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– No quiero oír eso. Tengo que verlo con mis propios ojos. – Su mirada se desplazó hacía el césped perfectamente podado más allá de la ventana -. ¿Qué hacía Kelby aquí?

– Sobre todo, revolviendo el hospital. No me dejaban pasar a tu habitación pero él no tuvo el menor problema. Y antes de venir aquí estuvo ayudando a los guardacostas en la búsqueda. Tú no lo conocías, ¿verdad?

– No lo había visto antes. Pero Phil me dijo que Kelby trataba de ponerse en contacto con él. ¿Sabes qué quería?

Gary negó con la cabeza.

– Quizá Cal lo sepa.

Melis lo dudaba. No importa cuál fuera el negocio que Phil tenía con Kelby, era indudable que formaba parte del letal escenario que le había arrebatado la vida. Y se trataba de un negocio que él no había querido compartir ni siquiera con sus amigos más cercanos.

Dios, pensaba en él como si se tratara de un muerto. Aceptaba sin chistar lo que le habían dicho. No podía hacerlo.

– Ve y tráeme a Kelby, Gary. Dile que me saque de aquí.

– ¿Qué?

– Dijiste que podía tocar algunas teclas. Dile que lo haga. No creo que tengas ningún problema. Vino aquí porque quiere algo de mí. Pues no podrá sacarme nada mientras yo esté en este hospital. Seguro que me quiere fuera.

– ¿Aunque no sea bueno para ti?

Melis recordó la impresión de dureza férrea que le había dado Kelby.

– Eso no le importará. Dile que me saque de aquí.

– De acuerdo -dijo Gary, con una sonrisa-. Pero sigo pensando que no deberías hacerlo. A Phil no le hubiera gustado eso.

– Sabes que Phil siempre me dejaba hacer exactamente lo que yo quería. Así tenía menos molestias. -Tuvo que serenar la voz -. Te pido que no discutas conmigo, por favor, Gary. Hoy tengo ciertos problemas emocionales.

– Lo estás haciendo muy bien. Siempre lo haces muy bien -dijo y abandonó de prisa la habitación.

Pobre Gary, no estaba acostumbrado a que ella no estuviera al mando y eso le preocupaba. Ella también se sentía preocupada: no le gustaba sentirse tan indefensa.

No, indefensa no. Rechazó aquella palabra al instante. Siempre habría algo que pudiera hacer, otro camino por el que continuar. Solo estaba triste y enojada, llena de desesperación. Pero nunca indefensa. Lo que sucedía era que en ese preciso momento no podía ver cuál de los caminos era el mejor para ella.

Pero era mejor que tomara pronto una decisión. Kelby la rondaba y ella se había visto obligada a dejar que se le aproximara. El utilizaría aquella puerta entreabierta para ganar puntos y fortalecer su posición.

Melis se reclinó en el asiento e intentó relajarse. Debería descansar y hacer acopio de todas sus fuerzas mientras tuviera esa posibilidad. Tendría que usar todos sus recursos para empujar a Kelby y volver a cerrar aquella puerta de un tirón.

Kelby sonrió divertido mientras contemplaba cómo Melis Nemid caminaba hacia la entrada principal. La seguía una monja que empujaba la silla de ruedas que Melis debió de ocupar, y eso no le gustaba.

Recordó momentáneamente la primera impresión de fragilidad que le había causado Melis. Aquel halo provocativo de delicadeza seguía allí, pero estaba compensado por la fuerza y vitalidad de su persona, por su manera de moverse. Desde el momento en que había abierto los ojos supo que ella era una fuerza que era necesario tomar en consideración. ¿Cómo había podido controlarla un soñador como Lontana? Quizá era ella la que lo controlaba a él. Eso era con mucho lo más probable.

Melis se detuvo frente a él.

– Supongo que debo agradecerle que me evitara todo ese papeleo y los obligara a dejarme marchar.

– Esto no es una prisión, señorita Nemid -dijo la enfermera con sequedad -. Solo necesitábamos estar seguros de que iba a estar bien cuidada. Y debió permitirme que siguiera el protocolo y la llevara en la silla de ruedas.

