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– De si me querías lo suficiente. De que me siguieras.

– ¿Es algo así como una prueba? -Las manos de él se tensaron sobre los hombros de ella-. Sí, te quiero lo suficiente. Te seguiría hasta el infierno, ida y vuelta. ¿Eso es lo que querías oír?

La alegría la inundó.

– Sí.

– Entonces, ¿por qué demonios te largaste? Te hubiera dicho eso mismo cuando regresé al barco. Lo único que tenías que hacer era hablar conmigo.

– Tenía que dejarte escoger. Podrías haber leído la nota y decir: «a la mierda con esa zorra grosera». Te di la oportunidad de hacerlo.

– ¿Por qué?

– Prometí que no te ataría.

– Era yo quien estaba muy atado a ti.

– Pero ya no tenías razón para hacerlo. Tienes Marinth. Archer está muerto. Yo tenía que ser esa razón. La única razón. -Lo miró a los ojos -. Porque yo lo valgo, Kelby. Puedo darte más que Marinth, pero tienes que darme lo que yo necesito.

– ¿Y eso es?

– Creo… que te amo. -Melis se humedeció los brazos -. No, es verdad que te amo, sólo que me cuesta trabajo decírtelo. -Se llenó los pulmones de aire. Lo que iba a decir ahora le resultaba más difícil -: Y no quiero seguir estando sola.

– Dios mío. -La apretó contra sí y ocultó la cabeza de ella en su hombro -. Melis…

– No tienes que decir que me quieres. Prometí que no…

– A la mierda tu promesa. Nunca te la exigí. No la quiero. -La besó con fuerza-. Yo tampoco quiero estar solo. Ya me tenías contra las cuerdas antes incluso de que saliéramos de aquí. -Le tomó el rostro entre las manos -. Escúchame. Yo te amo. Te lo habría dicho hace mucho tiempo si no hubiera tenido miedo de que huyeras de mí. Agradecías mucho que lo nuestro fuera tan bello sin implicar compromiso alguno.

– Sólo estaba siendo justa contigo.

– No quiero que seas justa. Quiero que me hagas el amor, que comas conmigo, que duermas conmigo. -Hizo una pausa-. Y cuando estés absolutamente segura de que soy el hombre con el que quieres pasar los próximos setenta años, quiero que nuestro compromiso sea tan fuerte como el acero. ¿Entiendes?

Una sonrisa brillante iluminó el rostro de Melis.

– No tengo que esperar para estar segura.

– Sí, tienes que hacerlo. Porque conmigo no hay marcha atrás. Viste cómo era yo con respecto a Marinth. Multiplica eso por infinito y verás que difícil te lo pondría si quisieras dejarme. – Le rozó la frente con un beso -. Tendrías que irte a vivir con los delfines.

– No tengo los pulmones necesarios. -Entonces, es mejor que te quedes conmigo. Ella reclinó la cabeza sobre el pecho del hombre. -Creo que tienes razón -susurró.

Abandonaron Isla Lontana a la tarde siguiente.

Mientras la lancha aceleraba tras detenerse en las redes, Melis miró atrás a la isla, que resplandecía en la niebla vespertina.

– Es un sitio hermoso -dijo Kelby en voz baja-. Lo vas a extrañar.

– Durante un tiempo.

– Te compraré otra isla. Más grande, mejor.

Ella sonrió.

– Eso es propio de ti. No quiero una isla. Ahora no. Quiero quedarme contigo en el Trina. -Frunció el ceño -. ¿No puedes cambiarle el nombre?

– ¿Ya pretendes dominarme? ¿Le pongo tu nombre? -Por dios, no.

– ¿El de nuestro primer hijo? Los ojos de ella se abrieron más.

– Quizá -dijo con precaución-. ¿Ya estás pensando en un compromiso?

Él sonrió.

– No he dicho nuestro tercer o quinto hijo.

– Quizá Trina sea un buen nombre por un tiempo.

– Cobarde.

– Tienes que hacer que Marinth vuelva a la vida. Yo tengo que estudiar a los delfines que viven allí. Tengo la idea de que van a ser diferentes de todos los que he observado. Vamos a estar muy ocupados.

– Y tienes que cuidar a Pete y Susie. Ella asintió.

– Siempre.

– Pero los dejaste a mi cuidado.

– Si no hubieras venido a buscarme, yo habría regresado y habría encontrado una manera de tenerlos controlados. Son responsabilidad mía.

– Quizá después de todo necesites una isla. Me hablaste de todos los peligros que acechan a los delfines en libertad. ¿Estás segura de que no quieres que tengan un refugio seguro?

– No, no estoy segura. Eso depende de las condiciones. Si tú controlas el proyecto, tendrás poder para proteger a los delfines. – Sus labios se pusieron tensos-. Si no, podríamos reunidos a todos y llevarlos a un lugar seguro.

Él rió entre dientes.

– No me parece que este sitio aguante a todos esos centenares de delfines, pero podríamos intentarlo.

Melis sacudió la cabeza.

– Voy a legarle la isla a la fundación Salvar a los Delfines, en nombre de Carolyn. Eso irritará constantemente a Phil. Estoy segura de que pensó que finalmente se la devolvería. Sin barco. Sin isla. Tendrá que comenzar de cero.

– No lo creo.

– Dios mío. -La apretó contra sí y ocultó la cabeza de ella en su hombro -. Melis…

Hubo una nota en su voz que hizo que ella lo mirara a la cara.

– ¿No?

Kelby negó con la cabeza.

– ¿Está muerto? -susurró Melis.

– Cayó del acantilado.

– ¿Tú?

– No. Y eso es todo lo que pienso decir sobre ese tema.

Entonces, debió de haber sido Nicholas. Ella se quedó en silencio, dejando que la noticia se le asentara. Todos esos años trabajando con Phil, protegiéndolo. Parecía extraño aceptar que hubiera muerto.

– No siento otra cosa que alivio -dijo finalmente-. Tenía tanto miedo. Hubiera seguido intentando quitarte Marinth y yo no habría podido permitir que eso ocurriera. Todo eso es para ti.

Él sonrió.

– Todo, no.

– Es bueno saberlo.

Melis volvió a mirar atrás, a la isla. A esa distancia parecía más pequeña, más sola. Tantos años, tantos recuerdos de Pete y Susie.

Pero vendrían años mejores, surgirían recuerdos más ricos. ¿Qué pasaba por sentirse algo triste? Afróntalo.

Y ella sabía cómo hacerlo exactamente.

Extendió el brazo y cubrió la mano de Kelby con la suya.

Maravilla.

Iris Johansen

***