Will ya no pudo ocultar más las lágrimas que había contenido tan bien hasta entonces. Le brillaron en los ojos mientras Elly y él se fundían en un abrazo fuerte, posesivo. Agachó la cabeza y Elly se puso de puntillas, y se sujetaron el uno al otro mientras su falsa alegría se desvanecía.
– Oh, Elly… Dios mío.
– Vuelve a mi lado, Will Parker, ¿me oyes?
– Lo haré. Lo haré, te lo prometo. Es la primera vez que alguien me estará esperando. ¿Cómo no iba a volver?
Se besaron, con la sensación de que les habían estafado todo aquello que no habían tenido tiempo de hacer.
– Mándame tu retrato vestido de soldado en cuanto te lo saquen.
– Lo haré. Y recuerda lo que te he dicho… -Le sujetó la cara con ambas manos para mirarle los preciosos ojos verdes-. Vales tanto como cualquiera del pueblo. Lleva ahí a los niños y ve a ver a la señorita Beasley si necesitas algo.
Asintió, mordiéndose los labios antes de acercarse a él y sujetarle la parte posterior de la chaqueta vaquera con ambas manos.
– Te amo tanto… -dijo casi sin poder hablar.
– Yo también te amo.
Volvieron a besarse, ambos con lágrimas en los ojos, y sus lenguas se tocaron, sus brazos se aferraron al otro mientras un tren avanzaba hacia Whitney para llevarse a Will.
– Toma a Lizzy P. y a los niños y sentaos todos bajo la acedera arbórea -ordenó Will con voz temblorosa tras obligar a su mujer a separarse de él-. Quiero veros cuando doble la curva. Adiós, niños. Portaos bien.
Recogió la bolsa de papel marrón y cuando vio que Elly cargaba a la pequeña, se volvió antes de que ella se enderezara y empezó a bajar por el camino parpadeando para aclararse la vista, secándose los ojos con el puño de la chaqueta vaquera. No se dio la vuelta hasta el último momento, justo cuando sabía que la curva se los taparía inmediatamente. Inspiró hondo…, se volvió…, y la imagen se grabó para siempre en su corazón.
Estaban apiñados bajo la acedera arbórea, los niños pegados a su madre, ahí sentados, en la hierba seca de finales de invierno. Pantalones con peto azules, botas marrones, chaquetas gruesas de lana…, una mantilla rosa, una carita dirigida hacia él…, un vestido de casa de color azul apagado, un chaquetón marrón, unas piernas desnudas, unos zapatos planos marrones, unos calcetines cortos, una larga trenza rubia. Los niños lo saludaban con la mano. Donald Wade lloraba. Thomas gritaba: «¡Adiós, Ui! ¡Adiós, Ui!» Elly sujetaba a la niña a la altura de su mejilla y le movía la manita con la suya en una última despedida.
«¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!»
Levantó la mano que le quedaba libre y se obligó a girarse, a marcharse.
«Piensa en que vas a volver -recitaba para sus adentros como una letanía-. Piensa en la suerte que tienes de que te estén esperando bajo una acedera arbórea. Piensa en lo bonito que es el sitio que estás dejando, y en cómo será ver correr hacia ti a esos niños cuando subas por este camino, y en cómo será volver a abrazar a Elly y saber que no tendrás que soltarla y en cómo sonreirás cuando Lizzy P. te llame papá por primera vez, y en cómo algún día tendrás un hijo propio que será igual que ella, y Elly y tú los veréis crecer a los cuatro, y los veréis casarse y tener hijos, hijos que traerán a casa los domingos de modo que podrás enseñarles la vieja acedera arbórea y contarles cómo te fuiste a la guerra y dejaste a su abuela y a su mamá y a sus papas sentados debajo de ese árbol despidiéndote con la mano.»
Cuando llegó a casa de Tom Marsh, ya estaba más tranquilo. Se detuvo en los límites de su finca, mirando la bonita casa blanca, el tendedero vacío del patio trasero, el tocón donde la tetera contenía tierra, pero no flores. Una valla nueva de madera blanca rodeaba el jardín; abrió la puerta, la cerró tras cruzarla y se acercó a la casa sin apartar los ojos de ella. Un perro peludo salió al porche ladrando y empezó a olisquearle las pantorrillas. Era un cachorro algo grande, más curioso que amenazador.
