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Después de la tercera vuelta, los ojos de ella se entrecerraron de manera sospechosa.

– Me parece que me ha contado un cuento chino, señor. Baila usted el vals de maravilla.

Él perdió la cuenta, tropezó, y acabó pisando uno de sus zapatos. Ella dio un respingo.

– Lo lamento muchísimo, querida. ¿Que estábamos diciendo?

– Lord Greybourne -dijo ella mirándole con fiereza-, este truco infantil más bien parece un juego propio de muchachos, un tema en el que estoy muy versada. Si pretende tomarme el pelo con tales numeritos, creo que acabará muy decepcionado.

– Yo nunca la habría pisado a propósito, Meredith. -Sus ojos se abrieron como platos al oír que la llamaba por su nombre de pila-. Sin embargo, debo reconocer que hace un tiempo me puse a estudiar los rudimentos del vals.

– ¿Hace cuánto tiempo?

– Esta tarde. Llamé a Catherine y la obligué a que me enseñara, para poder hacer un buen papel esta noche.

– Ella no me había dicho nada.

– Le pedí que no lo hiciera. Quería sorprenderla.

– Ya… veo. Bueno, he de reconocer que su hermana ha hecho un trabajo maravilloso. De modo que, en realidad, ya no necesita perder más tiempo bailando conmigo. Lady Penelope está al lado de la mesa del ponche, le sugiero que baile primero con ella.

Ella empezó a llevarlo hacia la mesa del ponche con una clara intención en mente, y él, de una manera igualmente intencionada, la arrastró hacia la dirección contraria.

– Me parece que estaba llevando el baile, Meredith. Pero esa es una prerrogativa del caballero, si no estoy equivocado.

– Intento que nos acerquemos a la mesa del ponche -dijo ella en un susurro silbante.

– No tengo sed.

– La gente empezará a murmurar si no deja usted de bailar conmigo.

– Las lenguas ya están hablando de mí, así que no veo qué importancia puede tener. Además, que se siga especulando aún más solo puede ir en beneficio de mi cada vez mayor halo de misterio.

– ¡Es usted imposible! Una par de vueltas rápidas de baile es una cosa, y se lo agradezco, pues me parece que todavía confía usted en mis cualidades para enseñarle y en mis habilidades como casamentera. Sin embargo, la realidad de la situación es que es usted un vizconde y yo solo soy una ayudante pagada, y el tiempo que llevamos bailando está empezando a ser más de lo que se consideraría correcto.

Philip empezó a sentirse irritado.

– Es usted mi invitada.

– Si insiste en verlo de esa manera, perfecto. En tal caso deberé recordarle que tiene usted otras dos docenas más de invitadas a las cuales debería prestar también atención. -Ella bajó la vista durante unos segundos y luego la volvió a alzar mirándole con una expresión que le encogió el corazón-: Por favor.

Esa simple súplica en voz baja, combinada con la reconocible mirada implorante, le dijo que detrás de aquella petición se escondía algo más que sus obligaciones hacia los demás invitados. ¿Estaba empezando a sentir ella que estar cerca de él era tan molesto y desconcertante como lo era para él la cercanía de ella? ¿Sentía ella el mismo desasosiego y el mismo anhelo que él?

Maldición, realmente deseaba que así fuera. Odiaba tener que sufrir solo.

Pero tampoco podía ignorar su súplica. Tenía que cumplir con sus obligaciones durante la velada. Pero la velada acabaría en algún momento…

Con expresión resignada la condujo hacia la mesa del ponche.

– Lord Greybourne, debe decirnos qué es lo que piensa de… -la voz de lady Emily se convirtió en un susurro-…ya sabe qué.

– ¿Perdone? -Philip la miraba perplejo, como si realmente no la hubiera entendido.

– Oh, sí, cuéntenos -le urgió lady Henrietta, con una risita tonta-. Todo el mundo tiene miedo de hablar de «ya sabe qué», pero nosotras nos hemos dado cuenta de que usted no abriga tales miedos.

