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– Es algo corriente -respondió-. Fácil de conseguir, incluso en grandes cantidades, así que no creo que podamos seguir la pista de quien la utilizó buscando un comprador. Lo interesante fue el detonador que utilizaron para provocar el incendio. Lo habían conectado a un hornillo enchufado en el cuarto del vigilante nocturno.

– Entonces puede que el vigilante esté implicado -era difícil pensar lo contrario si habían enchufado el detonador a su propio aparato.

– El dueño dice que sólo tenía un portero de noche en la recepción, que no creía que el edificio requiriese un vigilante. Pero no hemos podido localizar al tipo… Vic, tú en el pasado hiciste varios encargos para Ajax. Y con éxito. Me preguntaba…, he hablado con mi jefe…, si podríamos contratarte para este caso.

– ¿Para hacer qué? -pregunté cautelosamente-. No sé nada sobre incendios provocados, no sabría distinguir un acelerador de una cerilla.

No respondió directamente.

– Aunque el edificio estaba asegurado por debajo de su valor, estamos reteniendo más de un millón de dólares. Ha habido gente herida, y eso implica una responsabilidad civil además de los daños materiales. Puede que a la policía no le importe, pero para nosotros sí valdría la pena invertir unos cuantos miles en una investigación profesional si podemos ahorrarnos lo más gordo. Nos gustaría que intentaras encontrar al incendiario.

Miré cómo vibraban los cristales de la ventana con la corriente continua de la hora punta en el paso elevado que corría justo debajo. Se desprendió algo de mugre, pero no tanta como la que se arremolinaba sobre el cristal, añadiéndole su opacidad grisácea. No era la escena ideal para estimular mi escasa confianza en mi capacidad.

– Mi club de fans de Ajax no está exactamente formado por un coro unánime de directivos. ¿Tiene tu jefe suficiente autoridad para contratarme sin que haya que implicar a todo un montón de gente para dar su aprobación?

– Oh, sí. Eso es fácil. Tenemos un presupuesto para investigadores externos, no tiene que ser aprobado en cada caso en particular -hizo una pausa-. ¿Y si te invito a cenar esta noche y trato de ayudarte a tomar la decisión?

Podía imaginarme su cabeza inclinada como la de un pájaro cuando acecha a que el gusano salga del suelo. La imagen me dio ganas de sonreír por primera vez desde que por la mañana me encontré mi colada en el suelo.

– Una cena estaría genial.

Sugirió Calliope, un lugar animado en el norte de Lincoln, donde servían mariscos a la griega. No se podía reservar, pero se podía bailar en la sala de baile adjunta mientras uno esperaba su mesa.

Colgué y cerré mi oficina por ese día. Habían llegado otro par de investigaciones de las que tendría que ocuparme, pero no tenía la energía emocional necesaria para trabajar esa tarde.

Cuando quise recoger el coche caminando hasta el extremo norte del Loop y regresar a casa abriéndome camino entre el tráfico de la hora punta, sólo me quedó tiempo para un largo baño antes de vestirme para la cena. Me estuve en la bañera mis buenos cuarenta y cinco minutos, dejando flotar sin rumbo mis pensamientos, y dejando que el agua se llevara lo más gordo de mi inseguridad.

Cuando por fin salí del baño y empecé a vestirme, la suave luz de finales del verano ya estaba pintando la tarde de un púrpura grisáceo. Observé al señor Contreras trabajando en el jardín trasero. La temporada de los tomates tocaba a su fin, pero estaba cultivando unas cuantas calabazas con solícito esmero. Le gustaba celebrar la noche de brujas como Dios manda, con los niños del barrio. En la tenue luz apenas podía distinguir a Peppy acostada en la hierba, con el hocico entre las patas, esperando tristemente alguna actividad que pudiese incluirla a ella.

Bajé por la escalera de servicio para darles a él y a la perra las buenas noches. El viejo estaba en plan digno, ofendido por mi parquedad con él esa mañana, pero la perra estaba entusiasmada. Me las vi negras para evitar que trasladara el abono de hojas, el estiércol, o lo que quiera que fuese lo que el señor Contreras estaba amontonando sobre las calabazas, a mis pantalones negros de seda.

