– No; así no, Singing Rock – le dije-. Tengo que intentarlo.
Singing Rock dijo:
– Harry, ninguna advertencia es suficiente. No sirve.
Pero yo me había decidido. Puse mi mano sobre el helado picaporte de la puerta y me dispuse a abrirla.
– Déme un hechizo o algo para cubrirme -le dije.
– Harry, un hechizo no es un revólver. No vaya, eso es todo.
Durante dos segundos me pregunté qué diablos estaba haciendo. No tengo la pasta de la que se hacen los héroes. Pero yo tenía los medios para destruir a Misquamacus y la oportunidad, y en alguna medida parecía más fácil y más lógico tratar de matarlo que dejarlo ir. Si había algo peor que la Bestia Estrella, yo no quería verlo, y la única forma de detener más manifestaciones era deshacerse del hechicero. Conté hasta tres y abrí la puerta.
No estaba nada preparado para lo que había ahí adentro. Estaba tan frío que era como entrar en un refrigerador oscuro. Y en alguna medida, mientras trataba de avanzar, mis piernas sólo se podían mover como a cámara lenta y parecieron pasar minutos mientras yo me internaba en el aire pringoso, mi brazo levantado con el tubo del virus, mis ojos muy abiertos.
Sin embargo, lo peor era el sonido. Era como un terrible y deprimente viento helado, una nota que sonaba constantemente y que en alguna manera nunca se hundía más allá de un pesado y asediante tono único. En el cuarto no había viento, pero ese intangible huracán gritaba y rugía y quitaba todo sentido de tiempo y espacio.
Misquamacus se volvió hacia mí, lentamente, como un hombre en una pesadilla. No hizo ningún intento de alejarme o de protegerse. La Bestia Estrella, a sólo unos centímetros del centro del helado camino, se movía y latía como espirales de huevas de escuerzos o como remolinos de humo.
– ¡Misquamacus! -chillé. Las palabras salían de mi boca como lentas gotas de cera que se derritiese y parecían congelarse a mitad de camino -. ¡Misquamacus!
Me detuve a menos de un metro de él. Tuve que ponerme una mano contra mi oreja y tratar de aislar el ensordecedor rugido del viento que no había allí. Pero en mi otra mano, yo esgrimía el infectado tubo de gripe y lo sostenía delante mío como a un crucifijo bendito.
– Misquamacus, ¡éste es el espíritu invisible de lo que destruyó a tu gente! ¡Lo tengo en esta botella! Cierra el camino, envía de vuelta a la Bestia Estrella… ¡o lo soltaré!
De alguna manera, en el fondo de mi cerebro, escuchaba a Singing Rock gritándome:
– ¡Harry, vuelva!
Pero el huracán era muy fuerte y mi adrenalina fluía rápido, y yo sabía que si no llevaba a Misquamacus hasta el umbral podríamos no deshacernos nunca del hechicero, o sus demonios, o cualquiera de las temibles herencias de su pasado mágico.
Pero yo soy un vidente, no un hechicero, y lo que sucedió en seguida fue algo con lo cual yo no podía enfrentarme. Sentí algo frío y serpenteante dentro de mi mano. Cuando miré al tubo se había convertido en una negra sanguijuela que se retorcía. Casi la dejo caer con asco, pero entonces una advertencia en mi mente me dijo «es una ilusión, otro de los trucos de Misquamacus», y en cambio, la sostuve fuerte. Mientras me aferraba a ella el hechicero me volvió a ganar de mano. El tubo pareció explotar en llamas y mi cerebro no era tan rápido como para superar mi respuesta nerviosa y reafirmarme que ésta era también una ilusión. Dejé caer el tubo de ensayo y fue a dar lentamente contra el piso, extrañamente lento, como una piedra hundiéndose en aceite transparente.
Aterrado, traté de darme la vuelta y correr hacia la puerta. Pero el aire era pesado y límpido, y cada paso se congelaba en un esfuerzo masivo. Vi a Singing Rock en el marco de la puerta, con sus manos estiradas hacia mí, pero parecía a millas y millas de distancia, un salvavidas en una playa que yo no podía alcanzar.
La retorcida y descolorida forma de la Bestia Estrella tenía una irresistible atracción propia. Me sentí arrastrado físicamente lejos de la puerta y de vuelta hacia el centro del camino mágico, aunque yo estaba usando todas mis fuerzas para escaparme. Vi al tubo con el virus de la gripe literalmente cambiar de curso en mitad de la caída y moverse en el aire hacia la Bestia Estrella, dando vueltas como un satélite en el espacio.
