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—¿Qué?

—Me ha oído perfectamente.

—¿Eso se lo ha dicho Sax?

—No, le pregunté a Jackie sobre usted.

—Lo pensaré —repitió, y cortó la conexión.

Qué le vamos a hacer, pensó Zo. Pero al menos lo había intentado, y se sentía virtuosa, una sensación desagradable. Los issei tenían una extraña habilidad para arrastrarlo a uno a sus realidades, y además todos estaban locos.

Y eran impredecibles; al día siguiente Clayborne la llamó y dijo que iría con ella.

En persona Ann Clayborne ofrecía un aspecto tan castigado y marchito como Russell, y era aún más silenciosa y extraña: mordaz, lacónica, volátil y malhumorada. Apareció en el último momento con una mochila y una nueva y fina versión de consola de muñeca, negra. Su piel era de color avellana, llena de quistes, verrugas y cicatrices. Una larga vida pasada a la intemperie y en los primeros tiempos bajo un bombardeo intenso de rayos ultravioleta. En suma, estaba achicharrada. Una cabeza tostada, como los llamaban en Echus. Tenía los ojos grises y una fina raya por boca, y las líneas que iban de las comisuras de la boca a las fosas nasales parecían hachazos. No podía existir nada más severo que aquel rostro.

Pasó la semana de viaje a Júpiter en el pequeño parque de la nave, paseando entre los árboles. Zo prefería el comedor o la gran burbuja de observación, donde cada tarde se reunía un pequeño grupo que tomaba pastillas de pandorfo y jugaba al pillapilla, o fumaba opio y contemplaba las estrellas, y apenas vio a Ann en ese tiempo.

Pasaron sobre el cinturón de asteroides, ligeramente fuera del plano de la eclíptica, cerca de alguno de aquellos pequeños mundos ahuecados, sin duda, aunque no podían asegurarlo: las patatas de roca que aparecían en las pantallas de la nave podían ser cascaras vacías de minas abandonadas o albergar hermosas ciudades-estado ajardinadas, sociedades anárquicas y peligrosas, grupos religiosos o colectivos utópicos que disfrutaban de una paz dificil. La variedad tan amplia de sistemas que coexistían en un estado semianárquico hacía dudar a Zo del éxito de los planes de Jackie para organizar los satélites exteriores a la sombra de Marte; sospechaba que el cinturón de asteroides se convertiría en el modelo de la organización política futura del sistema solar. Pero Jackie discrepaba: la estructura política del cinturón venía determinada por su particular naturaleza, mundos diseminados en una ancha franja alrededor del sol. Por otra parte, los satélites exteriores se agrupaban alrededor de sus gigantes gaseosos y con toda seguridad formarían ligas, y además eran mundos tan enormes comparados con los asteroides que con el tiempo su elección de aliados en el sistema solar interior sería determinante.

Esto no convencía a Zo, y la deceleración los llevó al sistema joviano, donde podría comprobar si las teorías de Jackie tenían alguna validez. La nave trazó varias diagonales a través de los galileos para disminuir la velocidad y disfrutaron de unos magníficos primeros planos de las cuatro grandes lunas, que tenían ambiciosos planes de terraformación ya en marcha; en las tres exteriores, Calisto, Ganímedes y Europa, había problemas similares que resolver: estaban cubiertas de hielo de agua, Calisto y Ganímedes hasta una profundidad de mil kilómetros, y Europa hasta los cien. El agua no era rara en el sistema solar exterior, pero tampoco podía decirse que fuera ubicua, y por eso los mundos acuosos tenían algo con lo que comerciar. La superficie helada de las tres lunas estaba cubiena de rocas, vestigios de impactos de meteoritos en su mayor parte, condrito carbonoso, un material de construcción muy versátil. A su llegada, unos treinta años marcianos antes, los colonos habían fundido los condritos y construido las estructuras de las tiendas con nanotubo de carbono similar al utilizado en el ascensor espacial de Marte, y después de cubrir espacios de veinte o cincuenta kilómetros de diámetro con material de tienda de múltiples capas, habían diseminado debajo roca triturada para crear una delgada capa de suelo alrededor de los lagos que habían producido fundiendo el hielo.