– Gracias, hermana. De aquí en adelante yo la cuidaré. – Kelby tomó a Melis por el brazo y la empujó con delicadeza hacía la puerta-. Esta noche tiene una cita con la policía para dar su declaración. Me he ocupado de todo el papeleo médico y de recoger sus recetas.

– ¿Qué recetas?

– Solo unos sedantes en caso de que le hagan falta.

– No los necesitaré. -Ella apartó su brazo de la mano del hombre -. Y puede mandarme la factura.

– Estupendo. Siempre he estado a favor de que todo sea tratado de manera igualitaria. -Abrió la portezuela del coche aparcado delante del hospital -. Le diré a Wilson que le mande la factura a primeros de mes.

– ¿Quién es Wilson? Me suena a mayordomo.

– Es mi asistente. Hace que siga siendo solvente.

– No cuesta tanto.

– Se sorprendería. Algunas de mis exploraciones tienen un fuerte impacto en mis corporaciones. Entre.

Ella negó con la cabeza.

– Voy al puesto de los guardacostas.

– No le servirá de nada. Han abandonado la búsqueda.

Eso la estremeció.

– ¿Ya?

– Han surgido varias preguntas relativas al estado mental de Lontana. -Hizo una pausa-. No fue un accidente. Han recuperado restos de explosivo plástico y un temporizador entre los restos del barco. ¿Cree que él mismo pudo haber colocado el explosivo?

– ¿Qué? -Melis abrió desmesuradamente los ojos.

– Tiene que considerar esa posibilidad.

– No voy a considerar nada por el estilo. No es una posibilidad. Phil se sintió preocupado cuando su barco se detuvo en alta mar y bajó a la sala de máquinas a ver qué ocurría.

– Eso fue lo que Gary les explicó a los guardacostas, pero Lontana no dijo nada que permitiera eliminar claramente la posibilidad de un suicidio.

– Eso no me importa. Phil disfrutaba cada minuto de su vida. Era como un niño. Siempre encontraba una nueva aventura al doblar la esquina.

– Me temo que ésta fue su última aventura. Desde los primeros momentos nadie tuvo muchas esperanzas de que hubiera sobrevivido.

– Siempre hay esperanzas. -Ella comenzó a alejarse -. Phil se merece tener una oportunidad.

– Nadie lo está privando de esa oportunidad. Simplemente le estoy contando que… ¿Adonde va?

– Tengo que verlo con mis propios ojos. Alquilaré un bote de motor en los muelles y…

– Su amigo Gary St. George la espera a bordo del Trina. Dijo que usted estaba decidida a continuar la búsqueda. Dentro de una hora podemos estar en el sitio donde estalló el Último hogar.

Ella titubeó.

– ¿Algo le molesta?

– Un pie metido en la puerta. Él rió para sus adentros.

– Es verdad. Pero cuando le dijo a St. George que acudiera a mí para que la sacara del hospital sabía en lo que se metía. Juegue según las reglas.

– Para mí no es un juego.

La sonrisa del hombre desapareció.

– No, puedo ver que no lo es. Lo siento. Para mí es usted una incógnita. Quizá he confundido la dureza con la insensibilidad. – Se encogió de hombros -. Vamos. Este viaje es gratis. Sin obligaciones, sin deudas.

Ella lo contempló durante unos instantes, se volvió y entró en el coche.

– Lo creeré cuando lo vea.

– Lo mismo digo. Para mí, esto también es una sorpresa.

Registraron la zona del desastre durante toda la tarde y solo hallaron algunos restos del naufragio. Las esperanzas de Melis se desvanecían a medida que pasaban las horas.

Phil no estaba allí. No importaba cuánto empeño pusiera ella, con cuánta dedicación lo buscara, él nunca volvería a estar allí. El mar de color turquesa era tan hermoso y sereno en ese lugar que parecía una obscenidad que pudiera contener tal horror, pensó con aturdimiento.

Pero no era el mar lo que había matado a Phil. Quizá fuera el sitio de su reposo eterno, pero no su asesino.

– ¿Quiere que hagamos otro pase? -preguntó Kelby con serenidad-. Podríamos describir un círculo más amplio.

– No. -Melis no se volvió para mirarlo -. Sería una pérdida de tiempo. No está aquí. ¿Va a decirme que ya me lo había advertido?