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– No podemos acercarnos más sin que nos vean -dijo Nicholas cuando apagó el motor. Permaneció sentado, contemplando las luces del barco de Archer más adelante en la oscuridad-. La última oportunidad. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

– Estoy segura. -Melis le presentó las muñecas -. Átame bien fuerte. Pero cerciórate de que pueda ver mi reloj.

Nicholas tomó la cuerda que habían traído y le ató las muñecas.

– Esto es horrible, Melis.

– El es horrible.

Dios, cuanto miedo sentía al contemplar el barco. El vestido de organdí, las manos atadas, la sensación de indefensión. Casi podía oír el redoble de los tambores de Kafas. Quería gritar o lloriquear.

Pero no estaba indefensa. Lo hacía por propia y libre voluntad. Así que adelante.

– Una cosa más, Nicholas. Déjame inconsciente.

– ¿Qué?

– Dame un golpe. Asegúrate de que me deje un moretón, pero te agradecería que no me partieras la mandíbula. Quiero que cuando Archer me vea con sus binoculares crea que estoy totalmente indefensa.

– No me gusta…

– Me importa un comino lo que te guste o no. Sabes que debes hacerlo. Pégame, maldita sea.

– Entonces, no me mires.

– Vaya chamán. -Melis desvió la vista hacia el barco.

– Los chamanes eran magos, no guerreros. Aunque oficiaban cuando quemaban a alguien en la hoguera. Y ahora, así es precisamente cómo me siento…

El dolor estalló en la quijada de Melis cuando él le propinó un gancho de derecha.

Nicholas contempló a Melis, caída sobre el asiento. Con aquel vestido parecía una niña pequeña durmiendo.

Y él se sentía como un hijo de puta. Tuvo la tentación de dar vuelta al bote y regresar al Trina.

No podía hacerlo. Era un hombre entregado a su trabajo y en situaciones semejantes casi siempre era un suicidio cambiar de idea. Además, Melis había llegado demasiado lejos para engañarla. Le acarició la mejilla.

– Buena suerte.

Conectó el temporizador para que la bengala de salvamento se disparara dentro de tres minutos, dejó caer su bulto impermeable por la borda y después saltó él mismo. Avanzó por el mar dando larguísimas brazadas. Le tomaría no menos de veinte minutos nadar hasta la isla desde donde Kelby vigilaba el barco. No tendría una bienvenida amistosa. Para ese momento habrían llevado a Melis al barco de Archer y Kelby probablemente se habría enterado.

Un silbido estridente sacudió el aire a sus espaldas.

Miró atrás por encima del hombro para ver la bengala de salvamento que estallaba en la oscuridad del cielo.

– ¿Qué demonios es eso? -Archer salió corriendo a cubierta con los ojos clavados en la bengala-. Destrex, enciende los reflectores.

Cogió los binoculares que le tendía el primer oficial. Al principio creyó que estaban siendo atacados pero Kelby no habría llamado la atención hacia su persona de una manera tan escandalosa. Y la posibilidad de que se tratara de un salvamento auténtico era mínima.

Su mirada barrió las aguas en la zona donde apareció la bengala. Nada.

– ¿Dónde están esos reflectores, maldita sea?

Los dedos de luz registraron la superficie del agua. Un bote de motor se balanceaba sobre las olas con el motor apagado.

– Está demasiado lejos para hundirlo -dijo Destrex-. Además, creo que está vacío.

Archer enfocó el bote.

Un destello blanco… Ajustó de nuevo el foco.

Una niñita de cabello dorado, sus delicadas muñecas atadas con una cuerda.

¡Melis!

Sí.

La excitación lo estremecía. Kelby había cedido. Era tan claro. La tenía.

Se volvió hacia Destrex.

– Ve y tráela. Revisa la gabarra, cerciórate de que no hay trampas cazabobos, pero tráemela.

Vio cómo Destrex y otros dos hombres bajaban un bote y partían, deslizándose sobre el agua. Y enseguida volvió a enfocar los binoculares sobre Melis. Era obvio que estaba inconsciente. ¿La habrían drogado? Para obligarla a ponerse ese vestido habían tenido que inmovilizarla de alguna manera. Eso habría despertado demasiados recuerdos de pesadilla.

Pero si Kelby la había obligado a ponérselo, eso quería decir sin lugar a dudas que se rendía en todos los frentes. No sólo entregaba a Melis, sino que la envolvía en el embalaje que Archer había escogido. En lo que sentía hacia ella no había definitivamente nada, ni una pizca de aprecio.

Destrex había llegado a la gabarra y la examinaba. Después levantó a Melis y se la entregó a uno de los dos hombres del bote. Regresaron a toda velocidad.

El corazón de Archer latía dolorosamente mientras veía cómo el bote se aproximaba a él. No estaba seguro de que fuera odio, lujuria o expectación lo que hacía que la sangre circulara como un torrente por sus venas. Y no tenía importancia. Ella llegaba.