En Calisto la ciudad-tienda se llamaba Lago Ginebra; allí tenía que encontrarse la delegación marciana con los diferentes líderes y grupos políticos de la Liga Joviana. Como de costumbre, Zo intervenía en calidad de funcionaría menor u observadora, y buscaría la oportunidad de transmitir los mensajes de Jackie a la gente que actuaría discretamente.

La reunión de aquel día formaba parte de una serie bianual que los jovianos celebraban para discutir la terraformación de los galileos, y por tanto era un contexto propicio para exponer los intereses de Jackie. Zo se sentó al fondo de la sala con Ann, que había decidido asistir. Los problemas técnicos de la terraformación de aquellas lunas eran grandes en escala, pero simples en concepto. Calisto, Ganímedes y Europa seguían un proceso similar, al menos en principio: unos reactores móviles de fusión recorrerían las superficies calentando el hielo y enviando gases a unas rudimentarias atmósferas de hidrógeno y oxigeno. Con el tiempo contaban tener cinturones ecuatoriales en los que se habría distribuido roca triturada para crear un suelo que cubriera el hielo; las temperaturas atmosféricas se mantendrían en torno al punto de congelación, y podrían establecerse ecologías de tundra alrededor de un rosario de lagos ecuatoriales, en una atmósfera respirable de oxígeno/hidrógeno.

Io, la luna interior, planteaba más dificultades, lo que la hacía más fascinante. Disparaban sobre ella grandes misiles de hielo y caldarios desde las otras lunas; al estar tan cerca de Júpiter apenas tenia agua y su superficie estaba formada por capas alternas de basalto y azufre; éste último se desparramaba sobre la superficie en espectaculares nubes volcánicas provocadas por las mareas gravitatorias de Júpiter y los otros galileos. El plan de terraformación de Io era a larguísimo plazo y sería impulsado en parte por la infusión de bacterias que se alimentaban en los arroyos de azufre que rodeaban los volcanes.

Los cuatro proyectos se veían frenados por la falta de luz, y se estaban construyendo unos espejos espaciales de increíble tamaño en los puntos de Lagrange de Júpiter, donde las complicaciones originadas por los campos gravitatorios del sistema joviano eran menores; la luz del sol sería dirigida desde los espejos a los ecuadores de las cuatro lunas, atrapadas en la marea gravitatoria de Júpiter, de modo que la duración de sus días solares dependía de la longitud de sus órbitas alrededor del planeta, que iban de las cuarenta y dos horas de Io a los quince días de Calisto; y fuese cual fuere la duración del día, recibían un cuatro por ciento de la insolación recibida en la Tierra, que en realidad era excesiva, ya que el cuatro por ciento era una gran cantidad de luz, diecisiete mil veces la luz de la luna llena en la Tierra, pero sin el suficiente calor para terraformar. Por tanto tomaban luz de donde podían: Lago Ginebra y las colonias de las otras lunas estaban situadas de cara a Júpiter para aprovechar la luz reflejada por el gigantesco globo, y en la atmósfera superior de éste flotaban linternas de gas que quemaban el helio, originando puntos demasiado brillantes para mirarlos directamente más de un segundo; los ingenios de fusión estaban suspendidos delante de discos reflectantes electromagneticos que vertían toda la luz en el plano de la eclíptica del planeta, y el gigante con franjas ofrecía ahora un aspecto aún más espectacular gracias a los puntos dolorosamente brillantes de las aproximadamente veinte linternas de gas.

Los espejos espaciales y las linternas de gas por sí solos no proporcionarían a las colonias más de la mitad de la luz que recibía Marte, pero era todo lo que podían hacer. Así era la vida en el sistema solar exterior, un asunto en cierto modo oscuro en opinión de Zo. Incluso para reunir esa cantidad de luz se requeriría una infraestructura formidable, y ahí era donde intervenía la delegación marciana. Jackie había optado por ofrecer mucha ayuda, incluyendo más ingenios de fusión y linternas de gas, y también la experiencia marciana en espejos orbitales y técnicas de terraformación a través de una asociación de cooperativas aeroespaciales interesadas en conseguir proyectos ahora que la situación en el espacio marciano se había estabilizado. Contribuirían con capital y experiencia a cambio de acuerdos comerciales favorables, helio de la atmósfera superior de Júpiter y la oportunidad de explorar, explotar y participar en las obras de terraformación de las dieciocho lunas de Júpiter.