Una hora después de que esta última se hubiera ido, Will tomó una decisión.
– ¡Hess! -gritó-. ¡Ven aquí, Hess! -Golpeó estrepitosamente los barrotes con el tenedor de la comida-. ¡Quiero que lleves un mensaje a mi mujer, Hess!
– ¡Un momentito, Parker! -respondió una voz a lo lejos.
– ¡Date prisa, Hess!
– ¡Ya voy, ya voy! -El ayudante apareció por el pasillo-. ¿Qué pasa?
– ¿Puede ir el sheriff a mi casa para decir a Elly que quiero verla?
– Supongo.
– Pues ponte en contacto por radio con él y dile que le agradecería que lo hiciera lo antes posible.
– De acuerdo -dijo Hess. Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo y volvió la cabeza con una sonrisa torcida en los labios-. Hay que ver lo que impone la señorita Beasley cuando lo regaña a uno, ¿verdad?
– ¡Madre mía, ya lo creo! -indicó Will, pasándose una mano por el pelo-. Para serte franco, ha hecho que me alegrara de estar a salvo detrás de estos barrotes.
Hess soltó una carcajada, dio dos pasos y se giró de nuevo.
– Todo el mundo lo comenta -aseguró-. Me sorprende que no lo supieras.
– ¿De qué hablas?
– De que tu mujer conduce ese coche por todas partes como si no hubiera racionamiento para movilizar testigos que declaren a tu favor, como dice la señorita Beasley. ¿Sabes qué? Elly y yo fuimos juntos al colegio y yo era uno de los que decían que estaba chiflada. Pero ahora la gente dice que está dejando en ridículo al fiscal. ¡Que el que se está volviendo loco es él porque le da miedo lo que vayan a sacar a la luz ella y Collins durante el juicio!
El corazón de Will empezó a latir de entusiasmo.
– ¿Podrías decir también a Collins que quiero verlo?
– Podría si no estuviera fuera.
– Fuera. ¿Dónde?
– No lo sé. Tu mujer lo tiene corriendo como un zorro delante de una manada de sabuesos, siguiendo pistas. Pero te diré algo.
– ¿Qué?
– Logró que fijaran el juicio para la primera semana de febrero.
– ¿Tan pronto?
– No subestimes a ese viejo abogado, especialmente si tu mujer está trabajando con él -aconsejó Hess mientras se alejaba despacio. Entonces, se detuvo y sonrió a Will-. Por el pueblo circula una broma, aunque en realidad no es ninguna broma. -Se rascó la cabeza-. Bueno, podría decirse que es un poco de respeto que llega con quince años de retraso. La gente dice al verla: «¡Cuidado, que ahí viene Elly Parker con su miel!» -explicó Hess, antes de volverse y añadir-: Nadie está seguro de si realmente dio o no un litro de miel al juez Murdoch, pero se dice que es él quien os casó y que también es él quien presidirá tu juicio.
Cuando llegó al final del pasillo y abrió la puerta, Hess soltó una última risita.
– Avisaré a tu mujer de que quieres verla, Parker -aseguró, y la puerta se cerró de golpe.
Capítulo 23
Elly no volvió a ir a verlo. Pero le envió un traje nuevo, una corbata de rayas y una camisa blanca con gemelos, además de los zapatos del uniforme perfectamente lustrados para que se lo pusiera todo el día del juicio. Y una nota: «Vamos a ganar, Will. Besos, Elly.»
Se vistió pronto, se peinó con mucho cuidado. Hubiese deseado llevar el pelo más corto sobre las orejas. Volvió una y otra vez al espejo para pasarse las yemas de los dedos por la mandíbula afeitada, para retocarse el nudo de la corbata, para ponerse bien los gemelos, para desabrocharse y abrocharse de nuevo la chaqueta. Pensar que volvería a ver a Elly lo llenaba de ilusión. Anduvo arriba y abajo, hizo crujir los nudillos, se miró una vez más en el espejo. Se pasó de nuevo los dedos por el pelo, sobre las orejas, preocupado por no ir lo bastante arreglado, no para el jurado sino para ella.
«Aguanta, Ojos Verdes, no renuncies aún a mí. No soy el gilipollas que he parecido últimamente. Una vez hayamos ganado el juicio, te lo demostraré», pensó, mirándose a los ojos en el espejo.
