Выбрать главу

Le acababa de decir que no quería regodearse en lamentaciones, pero sabía que aquella noche, una vez que estuviera metida entre las sábanas, se permitiría una noche de regodeo, de llorar por su pasado, un pasado que la alejaba para siempre de conseguir a un hombre como Philip.

No quería quedarse a solas con ella, así que Philip decidió que Bakari la acompañara a su casa. Antes de que se marchara, le explicó lo que había sucedido en el almacén y le pidió que tuviera mucho cuidado. Tras ver cómo desaparecía el carruaje por la calle oscura, se sentó en el sofá, al lado del aún durmiente Prince. Colocando los codos sobre las rodillas, se rodeó la cabeza con las manos.

Maldita sea, menuda noche.

Dejando a un lado por el momento sus conflictivos pensamiento en torno a Meredith, dirigió su atención al asunto que le había apartado de la fiesta durante la noche -las intranquilizadoras revelaciones de Edward. ¿Quién le habría atacado? ¿Habría robado algo? Y de ser así, ¿qué? ¿Y por qué? Se le hizo un nudo en el estómago. Seguramente no podía ser el único objeto que él estaba buscando. «El sufrimiento empieza ahora…» Por todos los demonios, ¿qué significaba eso? No lo sabía, pero estaba determinado a descubrir de qué se trataba. Llegaría temprano al almacén para reparar los desperfectos. Esperaba que Andrew se sintiera lo suficientemente bien para acompañarle.

Se quitó las gafas y se frotó la frente con la palma de las manos para detener los otros pensamientos de lo ocurrido esa noche que le bombardeaban. La fiesta. Tenía que reconocer que la mayoría de las jóvenes habían sido muy simpáticas, y todas ellas eran indudablemente hermosas. Desgraciadamente ninguna de ellas le había causado la más mínima impresión.

Excepto Meredith.

¿Qué había querido decir con luchar tanto y tan duro por su reputación? ¿Habría estado de alguna manera en peligro? Cuando ella había hablado de errores, algo en su voz le había dejado entender exactamente lo serios que podían haber sido algunos de esos errores del pasado.

Pero ¿tenía verdadera importancia cualquiera de esos errores del pasado? No. Meredith Chilton-Grizedale era sin duda la mujer que él quería. Hay algunas cosas contra las que se puede luchar, y otras contra las que simplemente no podemos defendernos. Sin duda Meredith entraba en esta segunda categoría.

Ahora solo tenía que decidir qué demonios iba a hacer al respecto.

10

Philip estaba terminando de devorar su desayuno, cuando Bakari apareció en la puerta del comedor.

– Su padre -dijo.

El conde entró en la habitación. Sus mejillas estaban pálidas y unas ojeras negras le rodeaban los ojos, pero de todas formas tenía un aspecto sorprendentemente sano y caminaba con paso ligero. Como siempre, iba perfectamente bien vestido, con un abrigo marrón Devonshire, pantalones de franela, una reluciente camisa blanca y un pañuelo perfectamente anudado. Philip se llegó a preguntar si el ayuda de cámara de su padre dormiría alguna vez.

– Buenos días, Philip -saludó, y dirigiéndose al criado-: Café, por favor.

– Padre, ¿cómo te encuentras hoy?

– Bastante bien, gracias. La verdad es que mejor de lo que me he sentido desde hace semanas.

– Me alegro de oírlo. -Philip miró descaradamente el reloj de pared-. Aunque a lo mejor deberías estar descansando. ¿No es demasiado temprano para ir de visita?

– Quería verte antes de que te marcharas. Suponía que ya te habrías levantado (siempre has sido una persona madrugadora), y es obvio que no te he sacado de la cama. -Se quedó observando el aspecto de Philip-. ¿O acaso sí? Te veo un poco desaliñado, algo bastante raro en ti.

– No he dormido bien -dijo sin reír el comentario jocoso a su padre.