Philip se quedó mirando sus rostros expectantes y meneó la cabeza pensando para sus adentros cómo era posible que aquellas dos aparentemente inocentes criaturas le estuvieran incitando para que hablara con ellas de sexo.

– Lo lamento, pero no está bien que yo hable de esos temas -dijo tragándose una risa al oír lo remilgada que sonaba su frase. ¿Estaría Meredith orgullosa de él?

– Le prometemos no decir nada a nadie -insistió lady Emily.

– Ni una sola palabra. Jamás -la secundó lady Henrietta.

De repente comprendió y dijo:

– ¿Quieren que les dé mi opinión como anticuario?

Las dos jóvenes intercambiaron una mirada desconcertada y respondieron al unísono:

– Sí.

Bueno, probablemente no era estrictamente formal, pero al menos aquellas dos jóvenes mostraban cierto interés por las culturas antiguas. Se aclaró la garganta y empezó a hablar:

– El falo masculino suele representarse en los pictogramas como un símbolo de virilidad.

Los ojos de lady Henrietta se abrieron como platos y lady Emily se quedó con la boca abierta.

Profundizando más en el tema, Philip continuó:

– El pene erecto, en concreto, fue utilizado muy a menudo en los dibujos antiguos. En Egipto he descubierto algunos ejemplares especialmente bien representados…

– ¿Va todo bien? -preguntó Meredith uniéndose al grupo.

Antes de que él pudiera contestar, lady Emily dijo con un extraño tono de voz:

– Creo que necesito sentarme un momento.

– También yo -susurró lady Henrietta-. Por favor, discúlpennos. -Agarradas por el brazo, las dos jóvenes se batieron en franca retirada.

– Por el amor de Dios, ¿qué les ha contado? -susurró Meredith.

– Qué me aspen sí lo entiendo. Me estaban preguntando mi opinión acerca de los antiguos hábitos sexuales…

– ¡Qué!

– Créame que a mí me sorprendió tanto como a usted, pero ellas insistieron. Me pedían mi opinión en tanto que anticuario.

– ¿Realmente le pidieron su opinión sobre… -Echó una mirada furtiva a su alrededor, y luego bajó más la voz-…sobre qué? ¿Qué es lo que dijeron exactamente?

– Me preguntaron qué pensaba sobre «ya sabe qué». Yo acababa de empezar mi explicación, que era de lo más estrictamente científica, se lo aseguro, cuando usted llegó.

Ella abrió los ojos como platos y todos los colores se le subieron a la cara.

– Por el amor de Dios. Seguramente se estaban refiriendo a la próxima fiesta sorpresa de cumpleaños de lord Pickerill.

Él pronunció la única palabra que le pasó por la cabeza:

– ¿Eh?

– La fiesta de lord Pickerill. Lady Pickerill la ha estado preparando durante meses y está en boca de todos (excepto de usted). Con la intención de mantener sus planes en secreto para que lord Pickerill no lo sepa, la gente se refiere a la fiesta como «ya sabe qué».

– Bueno, pero eso no es lo que significa «ya sabe qué» -replicó él irritado-. «Ya sabe qué» se usa para referirse a temas sexuales. Al menos, eso significaba cuando yo salí de Inglaterra hace diez años. Por el amor de Dios, ¿quién es el que se dedica a cambiar esas malditas reglas?

– La pregunta más pertinente es ¿cómo se le pudo ocurrir a usted hablar de ese tipo de temas en presencia de dos jóvenes bien educadas? -preguntó ella echando fuego por los ojos.

– Usted me dijo que me mezclara con ellas. Y así lo hice. Y todavía no está contenta. ¿No le han dicho nunca que es usted una persona muy difícil de complacer?

– Yo prefiero llamarlo simplemente supuesta conducta decorosa…

– Estoy seguro de que así es. -…la cual, desgraciadamente, parece estar muy lejos de usted la mayor parte del tiempo,

– Bueno, puesto que parece que he dado un paso tan indecoroso, solo podemos alegrarnos de que usted llegara en el preciso momento en que lo hizo. De no haber sido así, estoy seguro de que habría acabado enseñándoles los dibujos que tengo de los jeroglíficos de los que estaba hablando.