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Sin aliento, con el corazón latiéndole con fuerza, ella le escuchaba como si estuviera en trance, mientras los dedos de él continuaban explorando su cara.

– Su nariz tiene una forma recta y sus mandíbulas son recias. Pero ella me atrae como ninguna belleza clásica lo hizo jamás. Su sonrisa es encantadora y le ilumina todo el rostro. Tiene un diminuto hoyuelo, justo aquí -Philip deslizó la punta de un dedo hacia el límite de su boca- que aparece cuando se ríe. Su cutis es como terciopelo de color rosa tiznado de un tenue brillo rosado que refulge y empalidece de las maneras más fascinantes dependiendo de su estado de ánimo. Y sus ojos… sus ojos son extraordinarios. Del vivido color de las aguas del Egeo, igual de profundos, igual de insondables. Son expresivos, aunque esconden muchos secretos, que no hacen sino intrigarme cada día más. Sus facciones son, de hecho, idénticas a las tuyas.

Él se acercó más y la envolvió entre sus brazos. Rodearle la cintura con los brazos parecía la cosa más natural del mundo. La atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos se tocaron desde el pecho hasta las rodillas. La apretó contra su cuerpo inundándola con un calor que a ella le subía por los muslos. Sus pezones se endurecieron y se dio cuenta de que sus mejillas se sonrojaban; sabía que sus ojos y la expresión de su cara dejaban ver todo lo que sentía. Inmóvil, no podía apartar la mirada de él, en cuyos ojos se reflejaba, aumentado por el cristal de sus gafas, todo el anhelo y deseo que le embargaba. Un músculo que palpitaba en su mejilla denunciaba la manera en que él estaba luchando para no perder el control. Una lucha idéntica a la que estaba enfrentada ella, una batalla que, mucho se temía, estaba a punto de perder.

Él agachó la cabeza y besó el costado de su cuello. Ella cerró los ojos, dejó escapar un lento y profundo suspiro, y luego ladeó la cabeza para ofrecerle un mejor acceso.

– Su olor -susurró él con su aliento acariciando el cuello de ella-, me vuelve loco. Huele como un pastel recién sacado del horno… Caliente y delicioso, tentador y seductor. ¿Cómo puede oler tan bien esa mujer? Cada vez que estoy a su lado tengo ganas de tomar una pizca. -Sus dientes rozaron suavemente la piel de ella, provocándole un escalofrío de placer-. En definitiva, su olor es idéntico al tuyo.

Y sus formas -continuó después de tomar aliento- dejan en nada a las llamadas bellezas clásicas. -Sus manos se deslizaron lentamente por la espalda de ella, recorriéndola desde los hombros hasta las nalgas, y presionándola contra él mientras continuaba besándola en el cuello y sus palabras rozaban su piel-: Encaja conmigo como si su preciosa forma hubiera sido hecha solo para mí. He bailado con dos docenas de mujeres esta noche, pero yo sentía que ella era la única que encajaba perfectamente entre mis brazos. La sentía, en suma, igual que te siento ahora a ti.

Él alzó la cabeza y ella inmediatamente notó la ausencia de sus labios sobre la piel del cuello.

– Meredith, mírame.

Con esfuerzo, ella consiguió separar los párpados. Él la miraba como si quisiera devorarla. Como si ella fuera la más hermosa y deseable criatura que él hubiera visto jamás. Eso debería haberla alarmado, debería haberla hecho recobrar el sentido común. Sin embargo, la dejó embelesada. La excitó. Y la colocó en una suerte de abandono que siempre, que ella recordara, había procurado evitar.

Mientras seguía rodeándola con un brazo, metió los dedos de la otra mano entre su cabello:

– Esos diamantes preciosos de la alta sociedad que has puesto a mi disposición esta noche son pálidos trozos de metal comparados contigo. Nunca, en toda mi vida, me he sentido tan dolorosamente atraído por una mujer como lo estoy ahora por ti. No puedo dejar de pensar en ti. Y sabe Dios que lo he intentado. Después de que nos besáramos ayer, después de degustar tu sabor, pensé que podría ser suficiente, que luego podría olvidarte. Pero no puedo. Ese beso me ha hecho desearte aún más.