Un intenso frío cayó encima mío, y en esa especie de ruido como canto fúnebre de ese viento sin viento, vi mi aliento formando nubes de vapor y estrellas de hielo formándose en la chaqueta. El fluido del líquido se congeló en cristales de hielo, lo que lo hacía tan inofensivo para Misquamacus como un revólver vacío.
Me di la vuelta -no podía evitarlo- para mirar la Bestia Estrella detrás mío. Incluso yo luchaba a través del cuarto para salir del camino, mis pasos no me llevaban en dirección a la puerta. Mis pies estaban ahora a apenas milímetros del círculo de tiza, y dentro del centro del círculo, el horrible remolino de aire perturbado que constituía la Bestia Estrella me arrastraba más cerca. Misquamacus, con su cabeza baja y su brazo izquierdo levantado, entonaba un largo y ensordecedor cántico que parecía excitar aún más a la Bestia Estrella. El monstruo era como una borrosa radiografía de un estómago, doblándose y retorciéndose en intestinos digestivos.
Había luchado por escapar, pero el frío era tan fuerte que resultaba difícil no pensar en otra cosa que no fuese lo bueno que sería tener calor. Mis músculos me dolían con ese congelante abrazo de debajo de los cero grados, y el esfuerzo de correr a través del gimiente viento y el aire espeso como aceite era casi superior a mis fuerzas. Sabía que posiblemente tuviese que darme por vencido y que tendría que aceptar cualquier cosa que Misquamacus tuviese planeada para mí. Recuerdo que caí de rodillas.
Singing Rock gritaba desde la puerta.
– ¡Harry! -chilló -. ¡Harry! ¡No ceda!
Traté de elevar mi cabeza para mirarle. Los músculos de mi cuello parecían congelados y la escarcha que tenía en mis cejas y pestañas y pelo era tan espesa que apenas podía ver nada. Mi cabello estaba cubierto de escarcha y también había hielo alrededor de mi nariz y mi boca, donde se me había helado el aliento. No podía sentir otra cosa que un distante entumecimiento ártico, y todo lo que podía oír era el aterrante rugir del viento.
– ¡Harry! -gritó Singing Rock-. Harry, muévase. ¡Harry! ¡Muévase!
Levanté mi mano, traté de ponerme de pie de nuevo. En alguna manera logré alejarme unos centímetros del camino, pero la Bestia Estrella era mucho más fuerte que yo y los hechizos mágicos de Misquamacus me sostenían como a un débil pez dentro de una red.
En el piso había tirada una máquina de escribir eléctrica, con sus teclas congeladas. De pronto se me ocurrió que si yo arrojaba algo como esto a Misquamacus o a la misma Bestia Estrella, eso me daría unos segundos de distracción como para zafarme. Eso demuestra lo poco que sabía yo sobre los poderes de los seres ocultos; continuaba tratándolos como si jugásemos a los cowboys y los indios. Estiré mis manos congeladas y levanté la máquina con tremendo esfuerzo. Tenía tanto hielo sobre ella, que pesaba el doble que lo normal.
Me di la vuelta, rodé y arrojé la máquina contra el camino mágico y la oscura línea de la Bestia Estrella. Como todo lo demás en este medio de lo oculto, voló en un largo arco en cámara lenta, dando vueltas mientras volaba, y parecía tomarse siglos antes de llegar al círculo.
Yo no sabía lo que iba a suceder. Simplemente quedé allí, totalmente helado y enroscado como un feto, esperando el momento en que la máquina alcanzara a la Bestia. Creo que cerré los ojos, que me quedé dormido durante un momento. Cuando uno se está helando, todo lo que se puede pensar es en dormir, y entrar en calor, y en abandonarse.
La máquina alcanzó la inquieta línea de la Bestia Estrella y luego sucedió algo extraordinario. En un reluciente estallido de metal y plástico la máquina explotó, y durante un vivido momento vi algo dentro de la explosión. Desapareció sin dejar rastro, pero fue como una agresiva dispersión. No tenía ninguna forma, pero dejó una imagen de metal que desaparecía en mis retinas, como una fotografía con flash tomada en la oscuridad.