Se negó a dejarse ablandar por mis ligeros comentarios. Me sentí a punto de pedirle disculpas y me mordí la lengua con fastidio: no había ninguna razón para que él conociera todos los detalles de mi vida. Si quería conservar algunos pequeños fragmentos de privacidad, no tenía por qué disculparme. Me despedí fríamente y me colé por la puerta trasera para que la perra no pudiese seguirme. Su quejido de frustración me siguió a lo largo del callejón.

Recorrí a pie el kilómetro escaso hasta el restaurante. Al evitar un enorme hoyo en el suelo, resbalé sobre un bocadillo tirado. Una más de las alegrías de la vida urbana. Me ensuciadas rodillas del pantalón. La tela quedó ligeramente arrugada pero no rota. El daño no era tan grande como para justificar que me fuera a vivir a Streamwood.

Robin me esperaba ante la puerta del restaurante, elegantemente vestido con un pantalón de franela gris y una chaqueta azul marino. Había llegado temprano para pedir mesa y el encargado estaba diciendo su nombre justo cuando entrábamos. Perfecto. Si uno ha nacido con suerte, no necesita ser bueno. Robin pidió una cerveza y yo un ron con tónica y un poco de esa mousse de hueva de bacalao que había hecho famoso al Calliope.

– ¿Cómo te hiciste detective? -me preguntó después de que pedimos.

– Yo trabajaba con el defensor de oficio -unté un poco de mousse en una tostada-. En la sección de juicios. Un trabajo odioso, a menudo te asignan al cliente sólo cinco minutos antes de que empiece el juicio. Siempre tienes más casos que tiempo para trabajarlos con eficacia. Y a veces estás alegando con toda tu alma en favor de unos gorilas a quienes deseas que nunca más vean la luz del día.

– ¿Y por qué no te pusiste simplemente a trabajar por tu cuenta? -cogió una cucharada de mousse-. Está buena -farfulló con la boca llena-. Nunca la había probado.

Estaba buena -justo lo suficientemente salada para pegar bien con la cerveza o con el ron. Comí algo más y me acabé el ron antes de contestar.

– Ya llevaba cinco años en la oficina del defensor de oficio, y no quería tener que empezar desde el principio si me metía en la práctica privada. Además, había resuelto un caso para una amiga y me di cuenta de que era un trabajo que podía hacer bien y del que podía sacar auténtica satisfacción. Y encima, soy mi propio jefe -debí darle ésta razón en primer lugar, pues sigue siendo la más importante para mí. ¿Tal vez por haber sido hija única, acostumbrada a apañármelas a mi aire? O tal vez era simplemente la fiera independencia de mi madre que se coló dentro de mis cromosomas junto con el color oliva de su piel.

Después de que el camarero trajese unas ensaladas y una botella de vino, le pregunté a Robin cómo había terminado siendo un especialista en incendios provocados. Hizo una mueca.

– No conozco a nadie que elija de entrada trabajar en seguros, excepto tal vez los hijos de los dueños de las compañías. Yo me especialicé en historia del arte. Pero no había dinero para mandarme a una escuela superior. Así que empecé a trabajar en Ajax. Me pusieron a diseñar impresos de pólizas, queriendo sacar provecho de mi bagaje artístico -sonrió brevemente-, pero salí de eso tan pronto como pude.

Durante la cena me preguntó por algunos de los anteriores trabajos que había hecho para Ajax. A mi vez hice una mueca: la compañía no sabía si amarme u odiarme por haber señalado al vicepresidente de su sección de reclamaciones como el cerebro del fraude cometido en una compañía de trabajadores. Robin estaba fascinado. Dijo que siempre habían circulado un montón de habladurías, pero que nadie les había contado jamás a los empleados en qué se había metido realmente su vicepresidente.

Después de la bouillabaisse al estilo griego, se dedicó a intentar persuadirme de volver a las trincheras de Ajax. Yo sabía que necesitaba un trabajo más importante, y no sólo los asuntos de poca monta que me habían estado llegando los últimos días. Sabía que no me sentía en condiciones de buscar clientes nuevos en esos momentos. Sabía que le diría que sí, pero le pedí que me llamara a la mañana siguiente a mi oficina dándome algunos detalles.