Elly también se había esmerado mucho al vestirse. Iba de amarillo. Tenía que ser de amarillo, el color con el que se autoafirmaba. El color del sol y de la libertad. Se había confeccionado un traje de chaqueta a juego con una gabardina del color de la mantequilla batida, con hombreras y los bolsillos abrochados. Ella también regresaba con temor al espejo para mirarse: se había cortado el pelo para que, cuando apareciera en público, Will no tuviera motivos para sentirse avergonzado. Al mirarse las cejas depiladas y los labios color coral, vio a una mujer tan impecable y elegante como las que salían en las fotografías de las revistas que había en el salón de belleza de Erma.
«Espera, Will -pensó-. Cuando todo esto termine, seremos las dos personas más felices del mundo.»
Mientras esperaba sentada en el juzgado, no apartaba los ojos de la puerta por donde sabía que él iba a entrar.
Cuando lo hizo, sus ojos se encontraron y les dio un vuelco el corazón. Elly no lo había visto nunca vestido de civil. Estaba imponente, con el pelo engominado que parecía más oscuro de lo habitual, la corbata almidonada y la cara morena que resaltaba sobre el cuello blanco de la camisa.
Cuando entró, Will alzó la vista y el cuello de la camisa, de repente, le apretó. Sabía que vestiría de amarillo. ¡Lo sabía! Como si quisiera remarcarlo, el sol de las nueve de la mañana caía oportunamente sobre ella. ¡Cuánto la amaba! Quería estar libre para ella, con ella. Se sostuvieron la mirada mientras él avanzaba por la sala. El pelo, ¿qué se había hecho en el pelo? ¡Se lo había cortado! Lo llevaba corto en el cuello y sobre las orejas, con una onda a un lado y volumen en la parte superior. Le resaltaba los pómulos de un modo de lo más atractivo. Quería acercarse para decirle lo bonita que estaba, para agradecerle el traje y la nota, y decirle que la amaba. Pero como tenía a Jimmy Ray Hess a su lado, sólo pudo seguir andando y mirarla boquiabierto. Elly sonrió y lo saludó discretamente con dos dedos. El sol pareció dirigir entonces sus rayos hacia él. Notó un calor repentino como el que había notado en la estación de tren de Augusta cuando la había visto acercarse entre la multitud. Le sonrió a modo de respuesta.
La mujer sentada a la izquierda de Elly le dio un codazo suave y se agachó hacia ella para comentar algo. Se dio cuenta entonces de que era Lydia Marsh. Y a la derecha de Elly estaba sentada la señorita Beasley, severa y sobria como siempre. Sus ojos se cruzaron con los de Will, y éste la saludó con la cabeza con un nudo en la garganta.
Cuando ella asintió con la cabeza de forma apenas perceptible y lo animó con la cara, Will respiró tranquilo.
Amigas. Amigas de verdad. Lo invadió la gratitud pero, una vez más, la única forma en que pudo expresarlo fue saludando también con la cabeza a Lydia y dirigiendo una última mirada prolongada a Elly antes de llegar a la mesa de la defensa y tener que volverse de espaldas a ellas.
Collins ya estaba ahí, vestido como un conservador estrafalario de museo con un traje morado de lana arrugado, una apestosa camisa de algodón amarilla y una corbata de seda con un estampado de… ¡flamencos! Cuando le quitaron las esposas, Collins se levantó para estrecharle la mano.
– La cosa pinta bien. Veo que tiene un grupo de animadoras.
– No quiero que suba a mi mujer al estrado, Collins, recuérdelo.
– Sólo si es necesario, ya se lo dije.
– ¡No! La destrozarán. Sacarán a colación todo eso de que está chiflada. Puede subirme a mí, pero no a ella.
– No será necesario. Ya lo verá.
– ¿Dónde estaba ayer? Pedí que le avisaran de que quería verlo.
– Cállese y siéntese, Parker. Estaba fuera para salvarle el pellejo, persiguiendo a unos testigos que su mujer había encontrado.
– ¿Quiere decir que es cierto? Ha estado…
– Todo el mundo en pie, por favor -anunció con sequedad el alguacil-. El Juzgado del Condado de Gordon abre la sesión; preside la sala el honorable Aldon P. Murdoch.