– Digamos si quieres, que, según mi opinión, toda civilización necesita un alma.
– ¿Y esa alma es la religión?
Hace una mueca al decir esta frase. Contiene dos palabras que no le gustan, "alma" y "religión". Dos palabras bastante "fuera de uso". Meyssonnier es un militante instruido, ha seguido la escuela de los cuadros del P. C.
– En el actual estado de cosas, sí.
Medita esta afirmación, que es al mismo tiempo una restricción. Meyssonnier es lento, anda paso a paso. Pero no es un espíritu frívolo. Me hace precisar.
– ¿El alma de nuestra civilización actual, aquí, en Malevil?
Su entonación pone comillas en alma, como si utilizara la palabra de lejos, con pinzas.
– Sí.
– ¿Quieres decir que esta alma es la creencia de la mayoría de las gentes que viven en Malevil?
– No solamente eso. Es también el alma que corresponde a nuestro nivel actual de civilización.
En realidad, es un poco más complicado. Esquematizo para no chocarlo. Pero lo choco igual. Enrojece un poco y parpadea: es porque va a contraatacar.
– Pero esta "alma", como dices, podría muy bien ser una filosofía. Por ejemplo, el marxismo.
Hemos llegado.
– El marxismo se refiere a una sociedad industrial. No es de ninguna utilidad en un comunismo agrario primitivo.
Para de caminar, me hace frente, y me mira. Parece muy impresionado por lo que acabo de decir. Y máxime que he hablado sin pasión y como si enunciara un hecho.
– ¿Es así como defines nuestra pequeña sociedad de Malevil? ¿Un comunismo agrario primitivo?
– ¿Qué otra cosa?
Prosigue con aire bastante desdichado:
– ¿Pero ese comunismo agrario primitivo no es el verdadero comunismo?
– No es a ti a quien se lo voy a enseñar.
– ¿Es una regresión?
– Lo sabes muy bien.
Es curioso. A pesar de que no soy marxista, parecería tener más confianza en mi juicio que en el suyo. Y parece muy aliviado. Si ya no puede aspirar al verdadero comunismo, por lo menos lo conserva en su espíritu como referencia ideal. Sigo:
– Es una regresión, en el sentido en que el saber y la tecnología han sido aniquilados. La existencia es por lo tanto más precaria, más amenazada. Sin embargo, eso no quiere decir que uno sea más desgraciado. Muy al contrario.
Lamento en seguida haber dicho eso, porque el hombre que tengo delante de mí, me doy cuenta de golpe, ha perdido a todos los suyos dos meses antes. Pero, Meyssonnier no parece acordarse, tampoco parece estar chocado. Me mira y hace sí con la cabeza, lentamente, sin decir palabra. Él también ha comprobado, entonces, que después del día del acontecimiento, el amor a la vida se ha intensificado y los placeres sociales son más vivos.
Yo tampoco hablo. Reflexiono. Los valores han cambiado, eso es todo. Malevil, por ejemplo. Antes Malevil era esa cosa un poco artificiaclass="underline" un castillo restaurado. Yo vivía solo. Estaba orgulloso de él, y mitad vanidad, mitad interés, esperaba abrirlo a los turistas. Malevil, hoy, es totalmente otra cosa. Es una tribu con tierras, rebaños, reservas de heno y de granos, unos compañeros unidos como los dedos de la mano, y mujeres que nos darán hijos. Es también nuestro amparo, nuestro cubil, nuestro nido de águilas. Sus muros nos protegen y sabemos que seremos enterrados dentro de sus muros.
En la mesa, esa noche, Evelina, siempre tosiendo, desposee a Thomas de su lugar a mi derecha. Él se corre un asiento, sin hacer comentarios, Cati se sienta a su derecha. Somos ahora, doce en la mesa, y los otros puestos siguen sin cambiar, salvo que Momo, no sé cómo, ha reemplazado a la Menou en la punta de la mesa, quedando ésta ahora sentada a la izquierda de Colin. Momo goza así de una situación estratégica envidiable. Cuando vuelva el invierno tendrá el fuego en la espalda. Y sobre todo tiene una buena vista de Cati, su vecina de izquierda, y de Miette, del otro lado de la mesa. Y las mira alternativamente, cebándose. No es del todo la misma mirada. Para Cati es una especie de sorpresa feliz, como un sultán que divisa en su harem una cara nueva. Para Miette, es adoración.
Cati, en todo caso, no parece estar incómoda con la proximidad de Momo. No detesta los homenajes. Encontrará más bien demasiado reservados a los compañeros de Thomas. Con Momo, está servida. Sus miradas acumulan la inocencia de un niño y la indecencia de un sátiro. Por otra parte su vecindad ya no es incómoda. Ahora que Miette lo lava, no ofende más el olfato. Aparte del hecho de que se mete en la boca enormes bocados y que se los empuja en seguida con los dedos, es muy presentable. Por otra parte, Cati interviene con energía. Se apodera de su plato, le corta el jamón en pedacitos, fragmenta también su parte de pan, y vuelve a poner el todo delante de él. Él la deja hacer, encantado. Cuando Cati ha terminado, adelantando su largo brazo simiesco le da dos o tres golpecitos en el hombro y dice: quelida, quelida. La Menou no interviene en ningún momento en esta escena.