Cuando vio cómo subían a Melis al barco, las manos de Kelby se cerraron con fuerza sobre los binoculares hasta que las venas comenzaron a hinchársele. En el bote estaba sin sentido, pero en ese momento comenzaba a agitarse.

Y cuando llegó a cubierta ya podía ponerse de pie.

Pero sólo por un instante. La mano de Archer golpeó con inquina y la derribó sobre cubierta.

– Jed.

Era Nicholas a sus espaldas.

Kelby no bajó los binoculares.

– Ahora no, hijo de puta.

Uno de los hombres levantó a Melis y la empujó hacia la escalera que conducía a los camarotes. La chica desapareció de su vista.

Kelby se volvió con celeridad hacia Nicholas. La furia que lo invadía apenas le permitía hablar.

– Hijo de puta, ¿qué has hecho?

– Lo que Melis quería. Desde el inicio el plan fue suyo. No ibas a dejar que participara, así que se lanzó ella misma.

– Con tu ayuda, maldita sea.

– Hubiera hallado la vía para ir sola. Te equivocaste, Jed. No hay forma de mantenerla fuera de esto.

– No me diste la menor oportunidad.

– No, porque si estuviera en el lugar de ella, sentiría lo mismo. Tiene que hacerlo. Tiene que cobrársela. En Cadora se sintió timada. Además, necesitábamos esa distracción.

La imagen de Melis caída sobre cubierta apareció de nuevo ante Kelby.

– Él la tiene.

– Entonces, vamos a rescatarla antes de que le haga mucho daño. Te he traído el traje de inmersión y el equipo -dijo Nicholas-. Melis hará estallar los explosivos a la una y cuarenta y cinco. Eso nos da algo más de una hora para llegar nadando hasta allí y ponernos en posición. Cuando tenga lugar la explosión todo el mundo correrá hacia la cocina. Ésa será nuestra oportunidad de subir a bordo. Después, todo depende de nosotros. Le dije a Melis que se escondiera después de lanzar los explosivos y que permaneciera oculta.

– Si todavía está viva.

– Es muy lista, Jed. No va a hacer ninguna tontería.

Kelby lo sabía pero eso no hacía desaparecer el miedo que lo devoraba. Tenía que sobreponerse o no podría actuar.

– Bien, ¿dónde están los explosivos?

– En su zapato derecho -sonrió Nicholas -. En el izquierdo puse uno de mis estiletes favoritos y una llave maestra.

– ¿El acceso es fácil?

– Lo único que debe hacer es arrancar la tira trasera y arrancar la suela. Puede hacerlo con una sola mano.

– Pero tiene las dos atadas. ¿Fue idea tuya?

– Ya te dije que todo había sido idea de Melis. Si él no la desata, ella podrá usar el estilete. Será horrible pero podrá hacerlo.

– Si tiene la oportunidad.

– Sí. Si tiene la oportunidad.

– Pudiste impedírselo.

– Preferí no intentarlo. -Miró a los ojos de Kelby-. Puedes recriminarme todo lo que quieras. Eso no va a cambiar nada. Ya está hecho.

Tenía razón. Ya estaba hecho. Y no había manera de que Kelby pudiera dar marcha atrás en el tiempo.

El rostro de Nicholas se ablandó al ver la desesperación en la expresión de su amigo.

– Siento mucho que tuviera que ser así. Yo tampoco me siento bien con respecto a todo esto, Jed. Estoy muy preocupado.

– ¿Preocupado? No tienes ni puta idea. -Se volvió-. Vamos ya. ¿Dónde está mi traje de inmersión?

En las paredes del camarote había paneles dorados, calados, semejantes a encaje.

La cama estaba cubierta con un tapiz de terciopelo.

Melis, mareada, se recostó a la pared después de que el tripulante la empujara dentro del camarote de Archer. Era su pesadilla materializada. Había hasta lámparas marroquíes colocadas en el suelo a ambos lados de la cama.

¿Había oído el sonido de tambores? No, se trataba de su imaginación. Cerró los ojos para liberarse de la visión. Pero eso no eliminaba los recuerdos.

Entonces, apela a toda tu voluntad y bórralos. Ésa era la respuesta que Archer esperaba de ella. No permitas que se cumpla nada de lo que él quiera.

¿Qué hora era? Se obligó a abrir los ojos y miró el reloj de pared, en un marco dorado. Faltaban cincuenta minutos. Cincuenta minutos que tenía que pasar en aquel agujero infernal. Si se quedaba muy quieta y sólo miraba al techo podría soportarlo.

La puerta se abrió y allí estaba Archer, sonriéndole.

– Pareces un ratón encogido. ¿Dónde está tu dignidad, Melis?

Ella se enderezó trabajosamente.

– Te ha costado mucho trabajo. ¿Cuándo lo hiciste?

