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—¿Qué quieres decir?

—iJoder!

Coyote, volvió a la cocina.

—Otras personas la han visto —adujo Nirgal—. Corren muchos rumores.

—Sé que.

—¡Los rumores son diarios! —gritó Coyote desde la cocina, y volvió a la sala de estar como una tromba—. ¡La gente la ve cada día! ¡Hasta hay una página en la red para relatar los encuentros! ¡La semana pasada había aparecido en dos sitios diferentes la misma noche, en Noachis y en Olympus! ¡En los dos extremos del mundo!

—Eso no prueba nada —objetó Sax con obstinación—. Dicen lo mismo de ti, y por lo visto estás vivo.

Coyote sacudió la cabeza con violencia.

—No, yo soy la excepción que confirma la regla. En cuanto al resto de la gente, cuando se afirma que se los ha visto en dos lugares a la vez significa que están muertos. Una señal infalible. —Se interrumpió, y anticipándose a la respuesta de Sax gritó:—¡Está muerta! ¡Acéptalo!

¡Murió en el asalto a Sabishii! Las tropas de la UNTA la capturaron, y a Iwao, Gene y Rya, a todos, los metieron en una habitación y los dejaron sin aire o apretaron el gatillo. ¡Eso fue lo que ocurrió! ¿Es que crees que eso es insólito? ¿Crees que la poli secreta no ha matado nunca disidentes y ha hecho desaparecer los cadáveres? ¡Pues sucede! ¡Vaya si sucede, incluso aquí, en tu precioso Marte, sí, y más de una vez! ¡Sabes que es cierto! Así es la gente, hace lo que sea, asesina y se justifica diciendo que está ganándose el sustento o alimentando a sus hijos o haciendo del mundo un lugar seguro. Y eso es todo. Asesinaron a Hiroko y a los demás. Nirgal y Sax miraban fijamente a Coyote, que temblaba y parecía a punto de acuchillar la pared. Sax carraspeó.

—Desmond… ¿por qué estás tan seguro?

—¡Porque la busqué! La busqué como nadie habría podido hacerlo. No está en ninguno de sus escondrijos. No está en ningún sitio. No consiguió escapar. En verdad nadie la ha visto desde lo de Sabishii. Por eso no hemos tenido noticias suyas. No era tan inhumana como para dejar pasar tanto tiempo sin hacernos saber que estaba viva.

—Pero yo la vi —insistió Sax.

—En una tormenta, dijiste. Supongo que en una situación apurada. La viste un momento: te sacó del apuro y luego se esfumó.

Sax parpadeó.

Coyote soltó una risa áspera.

—¡Clavado! Bien, sueñen con ella tanto como quieran. Pero no confundan el sueño con la realidad. Hiroko está muerta.

Callaron. Nirgal miró alternativamente a los dos hombres silenciosos.

—Yo también la he buscado —dijo, y al ver la cara de desolación de Sax añadió—: Todo es posible.

Coyote meneó la cabeza. Regresó a la cocina murmurando para sí. Sax traspasó a Nirgal con la mirada.

—Tal vez empiece a buscarla otra vez —dijo el joven. Sax asintió.

—De batida por el exterior —comentó Coyote.

Recientemente Harry Whitebook había descubierto un método para aumentar la tolerancia de los anímales al CO2 que consistía en introducir en los mamíferos un gen que codificaba ciertas características de la hemoglobina de los cocodrilos. Los cocodrilos podían permanecer mucho tiempo sumergidos sin respirar, y el CO2, que habría debido acumularse en la sangre, se disolvía y formaba iones de bicarbonato ligados a los aminoácidos de la hemoglobina en un complejo que permitía a esta proteína liberar moléculas de oxígeno. La alta tolerancia al CO2 se combinó así con la creciente eficiencia de la oxigenación, una adaptación elegante, bastante sencilla de introducir en los mamíferos (una vez que Whitebook mostró la manera de hacerlo) utilizando la tecnología de transcripción genética más moderna: se ensamblaban cadenas manufacturadas de la enzima fotoliasa de reparación del ADN y éstas fijaban la descripción del rasgo en el genoma durante el tratamiento gerontológico, alterando ligeramente las propiedades de la hemoglobina del sujeto.

