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– Sí, debemos estar agradecidos -añadió ella soltando un suspiro-. De acuerdo, tranquilícese…

– Yo estoy completamente tranquilo. Sin embargo usted seguramente necesitaría un poco de láudano.

Ella le lanzó una mirada con la intención de dejarlo fulminado en el sitio.

– Espero que haya alguna manera de arreglar esto. Porque, de lo contrario, ya estoy viendo los titulares del Times de mañana: «El vizconde maldito e impotente es pillado mostrando dibujos indecentes a jovencitas de la alta sociedad».

– Esos dibujos son copias de antiguos jeroglíficos-dijo él mirándola directamente a los ojos-. Y ni son indecentes ni he llegado a enseñárselos a las jóvenes. Y lo diré por una última maldita vez: no soy impotente.

Aunque entendía claramente que él estuviera enfadado, Meredith no dio un paso atrás. En lugar de eso, alzó la barbilla y añadió:

– Perfecto. Pero ahora debemos concentrarnos en arreglar esta situación antes de que lady Emily y lady Henriette empiecen a hablar por ahí y arruinen nuestros planes. Nuestro mejor recurso es que apaguemos los rumores antes de que empiecen a correr de boca en boca. Y la mejor manera de hacerlo es con halagos. Montones de halagos. Vaya usted por toda la sala comentando lo inteligentes que son esas dos jóvenes y lo interesante que es conversar con ellas. Aplauda sus temperamentos curiosos. -Ella levantó las cejas-. ¿Imagino que será capaz de hacerlo?

– Supongo que sí, a pesar de que me temo que se me hará bastante difícil encontrar cosas halagadoras que decir de esas dos bobalicón…

– Lord Greybourne, debo recordarle que el propósito de esta velada es encontrarle una novia adecuada, no asustar a cualquiera de las candidatas que encuentre en esta sala. Y ahora vaya a reparar el daño que ha hecho. Y, por favor, intente contenerse.

Antes de que él pudiera replicar, ella ya se había marchado, regia y altiva, dejándole allí con los dientes apretados. La observó mientras se alejaba, su vestido enmarcó sus femeninas curvas. Maldita irritante, dictatorial, mandona y exasperante mujer. Una ligera sonrisa se esbozó en sus labios. No podía esperar a que acabara la maldita velada para decirle exactamente lo que pensaba de ella.

Cuando el último de los invitados se hubo marchado, y la casa volvió a estar de nuevo en orden gracias al ejército de sirvientes que Catherine había enrolado trayéndolos de la suya, Philip dejó escapar un suspiro de alivio. Acompañó a Catherine hasta el camino adoquinado donde la esperaba su carruaje, seguido por Bakari.

– La velada ha sido un éxito -dijo Catherine-. Los comentarios y la curiosidad que levantas van en aumento.

– Y supongo que eso es preferible a los rumores y los cotilleos.

– No tengas la menor duda -dijo ella riendo-. Hum… Miss Chilton-Grizedale me ha puesto al corriente de… -Se tapó la mano con la boca para sofocar la risa-… la escena de «ya sabes qué» con lady Emily y lady Henrietta.

– Ah, vaya. No temas. Los insinceros halagos que he ido repartiendo entre las invitadas evitarán cualquier desastre.

– A juzgar por los rumores que he oído, algunas de las jóvenes damas están «moderadamente interesadas» por ti -dijo ella con una mirada divertida.

– No sabes cuánto me halaga saberlo.

Su tono seco de voz provocó en ella una sonrisa.

– Considerando lo difícil que estaban las cosas hace solo unos días, hemos progresado. ¿Te ha interesado alguna de las jóvenes?

– Me puedes definir como «moderadamente interesado por una de ellas».

– ¿De veras? -dijo en un tono de voz que mostraba cuan interesada estaba-. ¿Por cuál?

Él le pellizcó suavemente la barbilla, repitiendo un gesto infantil que nunca había olvidado, y dijo:

– Si te lo digo ahora, diablillo, no vamos a tener nada de qué hablar cuando vaya a visitarte mañana.

Ella le sacó la lengua, otro gesto infantil que tampoco había olvidado.

– ¡Eso es una mala jugada, Philip! No voy a poder esperar a mañana para saberlo.