En cuanto a la Menou, justamente, temía sus reacciones cuando traje a Evelina y a Cati a Malevil. Pero fueron muy moderadas. "Mi pobre Emanuel, otra vez más nos traes dos mocosas y dos yeguas". Dicho de otra manera, bocas inútiles. Pero la Menou teme menos el hambre ahora que el trigo de los Rhunes ha brotado. Y sobre todo con un casamiento en Malevil, está en las nubes. Siempre le gustaron los casamientos. Cuando había uno en Malejac, aun de gente que conocía poco, plantaba todo en Las Siete Hayas y corría en bicicleta a la iglesia. Esta vieja tonta, decía el tío, se ha ido de nuevo a llorar en forma. No se equivocaba. La Menou se apostaba ante el porche, no entraba, a causa de su pelea con el padre que le había rehusado la comunión a Momo, y en cuanto aparecía la joven pareja, sus lágrimas empezaban a fluir. En una mujer tan realista, esta reacción no ha dejado de sorprenderme siempre.
Momo está fascinado también por Evelina, pero Evelina no le hace ningún caso. No me saca los ojos de encima. Los encuentro sobre mí cuando doy vuelta la cabeza y también cuando no doy vuelta la cabeza, los siento. Tengo la impresión de que mi perfil derecho se va a poner a calentar a fuerza de ser mirado. Y cuando dejo mi tenedor y pongo mi mano derecha sobre la mesa, en seguida una patita se desliza bajo la mía.
Después de la comida, cuando me levanto y doy unos pasos por la gran sala para distenderme, Cati me alcanza.
– Quisiera hablarte.
– ¿Cómo, no te intimido más?
– Ya ves -dice sonriendo.
Salvo que sus ojos no tienen la misma dulzura animaclass="underline" se parece mucho a su hermana. Para casarse, se ha despojado de sus oropeles chillones y se ha puesto un vestido azul marino de los más sencillos con un cuellito blanco. Está mucho mejor así. Se nota en su rostro un triunfo y una felicidad. Preferiría no ver más en él que la felicidad. Pero emite de todos modos rayos que bañan a cada uno con su calor.
Hay en eso una cierta generosidad, me parece. Oh, nada de común con Miette, que no es más que eso. Pero en fin, recuerdo que Cati ha cortado el jamón de Momo en la mesa y que varias veces se ha inclinado con inquietud del lado de Evelina que tosía.
– ¿Me encuentras siempre tan frío? -le digo rodeando su cuello con mi brazo y besándola en la mejilla.
– ¡Ay, ay, ay! -dice Peyssou-. ¡Desconfía, Thomas!
Risas. Cati me devuelve el beso, por otra parte a medias en la boca y se desprende sin ningún apuro, encantada, añadiendo mi cabellera a su cinturón. Yo por mi lado estoy bastante contento. El hecho de que no me acostaré jamás con Cati va a dar a nuestras relaciones una agradable libertad.
– Primeramente -dice-, gracias por la habitación.
– Es a los que te la han dado a quienes tienes que agradecer.
– Ya está hecho -dice Cati, con soltura-. Gracias a ti, Emanuel, por la gestión. Gracias sobre todo por recibirme en Malevil. En fin -dice con súbito embarazo- gracias por todo.
Veo que hace alusión a la pequeña disputa que Thomas le debe haber contado y sonrío.
– Quisiera decirte -prosigue bajando la voz- que Evelina seguramente va a tener un ataque esta noche. Ya hace dos días que tose.
– Y cuando tiene el ataque, ¿qué hay que hacer?
– No gran cosa. Te quedas con ella, la tranquilizas, si tienes agua de colonia, le pones en la frente y en el pecho.
Noto el tuteo. Veo en la cara de Cati que lo más difícil queda por decir. Decido ayudarla.
– ¿Y quieres que sea yo el que me ocupe de ella esta noche?
– Sí -dice aliviada-. Mi abuela, comprendes, se va a enloquecer, va a ponerse a dar vueltas, a cacarear sin parar, todo lo contrario de lo que hay que hacer.
Buena descripción de la Falvina. Le hago sí con la cabeza.
– ¿Entonces -sigue-, si Evelina tiene su crisis, mi abuela puede venir a buscarte?
Meneo la cabeza.
– No podrá. Durante la noche, la puerta del torreón está cerrada desde el interior.
– Y ¿no se puede, por una noche?…
Digo con tono severo:
– Categóricamente, no. Las consignas de seguridad no admiten excepciones.
Me mira, muy decepcionada.
– Hay una solución -digo-. Y es que instale a Evelina en mi cuarto, en el canapé dejado libre por Thomas.
– ¡Harías eso! -dice con alegría.
– ¿Por qué no?
– Solamente, te prevengo -dice Cati con honestidad-. Si la instalas en tu cuarto, después se acabó. No querrá irse más.