Sax fue uno de los primeros en probarlo. Le atraía la idea porque hacía innecesaria las máscaras en el exterior y él pasaba mucho tiempo fuera. Los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera representaban todavía unos cuarenta milibares de los 500 al nivel del mar; el resto lo constituían 260 milibares de nitrógeno, 170 de oxígeno y 30 de un combinado de gases nobles. Por tanto, seguía habiendo demasiado CO2 para los humanos. Pero después de la transcripción Sax caminó al aire libre, observando la amplia variedad de animales con transcripciones similares que pululaban por el exterior. Todos ellos monstruos que se acomodaban en sus nichos ecológicos, en un confuso flujo de oleadas, extinciones, invasiones y retrocesos, buscando un equilibrio que no podía existir dado el clima cambiante. En otras palabras, nada diferente de la vida que habían llevado en el planeta Tierra; pero en Marte todo sucedía a un ritmo más rápido, espoleado por cambios, modificaciones, introducciones, transcripciones, traslados provocados por los humanos, intervenciones que daban buenos resultados, otras que salían mal, efectos involuntarios, imprevistos, inadvertidos. Algunos científicos serios habían abandonado cualquier pretensión de gobernar nada. «Que suceda lo que tenga que suceder», decía Spencer cuando llevaba encima una buena curda. El comentario ofendía la percepción de Michel de lo que era significativo, pero no podía hacerse nada al respecto a excepción de cambiar la manera de percibirlo. Contingencia, el flujo de la vida; en una palabra, evolución. De la palabra latina usada para referirse al desarrollo de un libro. Pero tampoco evolución dirigida, ni mucho menos. Evolución influenciada quizás, evolución acelerada sin duda (en algunos aspectos al menos). Pero no gobernada. No sabían lo que estaban haciendo y les llevaría algún tiempo acostumbrarse a ello.

Sax recorría la península de Da Vinci, un rectángulo limitado por los fiordos Simud, Shalbatana y Ravi, que desembocaban en el extremo meridional del golfo de Chryse. Al oeste, en las bocas de los fiordos Ares y Tiu, había dos islas, Copérnico y Galileo. Un rico entramado de tierra y mar, idóneo para la aparición de la vida: los técnicos de Da Vinci no podían haber escogido un sitio mejor, aunque Sax estaba seguro de que no se habían fijado en las tierras adyacentes cuando instalaron allí los laboratorios espaciales de la resistencia. Todo lo que habían tenido en cuenta era que el cráter tenía un borde grueso y estaba lejos de Burroughs y Sabishii. Habían tropezado con el paraíso, que les proporcionaría toda una vida de estudio sin necesidad de salir de casa.

Hidrología, biología de invasión, areología, ecología, ciencia de los materiales, física de las panículas, cosmología: todos esos campos interesaban sobremanera a Sax, pero buena parte de su trabajo cotidiano durante aquellos años se relacionaba con el clima. La península de Da Vinci sufría unos cambios brutales: tormentas cargadas de agua que viajaban hacia el sur cruzando el golfo, vientos katabáticos secos procedentes de las tierras altas del sur que se encauzaban por los cañones de los fiordos y originaban enormes olas con dirección norte en el mar. Debido a que estaban muy cerca del ecuador, el ciclo perihelio/afelio los afectaba mucho más que la inclinación ordinaria de las estaciones. El afelio llevaba tiempo frío al menos hasta los 20 grados de latitud al norte del ecuador, mientras que el perihelio abrasaba el ecuador tanto como el sur. Durante los eneros y los febreros, el aire calentado por el sol subía hasta la estratosfera, viraba al este en la tropopausa y se unía a las corrientes del chorro en sus circunnavegaciones. Las corrientes del chorro difluían alrededor de la mole de Tharsis; la corriente meridional traía agua de la bahía de Amazonis y la descargaba sobre Daedalia e Icaria, y a veces incluso en la cara occidental de las montañas de la cuenca de Argyre, donde se estaban formando glaciares. El brazo septentrional corría sobre las tierras altas de Tempe/Mareotis y luego sobre el mar del Norte, donde se cargaba del agua que alimentaba las continuas tormentas. Más al norte, sobre el casquete polar, el aire se enfriaba y caía sobre el planeta en rotación, originando vientos de superficie que soplaban desde el nordeste. Esos vientos secos y fríos se deslizaban a veces bajo el aire más cálido y húmedo de las brisas templadas del oeste y favorecían la formación de enormes frentes de cumulonimbos que subían desde el mar del Norte, cumulonimbos de veinte kilómetros de altura.