– Ya, bueno, pero ya sabes lo malo que he sido siempre.

– En realidad, yo era la más mala de los dos. Pero me alegro de que te hayas fijado en alguien. Papá estará muy contento. Había estado mucho más animado estas últimas semanas, esperando tu regreso a casa y tu boda.

– Me alegro.

– ¿No habéis solucionado vuestras diferencias?

– Todavía no.

– No esperes demasiado, Philip. A pesar de que ahora esté pasando por una «buena» temporada, está un poco más enfermo cada día que pasa. No me gustaría que te quedaras con remordimientos o con cosas que no habías dicho cuando él nos abandone.

La tristeza, el sentimiento de culpabilidad y los remordimientos se mezclaron en su cabeza, mirándole con mala cara, pero él los apartó a un lado.

– No te preocupes, diablillo, haré las cosas bien. -Luego colocó sus manos sobre los hombros de ella y dijo-: Tengo algo que decirte. Alguien entró esta noche en el almacén y registró algunas de mis cajas.

– ¿Robaron algo? -dijo ella con la preocupación reflejándose en sus ojos.

– No lo sé todavía. No quiero preocuparte, pero es posible que se trate de algo más que un simple robo. Puede ser algo personalmente dirigido a mí. Prométeme que tendrás especial cuidado y no irás sola a ninguna parte. Bakari te acompañará a casa.

– De acuerdo -dijo ella abriendo los ojos de par en par y asintiendo con la cabeza-. Te lo prometo. Pero ¿y tú?

– Yo también tendré cuidado. -Cuando Catherine alzó las cejas de una manera expectante, él añadió-: Te lo prometo.

La ayudó a subir al carruaje, ofreciéndole el brazo y recordándole que al día siguiente pasaría a visitarla. Luego dio media vuelta para encontrarse cara a cara con el único invitado que quedaba. En el momento en que cerraba la puerta a sus espaldas, Meredith entró en el vestíbulo y sus miradas se cruzaron. Su corazón empezó a brincar como loco y Philip tuvo que apretar las mandíbulas para no echarse a reír de sí mismo, al darse cuenta de la reacción que la simple visión de aquella mujer provocaba en él.

– La acompañaré a casa en cuanto Bakari regrese con el carruaje -dijo él cruzando el pasillo de mármol pulido-. ¿Puedo ofrecerle una copa mientras esperamos? ¿Quizá un jerez?

– Gracias. Este rato juntos nos ofrecerá también la oportunidad de cambiar impresiones acerca de la velada.

– Ah, sí. Cambiar impresiones. Eso es exactamente lo que estaba deseando hacer.

– Entonces, ¿ha llegado a alguna conclusión al respecto de las jóvenes?

– La verdad es que sí. Venga. Acompáñeme a mi estudio.

Philip la condujo por el pasillo hasta el estudio y cerró la puerta detrás de él. Se apoyó contra el artesonado de roble y la observó mientras ella cruzaba la habitación, con los ojos fijos en las generosas curvas de sus caderas que se balanceaban al andar. Su mirada se elevó y se detuvo en la suave piel de su nuca, donde su limpio cabello estaba recogido en un moño griego. Unas cintas de color turquesa, el mismo color del vestido, recogían sus bucles. Que Dios se apiadara de él, era tan hermosa vista por detrás como vista por delante. ¿Cómo se había definido a sí mismo? ¿«Moderadamente interesado»? Ni mucho menos. Lo que sentía por aquella mujer no se parecía ni de lejos a la moderación.

Esperó a que ella se sentara en el sofá, pero en lugar de eso ella desapareció de su vista de repente. Preocupado pensando que podía haberse caído, cruzó la habitación; la descubrió agachada de rodillas en el suelo, acariciando el lomo peludo de Prince, para satisfacción del cachorro, que se retorcía.

– ¿Aquí es donde te has escondido toda la tarde, pequeño diablo? -canturreó ella dirigiéndose al animal-. Me estaba preguntando dónde te habrías metido.

Prince se incorporó y le lamió las mejillas con entusiasmo, emitiendo un sordo y gracioso sonido que solo podría definirse como una risita. Prince volvió luego a tumbarse en el suelo de espaldas, con la patas hacia arriba, esperando desvergonzadamente que ella le acariciara la barriga, cosa que hizo.