– Cuando llegué aquí desde Miami. No tenía la menor duda de que al final vendrías a este camarote. Era sólo cuestión de tiempo. Me divertí mucho seleccionando, combinando. Oía las cintas y después buscaba la mercancía. Eso hacía que no me aburriera. -Sacudió la cabeza-. Es una lástima que no haya podido contemplar tu cara cuando viste esto por primera vez. Estaba algo enfadado o no lo habría olvidado. Tenía la intención de hacerlo. -Se desplazó hasta quedar frente a ella y le tocó el moretón en la quijada-. Kelby no fue tan suave contigo como habías esperado, ¿no es verdad?

– Es un hijo de puta. -Miró a Archer a los ojos-. Como tú.

– Tal para cual, ¿no? -Acarició con un dedo la cinta de satén rosado que tenía en el cabello -. Pero no debes echarle la culpa. Tú misma me dijiste que estaba enamorado de ese barco.

– No creí que me vendería de esta manera.

– ¿Aún no has aprendido que las putas son material gastable? Siempre hay otra. Pero tú eres muy especial. Noto que tengo un vínculo contigo. -Retrocedió un paso -. Y luces tan bien. Date la vuelta para que te vea.

– Vete al diablo. Archer la abofeteó.

– ¿Lo has olvidado? La desobediencia siempre se castiga. -Inclinó la cabeza a un lado -. Pero también te drogaban, ¿no es verdad? Para comenzar no quiero que estés llena de moretones. Quizá siga ese camino.

– ¡No! -Si la drogaban no podría actuar. Cuarenta y cinco minutos.

Ella giró en redondo.

– De nuevo. Más despacio.

Melis se mordió el labio inferior y obedeció.

– Niñita buena. -Miró hacia abajo, a los zapatos náuticos-. ¿Dónde están los zapatitos de charol que te mandé?

Melis logró que su expresión no mostrara el pánico que la había invadido.

– Para ponerme este vestido tuvieron que sujetarme. Cuando le di una patada en las pelotas, Kelby decidió que no me cambiaría los zapatos.

Archer rió entre dientes.

– Es obvio que no sabe cómo manejar a las niñas traviesas. Eso requiere cierta experiencia. -La sonrisa desapareció -. Pero no me mandó el cofre contigo.

– Él no lo tiene. ¿Crees que lo iba a compartir con él? Es mío. Archer la miró con atención.

– Claro, veo que necesitabas contar con un seguro. Y, después de todo, él tiene Marinth.

– Y ese maldito barco.

– Qué amargura. Discutiremos después lo del cofre. Ahora ve a la cama y tiéndete.

Ella negó con la cabeza.

– Vaya, te has puesto pálida. Es una cama blanda, encantadora. ¿Y sabes qué vamos a hacer ahí? Vamos a tendernos juntos y a oír las cintas. Y yo voy a contemplar tu cara. Me resulta difícil decirte cómo añoraba eso cuando te telefoneaba. Quería ver todas tus expresiones.

– Yo… yo no puedo hacerlo.

– No me obligues a utilizar las drogas. Eso podría debilitar tus emociones. Mira la cama.

Terciopelo rojo y cojines.

– Ahora, ve hacia allí y siéntate. Iremos lentamente, me gusta la lentitud.

Pero cada momento sería un siglo. Melis atravesó el camarote y se sentó a un lado de la cama.

– Odias que ese terciopelo entre en contacto con tu piel, ¿no es verdad?

– Sí. -Habían transcurrido solo dos minutos -. No puedo soportarlo.

– Te sorprenderá lo que puedes soportar. Exploraremos eso tras oír las cintas. -Archer se acostó y dio unas palmadas sobre la cama-. Acuéstate junto a papaíto, querida. ¿Eso era lo que te decían muchos de ellos?

Ella asintió, con movimientos espasmódicos.

– Te… te daré los papeles si me dejas salir de aquí.

– A su tiempo. Acuéstate, Melis.

Habían transcurrido otros dos minutos.

– Desátame.

– Pero te prefiero así. Di por favor.

– Por favor.

Archer sacó una navaja de bolsillo y cortó las cuerdas.

– Acuéstate o volveré a atarte.

Ella se reclinó lentamente sobre las almohadas.

Oh, dios, iba a ocurrir de nuevo.

Iba a gritar.

No, ella podía controlarse. No iba a ocurrir. Sólo tenía que resistir.

Que afrontarlo.

¿Aquella era la voz de Carolyn?

– Tu expresión no tiene precio -dijo Archer con voz ronca, su mirada hambrienta clavada en el rostro de ella-. Me encantaría tener a mano una cámara. Tendré que acordarme de eso la próxima vez. -Estiró el brazo y encendió la grabadora sobre la mesa de noche-. Pero ahora estoy demasiado impaciente. Tengo que contemplarte…

Entonces ella oyó su propia voz en la cinta.