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Pero podía tratarse de problemas. Phil se había visto obligado a ocultarse desde hacía casi dos años y la amenaza solo había desaparecido parcialmente. Allá fuera aún podía haber gente que anhelara ponerle las manos encima. Phil no era la persona más discreta del mundo y su criterio no era tan agudo como su intelecto. Era un soñador que corría más riesgos que…

– ¡Melis!

Se detuvo chapoteando en el sitio, con la mirada en la galería, a corta distancia. Pudo ver la silueta de un hombre sobre el fondo del salón iluminado. No era la figura pequeña y nervuda de Phil. Aquel hombre era grande, musculoso y vagamente conocido.

– Melis, no quería asustarte. Soy yo, Cal.

Ella se relajó. Cal Dugan, el primer oficial de Phil. No había amenaza alguna. Conocía a Cal desde los dieciséis años y simpatizaba con él. Habría atracado su bote al otro lado de la casa, donde ella no podía verlo. Melis nadó hacia la galería.

– ¿Por qué no me llamaste? ¿Y por qué demonios no volviste a levantar la red? Si un tiburón hubiera atacado a Pete o a Susie, te habría estrangulado.

– Me disponía a regresar para hacerlo -dijo a la defensiva -. En realidad, iba a convencerte de que lo hicieras tú. Para enganchar la red en la oscuridad tendría que saber Braille.

– Eso no es suficiente. En un minuto puede aparecer cualquier amenaza para los delfines. Tienes suerte de que no haya pasado nada.

– ¿Cómo sabes que no se ha metido un tiburón?

– Pete me lo habría dicho.

– Ah, claro, Pete. -Dejó caer una toalla de baño en la galería y se volvió de espaldas -. Dime cuándo puedo volverme. Me imagino que no te habrás puesto el bañador.

– ¿Y por qué habría de hacerlo? No hay nadie que pueda verme salvo Pete y Susie. -Se alzó hasta subir a las baldosas y se envolvió en la enorme toalla-. Y visitas que llegan sin invitación.

– No seas grosera. Phil me invitó.

– Puedes volverte. ¿Cuándo viene? ¿Mañana? Cal se volvió.

– No lo creo.

– ¿No está en Tobago?

– Cuando me envió hacia aquí había puesto rumbo a Atenas.

– ¿Qué?

– Me dijo que tomara un avión en Genova, que viniera y te entregara esto. – Le pasó un grueso sobre de papel Manila-. Y que lo esperara aquí

– ¿Qué lo esperaras? Te necesitará allí. No puede pasárselas sin ti, Cal.

– Eso fue lo que le dije. -Se encogió de hombros -. Me ordenó que viniera y permaneciera contigo.

Ella le echó una mirada al sobre que tenía en las manos.

– Aquí no puedo ver nada. Entremos, vamos a donde haya luz. – Se ajustó la toalla en torno al cuerpo -. Hazte café mientras le echo un vistazo a esto.

Cal retrocedió un paso.

– ¿Podrías decirle a esos delfines que no voy a hacerte daño y que dejen de chillar?

Melis apenas se había dado cuenta de que los delfines estaban aún junto a la galería.

– Marchaos, chicos. Todo está en orden. Pete y Susie desaparecieron bajo el agua.

– Que me parta un rayo -dijo Cal-. Te entienden.

– Sí. -Su voz denotaba distracción mientras entraba en el chalet-. ¿Genova? ¿En qué está metido Phil?

– No tengo ni idea. Hace unos meses me dejó a mí y a toda la tripulación en Las Palmas y nos dijo que teníamos tres meses de vacaciones. Contrató temporalmente a algunos marineros para navegar en el Último hogar y levó anclas.

– ¿Hacia dónde fue?

Cal se encogió de hombros.

– No quiso decirlo. Un gran secreto. Algo totalmente impropio de Phil. No era como aquella vez que se fue a navegar contigo. Esta vez era diferente. Tenía los nervios a flor de piel y no dijo nada cuando volvió para recogernos. -Hizo una mueca-. No parecía que hubiéramos estado a su lado durante los últimos quince años. Yo estaba allí cuando descubrió el galeón español, y Terry y Gari se enrolaron un año después. Aquello… fue ofensivo.

