencia. ¿Quién más resultaría herido? ¿Su padre? ¿Catherine? ¿Andrew? ¿Bakari? ¿Meredith? Por todos los demonios. Si alguien pretendía hacerle sufrir, ¿qué mejor manera de hacerlo que atacando a las personas que más le importaban? «El sufrimiento empieza ahora.»

Se acercó hasta el escritorio para comparar la letra de la nota que él había recibido con la que tenía entre las manos.

– Las dos han sido escritas por la misma persona.

– Me dio la impresión de que el tipo estaba buscando algo en concreto.

– ¿Qué es lo que te hace pensar eso?

– Es difícil decirlo. -Edward cerró los ojos-. Todo sucedió muy deprisa. Pero mientras peleábamos, él no dejaba de murmurar. Cosas como «Es mía» y «Cuando la encuentre estarás acabado». -Abrió los ojos-. Lo siento, no soy capaz de recordar nada más. A juzgar por el chichón que tengo en la cabeza, debió de golpearme muy fuerte.

– Lo siento mucho, Edward. Pero gracias a Dios que tus heridas no son graves.

– Sí, podía haber sido mucho peor. Por mucho que no quisiera ser el portador de malas noticias, Philip, creo que tenemos que plantearnos dos cuestiones: ¿Qué sucede sí la cosa de la que hablaba era la «Piedra de lágrimas»? ¿Y qué sucederá si la encuentra?

Con las inquietantes preguntas que Edward le había planteado dando vueltas todavía por su cabeza, Philip dio instrucciones a Bakari para que le buscara un medio de transporte a Edward.

– Antes de regresar a casa, iré al juzgado para denunciar todo lo que ha pasado esta noche -prometió Edward.

– Sigo pensando que debería acompañarte -insistió Philip.

– No. No ganaremos nada con que dejes solos a tus invitados. Ya me encargaré yo de eso y te contaré cómo ha ido mañana por la mañana.

– De acuerdo -aceptó Philip con reticencia-. Estaré en el almacén justo después del desayuno. -Colocó una mano sobre el hombro de Edward-. Averiguaremos quién te ha hecho esto.

Edward asintió con la cabeza y se marchó. En el momento en que la puerta se cerraba detrás de él, Philip se volvió hacia Bakari.

– ¿Eran muy graves las heridas?

– Lo más preocupante es el fuerte golpe de la cabeza y los cristales que se le metieron en la mano. Muy doloroso, pero curará.

Philip se tranquilizó un poco, pero no por eso dejó de estar preocupado.

– Puede que nos enfrentemos con… problemas. Quiero tomar precauciones especiales.

Bakari asintió simplemente con un gesto de la cabeza. Había oído muchas veces esa petición de boca de Philip durante las múltiples aventuras que habían vivido juntos. Bakari sabía arreglárselas bien con los problemas y Philip tenía toda su confianza puesta en la habilidad de aquel hombre para evitarlos.

Bakari farfulló algo mirando con intención hacia la puerta del salón y Philip asintió con la cabeza. Era hora de volver con los invitados. Respiró profundamente para tranquilizarse y regresó a la sala. Apenas había puesto un píe en ella cuando Meredith se plantó frente a él.

– ¡Por fin le encuentro! ¿Dónde se había metido?

– Está a punto de comenzar el vals… -Ella frunció el entrecejo-, ¿Ha sucedido algo?

La mirada de él se detuvo en sus ojos preocupados y empezó a temblar por dentro. Nadie le haría daño a ella. Ni a ningún otro. Él se encargaría personalmente de que así fuera.

– Solo un pequeño asunto que requería mi inmediata atención.

Ella se quedó estudiando su expresión, y él intentó dejar sus preocupaciones a un lado -por el momento- y poner una expresión neutra. Sin embargo, todavía dejaba entrever parte de su trastorno, porque ella le preguntó:

– ¿No se tratará del señor Stanton, espero? Lady Bickley me ha dicho que estaba indispuesto…

– No. Andrew está cómodamente instalado en su dormitorio con uno de los remedios curativos de Bakari que le habrá sanado para mañana, se lo aseguro. -Echó una ojeada por la habitación, sintiendo las miradas interrogativas que se posaban en él-. ¿Se me ha echado de menos?

