– Entonces, ¿qué es lo que tanto preocupa a Schmidt? ¿Que yo sea de la Liga Pro-Decencia y que monte un escándalo sexual? Estoy muy ofendida, Roz. Ofendida por esa idea, y porque has pensado que tenías que sondearme sobre el tema.
Sus dedos callosos asieron los míos.
– No, no, Vic. No te lo tomes así. Luis es mi primo pequeño, mi hermanito, casi, por la forma en que se preocupa por mí. Algunos hombres con los que estaba hablando le dijeron lo negativa que eres respecto a Boots y se preocupó por mí. Le dije que hablaría contigo, eso es todo, gringa. Boots tiene sus defectos, después de todo, no estoy ciega. Pero puedo utilizarlo.
No sabía si estaba oyendo la verdad o no. Tal vez se acostaba con Boots por el bien de la comunidad hispana, había pocas cosas que Roz no estuviese dispuesta a hacer por ayudar a su gente. Podía repatearme las tripas, pero en el fondo no me interesaba. De cualquier forma, prolongar la conversación con ella no me iba a dar un calco de sus pensamientos.
– No me gusta mucho que ates tu carro a la estela de Boots, pero puedo permitirme ser exigente: trabajo para mí misma y me muevo a niveles pequeños. Y seguramente hay algo a favor de que el trabajo sucio te lo haga Boots. Después de sabotear la cuestión del aborto en el condado de Cook como lo ha hecho, creo que les debe algo a las mujeres de esta ciudad, y ¿por qué no a ti?
Roz soltó una risa ronca.
– Sabía que podía contar contigo, Vic -recuperó suficiente voz como para llamar a su primo-. Eh, Luis, vamos, tenemos que hacernos con algo de beber y estrechar algunas manos más.
Luis se acercó al porche con Michael; Cari Martínez, al parecer, se había marchado.
– ¿Todo va bien, Roz?-no sonó como una pregunta.
– Como la seda. Te preocupas demasiado, sabes, te pareces a tu mamá.
Nos levantamos. Roz me abrazó.
– Puede que te llame, Warshawski. Para que me rellenes sobres o me sujetes la mano si me desmando.
– Claro, Roz, cuando quieras.
La seguí hasta abajo de los pequeños escalones. Cuando Luis se la llevó al otro lado de la casa, Furey me cogió el brazo.
– Déjame subir a tu casa, Vic, para que hablemos las cosas. No quiero que todo se vaya al cuerno entre nosotros sin decirnos al menos adiós amistosamente.
Me quedé mirando la esquina de la casa por donde Roz había desaparecido, aún empeñada en averiguar qué puñetas significaba toda esa conversación. Estaba tan absorta en mis pensamientos que, cuando quise darme cuenta, le había dicho que sí a Furey.
Capítulo 8
Era de noche cuando alcancé el Corvette plateado de Michael a la altura de Racine. Pensaba que llegaría a mi casa mucho antes que él -había tropezado con Ron y Ernie después de acompañarme hasta mi coche. Cuando arranqué, aún seguían hablando. Pero, contando con su conocimiento superior, como policía, de los itinerarios de la ciudad -y con la cortesía profesional de los de tráfico-, consiguió ganarme. Al verme, bajó del Corvette y vino hacia mí.
– Vic, estaba escrito que éste no iba a ser nuestro mejor día. He recibido una llamada por radio mientras venía. Supuestamente no estoy de servicio hasta mañana por la mañana, pero al tío Bobby no le importan mucho los turnos oficiales cuando ha habido un triple homicidio. Lo siento. Te llamaré mañana, ¿de acuerdo?
Intenté elaborar la oportuna expresión de pesar, pero en el fondo me alegré de estar sola esa noche. La idea de un buen remojón en la bañera sin tener que mostrarme agradable con un intruso me había estado tentando durante todo el trayecto hasta casa. Me faltó tiempo para despedirme y dirigirme hacia la entrada. Y hacia la desintegración de mis sueños de soledad.