– Sabes que cuando está obsesionado con una cosa no es capaz de ver nada más.

Pero ella no recordaba que él hubiera dejado fuera su tripulación. Para Phil eran lo más parecido a la familia que podía permitirse tener cerca. Mucho más cerca de lo que le permitía a ella.

Aunque con toda probabilidad era culpa de ella. Le resultaba difícil mostrar abiertamente su afecto por Phil. Siempre había sido la protectora en una relación que por momentos se tornaba volátil y tormentosa. Con frecuencia se mostraba impaciente y frustrada con la obstinación casi infantil del hombre. Pero eran un equipo, cada uno satisfacía las necesidades del otro y él le caía bien.

– Melis.

Miró a Cal, que la contemplaba estupefacto.

– ¿Te importaría ponerte algo de ropa? Eres una mujer bellísima, y aunque tengo edad suficiente para ser tu padre, eso no quiere decir que no reaccione de la forma habitual.

Eso era verdad. No importaba que la conociera desde la época en que era una adolescente. Los hombres seguían siendo hombres. Hasta los mejores estaban dominados por el sexo. Le había llevado tiempo aceptar aquella verdad sin irritarse.

– Ahora vuelvo. -Echó a andar hacia el dormitorio -. Prepara ese café.

No se molestó en darse una ducha antes de ponerse sus pantalones cortos y su camiseta de siempre. Después se sentó en la cama y abrió el sobre. Podía no tener importancia, ser algo totalmente impersonal, pero no había querido abrirlo delante de Cal.

El sobre contenía dos documentos. Sacó el primero y lo abrió.

Se tensó de inmediato.

– Qué demonios…

Hotel Hyatt

Atenas, Grecia

– Deja de discutir. Voy a recogerte. -La mano de Melis apretó con fuerza el teléfono -. ¿Dónde estás, Phil?

– En una taberna del puerto. El hotel Delphi – dijo Phil Lontana-. Pero no voy a meterte en esto, Melis. Vuelve a casa.

– Lo haré. Los dos nos vamos a casa. Y ya estoy metida. ¿Creías que iba a quedarme allí sin hacer nada tras recibir la notificación de que me habías legado la isla y el Ultimo Hogar? Es lo más parecido a un testamento que he visto en mi vida. ¿Qué demonios pasa?

– Llegó el momento de volverme una persona responsable.

Phil no. Un sexagenario no podía parecerse más a Peter Pan que él.

– ¿Qué temes?

– No temo nada. Simplemente quería ocuparme de ti. Sé que hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero siempre has estado a mi lado cuando te he necesitado. Me has sacado de varios líos y has mantenido apartados a esos chupasangres…

– También te sacaré de este lío si me dices lo que pasa.

– No pasa nada. El océano no perdona. Nunca puedo saber cuándo he cometido un error y nunca…

– Phil.

– Lo he escrito todo. Está en el Ultimo hogar.

– Bien, entonces me lo podrás leer cuando estemos de camino a nuestra isla.

– Eso no va a ser posible. -Hizo una pausa -. He estado tratando de ponerme en contacto con Jed Kelby. Pero no ha respondido a mis llamadas.

– Hijo de puta.

– Quizá, pero un hijo de puta brillante. He oído decir que es un genio.

– ¿Y quién te lo ha dicho, su agente publicitario?

– No seas sarcástica. Hasta el diablo tiene sus méritos.

– No lo estoy siendo. No me gustan los ricos que se creen que pueden convertir todo lo que existe en el mundo en su juguete.

– No te gustan los ricos. Punto. Pero necesito que te pongas en contacto con él. No sé si seré capaz de hacerlo personalmente.

– Claro que lo harás. Aunque no sé por qué consideras que tienes que hacerlo. Nunca antes has llamado a nadie para que te ayude.