– Hola, perrita… -lo saludó Will, que se había agachado para rascarle el cuello-. ¿Dónde están tus amos?
Cuando se incorporó, la misma mujer joven de la otra vez, con un elegante vestido rojo con el cuello blanco, había abierto la puerta y se había asomado a ella a la vez que se ponía un jersey blanco.
– ¡Buenos días! -lo saludó desde donde estaba.
– ¿La señora Marsh? -preguntó Will, acercándose despacio y quitándose el sombrero.
– La misma.
– Mi nombre es Will Parker. Vivo en el camino de Rock Creek. Eleanor Dinsmore es mi mujer.
La mujer bajó dos peldaños y le tendió la mano. Era bonita, delgada y de piernas atractivas, con unos preciosos rizos negros, colorete en las mejillas y un lápiz de labios que la hacía parecer dulce y no dura como a Lula Peak.
– Lo he visto pasar varias veces por la carretera -comentó.
– Sí, señora. Trabajo en la biblioteca para la señorita Beasley. Bueno, ya no. Ahora… -Señaló el pueblo con el sombrero-. Voy de camino a Parris Island.
– ¿Al campamento de los Marines?
– Sí, señora.
– ¿Lo han llamado a filas?
– Sí, señora.
– A mi marido también. Se irá a finales de esta semana.
– Lo siento, señora. Quiero decir… Bueno, esta guerra es terrible.
– Sí que lo es. Tengo un hermano de diecisiete años que dejó el instituto y se enroló en la Marina. Mamá y papá no pudieron retenerlo en casa.
– Diecisiete años… Es muy joven.
– Sí. Estoy tan preocupada por él… -comentó y, tras un instante de silencio, preguntó-: ¿Puedo hacer algo por usted, señor Parker?
– No, señora. Es que hay algo que tenía que hacer antes de irme -explicó mientras se acercaba la bolsa de papel a la tripa para sacar de ella un tarro de un litro lleno de miel y dárselo-. Hace unos meses, le robé un tarro de cristal con un litro de suero de leche de la fresquera del pozo. Aquí lo tiene. El suero ya no está, claro, pero lo he llenado de miel de la nuestra; criamos abejas propias. -Acto seguido sacó la toalla-. También le robé esta toalla verde del tendedero y un conjunto de prendas de su marido, que me temo que están totalmente gastadas…
– ¡Válgame Dios! -suspiró la señora Marsh con el tarro de miel en la mano.
– … si no, también se las hubiera devuelto. Estaba muy mal entonces, pero eso no es ninguna excusa. Sólo quería disculparme, señora Marsh. Hace mucho tiempo que quería hacerlo porque me sabía muy mal haber robado a buenas personas. Elly dice que son ustedes buena gente -aseguró. Luego retrocedió y señaló el tarro-. Así que le he traído esta miel. No es mucho, pero bueno…, es… -Se puso el sombrero y enrolló hacia abajo la parte superior de la bolsa sin dejar de retroceder hacia la valla-. Le pido disculpas, señora, y espero que su marido regrese sano y salvo de la guerra.
– ¡Espere un momento, señor Parker!
Will se detuvo cerca de la puerta y la señora Marsh se aproximó rápidamente a él.
– Déme un minuto para asimilarlo… Nunca me había pasado… Bueno, esto es increíble. -Soltó una risita, como si estuviera sorprendida-. Siempre me pregunté dónde había ido a parar esa ropa.
Will se puso coloradísimo, mientras que ella parecía agradablemente divertida.
– No tengo ninguna excusa, señora, pero lo lamento mucho. Me quedo más tranquilo ahora que se lo he confesado.
– Gracias por la miel. Nos vendrá muy bien ahora que el azúcar está tan caro.
– De nada.
– Pagará con creces esas prendas viejas de Tom.
– Eso espero, señora -dijo mientras abría la puerta de la valla y el cachorro intentaba colarse por ella. La señora Marsh lo sujetó por el collar y Will cerró la puerta entre ambos.
– Me ha impresionado su honradez, señor Parker -comentó la mujer al incorporarse.
Will rio entre dientes, tímidamente, y bajó los ojos hacia la puerta de la valla para toquetear, distraído, una de las estacas blancas.