No había dormido en absoluto. La pregunta sobre lo que tenía que hacer al respecto de Meredith le había mantenido despierto y dando vueltas en la cama, examinando los hechos, sopesando las opciones, hasta que finalmente había llegado a una conclusión -la única solución posible.

– Tenías la cabeza ocupada con todas esas deliciosas bellezas, ¿eh, Philip?

– Algo parecido, sí.

– Por eso estoy aquí. Para que hablemos sobre la velada de anoche. -Su padre levantó una ceja-. Bueno, ¿dio la fiesta el resultado deseado? ¿Has encontrado a alguna mujer que te gustara?

Sin duda, Philip debería haberse ofendido por la manera tan brusca de plantear la cuestión, pero en cambio sus labios se arquearon divertidos.

– No estoy completamente seguro.

– ¿Y eso qué quiere decir exactamente?

– Significa que he conocido una mujer a la que me gustaría unirme…

– Excelente.

– …pero ella me ha hecho saber sus reservas.

– Bah. ¿Qué mujer no estaría dispuesta a casarse con el heredero de un condado?

– Para empezar, una que no esté dispuesta a arriesgarse a expirar dos días después de la boda.

Su padre hizo un gesto con la mano quitándole importancia al asunto.

– ¿Quién es la chica?

– Prefiero no decírtelo todavía. Basta con que sepas que he elegido. Ahora solo he de convencer a la dama… Que es exactamente lo que tengo planeado hacer.

Hasta entonces, para mantener la promesa que le había hecho a su padre, estaba completamente dispuesto a casarse con una mujer de la que no sabía nada. Bueno, ahora por lo menos sabía que deseaba a Meredith. Y creía que podían hacer una buena pareja. Seguramente podría llegar a convencerla. El gran problema consistía en encontrar la manera de protegerla y persuadirla de que se uniera a él aunque no pudiese -a causa del maleficio- casarse con ella.

El criado dejó el café delante de su padre, y el conde aspiró el sabroso aroma mientras lo removía con la cucharilla.

– No te queda mucho tiempo para cortejarla, Philip. Ayer tuve una cita con el doctor Gibbens. Me ha dicho que me quedan dos o tal vez tres meses. Quisiera verte antes casado, y a ser posible con un heredero en camino.

Una oleada de tristeza, arrepentimiento y pérdida invadió a Philip por todas las cosas que su padre y él no habían compartido. Se hizo la promesa mental de que jamás dejaría que el muro que le separaba de su padre se levantará entre él y su futuro hijo.

– Estoy haciendo, y seguiré haciendo, todo lo que está en mi mano para cumplir nuestro trato. Pero también debes aceptar la posibilidad de que no sea capaz de conseguirlo.

– No soy una persona a la que le guste plantearse la posibilidad del fracaso, Philip.

– Yo tampoco. Y mucho menos ahora que he encontrado a la mujer que quiero.

– Mientras esto no acabe, te aconsejo que no te entretengas con el desayuno y vayas enseguida al almacén para seguir con tu búsqueda.

– Eso estaba planeando hacer, pero antes tengo que decirte algo. -Le relató en pocas palabras los acontecimientos de la víspera en el almacén, y concluyó con la petición a su padre de que tuviera especial cuidado en adelante y estuviera alerta.

– Estoy convencido de que se trata de algo más que del proceso del propio maleficio, pero no sé por qué, ni quién está detrás de todo esto. Pero te aseguro que lo averiguaré. -Tras sorber el último trago de su café, Philip se puso en pie-. Y ahora, si me disculpas, padre, voy a arreglarme para ir al almacén.

Su padre apretó con determinación la mandíbula mientras también se ponía en pie.

– Iré contigo. Cuantos más seamos buscando, antes acabaremos de revisar las cajas.

– Es un trabajo sucio y cansado…

– No me cansaré demasiado. Hoy tengo un «buen» día y no lo voy a perder tumbado en la cama. Quiero ayudarte.

– De acuerdo.

No valía la pena discutir con su padre cuando se le metía algo en la cabeza. Se aseguraría de que no hiciera más esfuerzos que comprobar los libros con los listados.