– Sí, todos estaban preguntando por usted.

Philip volvió la cabeza y se quedó mirándola fijamente.

– Me refería a usted.

Los colores se le subieron a las mejillas, hechizándolo y haciendo que sus dedos desearan acariciar aquel seductor rubor.

– Bueno, por supuesto. No sabía dónde se había metido. Lady Bickley y yo estábamos a punto de organizar una partida de búsqueda. Hay aquí una habitación llena de mujeres que esperan que las invite a bailar un vals.

– Excelente. ¿Me concede el honor de este baile?

– Por supuesto que no. Yo no estoy aquí para bailar. Yo he venido para…

– Para asegurarse de que todas esas jóvenes damas crean que soy una especie de fascinante explorador y para lanzar indirectas al respecto de que los rumores sobre mi incapacidad de… cumplir son completamente falsos.

– Lo dice como si eso fuera algo malo -dijo ella levantando una ceja.

– Por supuesto que no. ¿A qué hombre no le gusta que una belleza insípida se quede fascinada por él?

– Exactamente.

– Y a ningún hombre le gusta que se piense de él que es incapaz de… cumplir.

– Precisamente.

– Entre esas dos premisas y el hecho de que conservo todos los dientes y todo el pelo, sin mencionar la ausencia de barriga, estoy seguro de que ya habré causado estragos entre las buenas damas que están hoy en el salón.

– Sin duda.

– Aun así, insisto en que baile conmigo. -Antes de que ella pudiera negarse, se acercó un poco más y le dijo en tono de confidencia-. Me prestará usted un gran servicio. Me temo que no sé bailar muy bien el vals. Si pudiera pulir con usted mis deficiencias, en lugar de pisotear los zapatos de alguna de mis potenciales futuras novias, y de ese modo ofenderlas… -Él levanto las cejas con una expresión elocuente.

– Puede que tenga usted razón -añadió ella apretando los labios.

– Por supuesto que la tengo. Venga. La música está a punto de empezar. -Agarrándola con la mano por un codo, la condujo hasta la pista de baile.

– Es un baile muy sencillo -susurró ella-. Lo único que tiene que hacer es contar. Un-dos-tres. Un-dos-tres. E ir cambiado de pie.

El cuarteto empezó a tocar. Philip alzó una de las manos a la altura exactamente adecuada, colocó la otra en la exacta posición en la espalda de ella, y empezó a deslizarse por el suelo. Ella lo miró con sus hermosos ojos de color azul profundo y un delicado sonrojo tiñó sus mejillas. El dulce y delicioso perfume de ella enajenaba a Philip, que aspiró profundamente para disfrutar de su esquiva fragancia.

Pastel. Esta noche olía como un pastel de moras. Su postre favorito. Su vestido de color turquesa acentuaba el color de sus extraordinarios ojos, y aunque se trataba de una indumentaria innegablemente modesta, no por ello dejaba de ofrecer una provocadora vista de su escote. Su mirada se detuvo en sus gruesos y húmedos labios y tuvo que tragarse un gemido.

Maldita sea, tanto intentar mantener las cosas en una perspectiva adecuada, y de repente su carácter de hierro se había evaporado. Bailar con ella era algo que entraba definitivamente en la categoría de «una idea muy mala». Sí, había deseado tenerla entre los brazos, pero no había considerado la dulce tortura que eso significaba. Necesitaba de toda su concentración para mantenerla a la distancia adecuada, en lugar de hundir su cara contra la piel de su frente. Y degustar sus labios. Sus labios… Dios. Apretó los dientes y se puso a contar furiosamente para sus adentros un-dos-tres, un-dos-tres.