Elena estaba plantada en el descansillo del primer piso, con la bolsa de mano a sus pies. Junto a ella estaba sentada una joven negra. Pese a la tenue luz del vestíbulo, pude ver que el estilo de su atuendo contrastaba con la cara agotada y la deslucida ropa de Elena. Cuando las vi, mis sentimientos de culpa respecto a mi tía se esfumaron. Sentí un nudo en el estómago y el cobarde impulso de cerrar la puerta y volver a Streamwood.
Elena se puso en pie de un salto y abrió los brazos en un amplio gesto sin sentido.
– Victoria, corazón, tu vecino, que es tan amable, nos ha dejado entrar para que no tuviésemos que esperarte en el portal. Todo un señor, el viejo. Es una verdadera joya, hoy día ya no se encuentran muchos así de caballerosos. Nos dijo que no habías salido de la ciudad, así que pensé que te esperaríamos en lugar de volver después.
– Hola, Elena -dije débilmente-. Te he encontrado un cuarto. En Kenmore.
– Oh, Vicki; Victoria, quiero decir; la familia es la familia, yo sabía que no me dejarías en la estacada. Ésta es Cerise. Es hija de una conocida mía del Indiana Arms. Cerise, te presento a mi sobrina Victoria. Es la mejor sobrina que te puedas imaginar. Si hay alguien que pueda ayudarte, ésa es ella.
Cerise alargó una delgada mano manicurada.
– Encantada de conocerla -su voz era casi inaudible.
– No puede quedarse -dije severamente-. Y ninguna zalamería me va a convencer de que convierta mi casa en una estación de paso para las víctimas del incendio del miércoles.
Elena frunció los labios como exageradamente dolida.
– Nada de eso, corazón, ni lo sueño. Cerise necesita un detective. Cuando oí su historia, supe que eras exactamente la persona que necesita.
Me entraron ganas de arrancarme los pelos, o gritar, o hacer alguna barbaridad para no aporrear a mi tía. Antes de que pudiese formular una respuesta no violenta, la puerta del uno norte se abrió y el banquero se asomó una vez más.
– Oh, eres tú -dijo ásperamente-, debí imaginármelo. Bueno, esta vez sí que llamo a la policía. Acabo de ver largarse a tu chulo en ese Corvette plateado. Y éstas qué son, ¿tus clientas drogatas?
– ¿A qué se dedica todo el día en el trabajo? -espeté-, ¿a espiar a las empleadas para ver quién se toma cinco minutos más a la hora del descanso? Debe de ser uno de los tipos más famosos del barrio si lo único que hace es acechar a la gente para enterarse de lo que no le importa.
– Me importa que tú hagas tus negocios sucios a toda hora.
– No, no, querido -terció mi tía-. Es una detective. Profesional. Hemos venido a con sultarle sobre un asunto. No debes fruncir tanto el ceño, hoy día es tan importante para un hombre como para una chica cuidar su aspecto, y se te harán unas horribles patas de gallo si sigues así de ceñudo. Y tienes unos ojos muy bonitos.
– Elena, tú cállate, ¿quieres? Podemos hablar arriba del problema de Cerise. Hazla subir, ¿vale? -no iba a resolver nada con el tipo si intervenía Elena.
Elena protestó, ofendida, diciendo que sólo intentaba ayudarme a que me llevase mejor con mis vecinos, pero por fin accedió y empezó a subir. Miré al banquero, dudando si decirle algo conciliador: no es una idea muy brillante meterse en una vendetta con un vecino en un edificio de seis apartamentos.
– Asegúrese de darles a los maderos la matrícula del Corvette cuando les llame, ¿quiere? -le dije-. Su dueño es un detective del Departamento de Homicidios del Distrito Central. A los muchachos de turno les encantará meterse con él por haber sido acusado de ser un chulo. Por si no ha cogido la matrícula, es "furyoso", F-U-R-Y-O-S-O. Algunos días me siento más conciliadora que otros.
Me miró con ceñudos y oscuros ojos, tratando de discernir si estaba echándome un farol. Al oírme deletrear la matrícula, pareció decidir que no lo estaba. Volvió airadamente a su apartamento y cerró de un portazo. Podía oír a Peppy en el apartamento de enfrente gimiendo insistentemente, suplicando poder unirse a la refriega. Subí corriendo las escaleras, de dos en dos, para evitar la predecible arenga del señor Contreras.