—¿En serio?
—Eso creo.
La joven cerró los ojos, como si pudiera verlo todo escrito en la cara interna de sus párpados, el universo entero. Sax sintió una aguda punzada de envidia, casi de pérdida. Siempre había deseado poseer esa capacidad de penetración, y ahí la tenía, junto a él en el barco. Era extraño presenciar la genialidad.
—¿Crees que esa teoría supondrá el fin de la física? —le preguntó él.
—No. Aunque gracias a ella podríamos elaborar las cuestiones fundamentales, es decir, las leyes básicas. Eso es perfectamente posible. Pero todo nivel de emergencia por encima de eso genera sus propios problemas. El trabajo de Taneev sólo raspa la superficie en ese aspecto. Es como en el ajedrez: podemos conocer todas las reglas, pero eso no garantiza que juguemos bien, porque las propiedades emergentes, como por ejemplo que las piezas son más fuertes si ocupan el centro del tablero, no figuran entre las reglas, se derivan de la aplicación conjunta de ellas.
—Como el clima.
—Exacto. Siempre hemos entendido mejor las tormentas que el clima. Las interacciones de los elementos son demasiado complejas.
—Eso es holonomia, el estudio global de un sistema.
—Que por el momento es poco más que especulación, y si funciona pondrá las bases de una ciencia.
—¿Y qué me dices de los plasmas?
—Son muy homogéneos. Intervienen muy pocos factores, por tanto pueden explicarse mediante el análisis de las redes de spin.
—No estaría nada mal que explicaras eso al grupo que trabaja en la fusión.
—¿De veras? —dijo ella, sorprendida.
—Sí.
Se levantó un viento brusco y durante unos minutos se concentraron en el comportamiento del barco, en el mástil que recogía las velas con un sonoro siseo y las reajustaba para hacer frente a la recia brisa. La luz chispeaba en los cabellos negros de Bao, que llevaba recogidos en la nuca, y a lo lejos se perfilaban los acantilados de Da Vinci. Redes que temblaban al tacto del sol… Pero no, él no podía verlas, tuviera los ojos abiertos o cerrados.
—¿Alguna vez te has parado a pensar que eres una de las primeras matemáticas importantes? —preguntó Sax con cautela.
La pregunta pareció incomodarla, pues lo miró y luego volvió la cabeza. Evidentemente lo había pensado.
—Los átomos de un plasma se mueven siguiendo pautas que son grandes fractales de las pautas de la red de spin —dijo por toda respuesta.
Sax asintió e hizo algunas preguntas más sobre el tema. Tenía la impresión de que la joven podía ser de gran ayuda para resolver los problemas del grupo de Da Vinci para crear un aparato de fusión ligero.
—¿Has hecho alguna vez ingeniería o algo de física?
—Soy una física —dijo ella, afrentada.
—En todo caso, una física matemática. Me refería a la parte de ingeniería.
—Todo es física.
—Cierto.
Sax sólo insistió una vez más, de forma indirecta.
—¿Cuándo empezaste a estudiar matemáticas?
—Mi madre me introdujo en las ecuaciones cuadráticas a los cuatro años, además de otros juegos matemáticos. Era una estadística entusiasmada con su especialidad.
—Y las escuelas de Dorsa Brevia…
—Estaban bien, pero la matemática es algo que aprendí sobre todo leyendo y a través de la correspondencia con el departamento de Sabishii.
—Comprendo.
Y después comentaron los últimos resultados del CERN, hablaron del clima, de la capacidad del velero para navegar sin apenas desviarse. La semana siguiente la joven volvió a acompañarlo, esta vez en uno de sus paseos por los acantilados de la península. A Sax le reportó un gran placer mostrarle un pequeño pedazo de tundra. Y poco a poco, ella consiguió convencerle de que estaban a punto de comprender lo que sucedía en el nivel de Planck, algo extraordinario para Sax, intuir ese nivel y hacer las especulaciones y deducciones necesarias para explicarlo y comprenderlo, creando una física compleja y poderosa para un dominio tan pequeño y tan fuera del alcance de los sentidos, el tejido de la realidad. Impresionante. Aunque los dos concordaban en que, como había ocurrido con teorías anteriores, dejaba muchas cuestiones fundamentales sin resolver. Era inevitable. Bajo el sol, podían tenderse uno junto a otro sobre la hierba y observar los pétalos de una flor de la tundra con extremada atención, y sin importar lo que estuviera ocurriendo en el nivel de Planck, allí y entonces el azul de los pétalos resplandecía bajo la luz con un misterioso poder hipnótico.