Philip bajó la cabeza hasta que sus labios tocaron los de ella.

– ¿Soy solo yo el que se siente así, Meredith? ¿O nuestro beso también te hizo a ti querer más?

Su cálido aliento con olor a brandy la embriagaba como si realmente hubiera tomado demasiado licor. Su corazón y su mente se enfrentaron en una breve lucha, pero ella ya no se podía defender. Poniéndose de puntillas, pronunció una única palabra contra los labios de éclass="underline"

– Más.

Todo el deseo y la ansiedad reprimida contra la que Philip había estado luchando explotó como un volcán. Atrapó sus labios en un salvaje y desesperado beso, desbordante de puro fuego. Su lengua acarició el sedoso cielo de su boca, mientras sus brazos se apretaban alrededor de ella. Su voz interior trataba sin éxito de hacerle entrar en razón, advirtiéndole de que estaba demostrando una enorme falta de delicadeza. Pero cualquier posibilidad que hubiera tenido su razón de reconvencerlo se desvaneció por completo ante la acalorada respuesta de ella.

Perdido en una niebla caliente, las manos de Philip descendieron por su espalda hasta agarrar sus redondas nalgas, y después volvieron a ascender veloces hasta enredarse en la fragante seda de su cabello. Entonces una de las manos se movió un poco más abajo, recorriendo las delicadas vértebras de su cuello, absorbiendo el frenético latido de las venas en la base de la garganta. Luego siguió descendiendo hasta atrapar con ella uno de sus pechos. Aquella caricia desató en ella un minúsculo gemido de femenina excitación que tensó todos los músculos de su cuerpo. Manteniendo su pezón presionado contra la palma de la mano, trazó con los dedos un círculo alrededor de la excitada protuberancia que emergía de la muselina de su vestido.

Ella se frotó contra él, y la erección de Philip se sacudió en respuesta, haciendo que un gruñido animal se escapara de su garganta. Maldijo la ropa que le separaba de aquella suave piel. Estaba desesperado por tocarla. Desesperado por sentir sus manos sobre su cuerpo. Tan desesperado que la pequeña parte de su cerebro que todavía funcionaba reconoció que si no se detenía ahora, ya no sería capaz de hacerlo.

Separándose de su boca, descansó su frente contra la de ella. Abriendo y cerrando los ojos con fuerza, y respirando profundamente, intentó calmar su desbocado corazón, pero era algo casi imposible de conseguir mientras el suave cuerpo de ella todavía estuviera apretado contra él. Mientras su pecho estuviera aún aplastado contra la palma de su mano. Mientras ella estuviera todavía colgada a él de una manera que indicaba que sus rodillas apenas la mantenían en pie -no mucho más que las de él.

Tras varios segundos, Philip abrió los ojos y no vio nada más que niebla. Malditas gafas. Un invento fabuloso para la mayoría de las ocasiones, pero besar no era una de ellas. Aunque no quería apartar la mano de su pecho, la deslizó hacia arriba para quitarse las empañadas gafas, pero notó que la pequeña y dulce mano de ella estaba a un palmo de su cara.

– ¿Puedo? -preguntó ella en voz baja.

No estaba seguro de para qué le estaba pidiendo permiso, pero no estaba en condiciones de negarle nada.

– Por supuesto.

Ella le quitó suavemente las gafas y luego las dejó con cuidado sobre la repisa de la chimenea. El parpadeó, sintiéndose como un buho. Demonios, seguramente eso era lo que parecía. Como no cabía ni una hoja de papel entre ellos, podía verle la cara perfectamente. Sabía que si ella daba un paso atrás su imagen se difuminaría entre la niebla.

Tras estudiar su cara con interminable curiosidad, con los restos de la excitación todavía reflejándose en sus facciones, ella dijo con voz suave:

– Me preguntaba cómo serías sin las gafas.

Ella movió la cabeza de un lado a otro, como sí estuviera observando una pieza de museo.

Cuando el silencio creció entre los dos, él preguntó:

– ¿Y bien?