Выбрать главу

– Señor Parker -lo importunó una voz de hombre-, soy del Atlanta Constitution. ¿Podría…?

Elly combatió la intromisión por él.

– Ahora mismo está ocupado. ¿Por qué no espera fuera?

Sí, Will estaba ocupado. Luchando una batalla perdida contra las intensas emociones que lo inundaban mientras estrechaba a Gladys Beasley entre sus brazos con el mentón apoyado en sus rizos azulados y la sujetaba con fuerza, medio asfixiado por la fragancia de rosas pero disfrutando hasta el último segundo.

Increíblemente, la señorita Beasley le devolvió el gesto afectuoso y le puso las palmas de las manos en la espalda.

– Me dejó helado, ¿sabe? -comentó Will con la voz ronca de emoción.

– Necesitaba una reprimenda por ser tan obstinado.

– Ya lo sé. Pero creí que la había perdido, y también a Elly.

– Oh, tonterías, señor Parker. Tendrá que hacer mucho más que portarse como un auténtico imbécil para perdernos a ninguna de las dos.

Will soltó una risita, que se le escapó a regañadientes de la garganta tensa. Se mecieron abrazados unos segundos.

– Gracias -susurró Will, y le besó la oreja.

La señorita Beasley le dio unas palmaditas en la espalda de modo que el bolso chocaba suavemente en la cadera de Will. Después parpadeó enérgicamente, se separó de él y adoptó de nuevo su actitud didáctica.

– Le espero de vuelta en el trabajo el próximo lunes, como de costumbre.

Con las manos apoyadas en los hombros de la mujer, Will posó los atractivos ojos castaños en su cara.

– Sí, señorita Beasley -soltó con una sonrisa torcida.

Collins lo interrumpió.

– ¿Va a sujetarla todo el día o va a dejar que alguien más intente algo con ella?

– Toda suya -respondió Will, que retrocedió, sorprendido.

– Bueno, menos mal, porque había pensado que podría llevarla a mi casa para ofrecerle una copita de brandy y ver qué pasa. ¿Qué me dices, Gladys? -preguntó Collins, y se la llevó, ruborizada como un tomate, sin dejar de hablar-. ¿Sabes qué? Cuando íbamos al instituto siempre quise pedirte que saliéramos, pero eras tan inteligente que me imponías mucho. ¿Recuerdas cuando…?

Su voz se fue apagando mientras la conducía hacia la puerta. Elly tomó a Will del brazo y, juntos, contemplaron cómo se iba la pareja.

– Parece que la señorita Beasley ha conseguido por fin un admirador.

– Dos -sonrió Elly.

Will puso una mano sobre la de ella y la estrechó con fuerza contra su brazo sin dejar de mirarla a los ojos.

– Tres -sentenció.

– Señor Parker, soy del Atlanta Constitution…

– Atiéndelo, por favor -le susurró Elly, de puntillas, al oído-. Así podremos librarnos de él. Te esperaré en el coche.

– ¡No, ni hablar! -La sujetó con más fuerza-. Tú te quedas aquí conmigo.

Se enfrentaron juntos a las preguntas, lamentando cada instante que éstas les impedían estar a solas, pero se enteraron así de que ya se había ordenado y llevado a cabo la detención de Harley Overmire.

– Necesitará un buen abogado, y yo podría recomendarle a uno buenísimo -fue lo único que comentó Will cuando le pidieron su opinión al respecto.

Cuando él y Elly pudieron finalmente ir hacia su coche, ya oscurecía. El sol brillaba a poca altura sobre el edificio de piedra que dejaban atrás y le confería un color cobrizo. En los jardines del juzgado, las camelias estaban en plena floración, aunque las ramas de los fresnos estaban peladas y proyectaban unas sombras largas y finas sobre el capó de su destartalado automóvil, que tenía el parachoques delantero abollado y un guardabarros azul que contrastaba con la carrocería negra.

Cuando Elly se dirigió al asiento del copiloto, Will la empujó en dirección contraria.

– Conduce tú -ordenó.

– ¡Yo!

– Según dicen, ya sabes.

– No sé si la señorita Beasley estaría de acuerdo con eso.

– Le has dado algún que otro golpe, ¿no? -comentó Will mientras echaba un vistazo al parachoques y al guardabarros.

– Sí.

– ¿Quién le cambió el guardabarros?

– Yo, con la ayuda de Donald Wade.

– Eres una mujer increíble, ¿lo sabías? -le dijo, con los ojos brillantes.

– Lo soy desde que te conocí -respondió en voz baja Elly, radiante de felicidad.

– Sube -ordenó Will después de habérsela quedado mirando con devoción otro instante-. Enséñame lo que has aprendido.

Se sentó en el asiento del copiloto y no le dio opción. Una vez hubo acelerado el motor, Elly se aferró al volante, puso con dificultad la primera e inspiró hondo.

– Bueno…, allá vamos.

Subió inmediatamente a la acera, y pisó el freno a fondo, asustada. El coche se zarandeó de tal modo que ambos golpearon el techo con la cabeza y rebotaron hacia el parabrisas.

– ¡Maldita sea, Will, este trasto me da pánico! -exclamó arreando un porrazo al volante-. ¡Nunca va por donde yo quiero!

Will soltó una carcajada frotándose la coronilla.

– Te llevó a Calhoun a contratar un abogado, ¿no?

Elly se sonrojó. Quería parecer competente y demostrarle lo sofisticada que se había vuelto durante su ausencia.

– No te burles, Will. No mientras este… este pedazo de chatarra hace de las suyas.

La voz de Will se suavizó y perdió el tono burlón al volver a hablar.

– Y te llevó a Calhoun a visitar a tu marido.

Sus miradas se encontraron: miradas discretas, anhelantes. Will puso una mano sobre la que ella tenía en el volante y le acarició los nudillos con el pulgar.

– ¿Es cierto, Elly? -preguntó entonces-. ¿Estás embarazada?

Asintió con una sonrisa temblorosa en los labios.

– Vamos a tener un hijo, Will. Esta vez tuyo y mío.

Las palabras le eludieron. La emoción le ocluyó la garganta. Estiró los brazos y puso una mano en la nuca y otra en el vientre de Elly, y la acercó hacia sí para darle un beso en la frente. Elly cerró los ojos y cubrió con ambas manos la que él tenía extendida sobre su tripa, sobre la vida que llevaba en sus entrañas.

– Un hijo -soltó Will por fin-. Figúrate.

Elly se separó un poco para verle los ojos. Se miraron unos segundos infinitos y, de repente, ambos se echaron a reír.

– ¡Un hijo! -exclamó Will, feliz.

– ¡Sí, un hijo! -Elly le tomó la cabeza con ambas manos y le alborotó el pelo-. Con el pelo rubio enmarañado, los ojos grandes y castaños y una boca preciosa como tú.

Lo besó y Will abrió la boca para saborearla, para poseerla, para satisfacerla. Le desplazó la mano por el vientre, la deslizó hacia abajo e hizo estremecer a Elly.

– Cuando nazca, te atenderá un médico -dijo en sus labios.

– De acuerdo, Will -respondió Elly, dócil.

Intensificó el beso y las caricias.-Will, todavía pasa gente -se vio obligada a recordarle Elly.

– Quizá sea mejor que conduzca yo -comentó Will después de soltarla a regañadientes-. Llegaremos más deprisa.

Cerró la puerta y rodeó el capó mientras ella se cambiaba de asiento dentro del coche.

– Sujeta fuerte al pequeño, no se vaya a zarandear demasiado -advirtió al poner la marcha atrás para retroceder y bajar de la acera, con lo que botaron una segunda vez. Los dos rieron mientras Elly se sujetaba el vientre con las dos manos.

Recorrieron la plaza donde estaba el juzgado y tomaron la carretera hacia el sudeste. Detrás de ellos, el sol estaba más bajo aún. Delante, la carretera dejaba el valle y ascendía entre un bosque que pronto se teñiría de verde. Will bajó la ventanilla e inspiró el aire frío del invierno. Afianzó los codos, sujetó el volante con los pulgares y echó las muñecas hacia delante mientras saboreaba la libertad, como un sediento que bebe agua.

Era libre. Y lo amaban. Y pronto sería padre. Y tenía amigos. Y era aceptado, incluso admirado por un pueblo que había salido en su defensa. Y todo gracias a una mujer.