Tenderse en la hierba también ponía de manifiesto el alcance de la fusión del permafrost. Sobre el suelo aún helado la superficie se encharcaba y se formaban zonas pantanosas. Cuando Sax se puso de pie, el viento enfrió súbitamente la parte frontal de su cuerpo, y él tendió los brazos hacia el sol, hacia la lluvia de fotones vibrantes que atravesaba las redes de spin. De camino al rover le dijo a Bao que en muchos lugares el calor generado por las plantas de energía nuclear era canalizado a galerías capilares que penetraban en el permafrost, lo cual causaba problemas en las zonas húmedas, donde el agua tendía a estancarse en la superficie. La tierra se derretía, por así decirlo, y formaba un bioma muy activo. Los rojos se quejaban, aunque lo cierto era que buena parte de las tierras que se habrían visto afectadas por la fusión del permafrost estaban ahora bajo las aguas del mar del Norte; lo poco que quedaba emergido sería protegido como pantanos y marjales.
El resto de la hidrosfera ejercía una acción transformadora sobre la superficie igualmente radical. Era inevitable: el agua era un enérgico agente excavador de la roca, aunque no lo pareciera cuando se contemplaba la red de plata de una cascada derramarse por un acantilado y convertirse en bruma blanca mucho antes de alcanzar el mar. Sin embargo, podían verse también las gigantescas olas que bramaban y batían las paredes de roca con tanta violencia que el suelo temblaba. Unos cuantos millones de años así y la erosión de esos acantilados sería significativa.
—¿Has visto alguna vez los cañones ribereños? —le preguntó ella.
—Sí, he visitado Nirgal Vallis. Me sorprendió la satisfacción que se siente al ver correr agua en el fondo. Parece tan adecuado. Una buena experiencia.
—No sabía que hubiera tanta zona de tundra por aquí.
La tundra era la ecología dominante en la mayor parte de las tierras altas meridionales, dijo Sax. Tundra y desierto. En la tundra, las partículas quedaban fijadas al suelo con firmeza; ningún viento podía arrastrar barro o arenas movedizas, de las que había grandes porciones que hacían peligroso viajar por ciertas regiones. Pero en los desiertos los fuertes vientos levantaban grandes cantidades de polvo que oscurecían la atmósfera, bajaban las temperaturas y causaban graves problemas allí donde se depositaban, como en la cuenca de Nirgal.
—¿Conoces a Nirgal? —preguntó, de pronto intrigado.
—No.
Las tormentas de arena de aquellos días no tenían ni punto de comparación con la Gran Tormenta, pero seguían siendo un factor a tener en cuenta. El suelo desértico formado por microbacterias era una de las soluciones más prometedoras, aunque sólo fijaba el centímetro superior de los depósitos, y si el viento desgarraba esa costra, lo que había debajo salía volando. No era un problema de fácil solución, y las tormentas de polvo los acompañarían durante siglos.
Con todo, tenían una hidrosfera activa, lo que significaba vida en todas partes.
La madre de Bao murió en un accidente de avión y ella, como la hija más joven, tuvo que regresar a casa y hacerse cargo de todo, incluyendo la casa familiar. La ultimogenitura en acción, según las normas del matriarcado de los hopi, le explicaron. Bao no sabía cuándo podría regresar; incluso cabía la posibilidad de que no regresara. Se mostraba resignada al respecto, como si fuera algo inevitable, retirada ya a un mundo interior. Sax sólo pudo agitar una mano para despedirla, y regresó caviloso a su habitación. Conseguirían desentrañar antes las leyes fundamentales del universo que aquellas que regían el comportamiento social, un sujeto de estudio particularmente oscuro. Llamó a Michel y comentó con él ese parecer, y Michel aseveró: