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Maya no podía haber odiado más aquella ocurrencia. Una inmersión en las ruinas del pasado, semejantes a sales repelentes pero tonificantes, bueno, era aceptable e incluso saludable. Pero la obsesión por el pasado era repugnante. De buena gana habría arrojado a los jóvenes por la barandilla. Michel aceptó entrevistar a los supervivientes de los Primeros Cien para poner el proyecto en marcha. Maya se levantó, fue hasta la barandilla y se apoyó en ella. Abajo, sobre las aguas oscuras, luminosos penachos de espuma coronaban las olas.

Una joven se acercó y se acodó en la barandilla junto a ella.

—Me llamo Vendana —le dijo, sin apartar los ojos de las olas—. Soy el agente político local del partido verde este año. —Tenía un hermoso perfil anguloso, facciones indias clásicas: piel olivácea, cejas negras, nariz larga, boca pequeña, ojos marrones de mirada sagaz e inteligente… era increíble lo mucho que podía decir una cara. Maya estaba convencida de que captaba lo esencial de una persona a primera vista, lo cual resultaba muy útil, dado que las declaraciones de los jóvenes nativos en esos tiempos la desconcertaban. Necesitaba esa primera percepción.

No obstante, comprendía el espíritu verde, o al menos eso creía, aunque lo habría catalogado como una ideología arcaica, en vista de que Marte ya era verde, y también azul.

—¿Qué se te ofrece?

—Jackie Boone y los candidatos a los cargos de esta zona han iniciado una gira electoral —dijo Vendana—. Si Jackie vuelve a ser cabeza de lista y entra en el consejo ejecutivo, continuará con el plan de su partido de prohibir toda inmigración terrana. Es lo que se propone, y ha apostado fuerte. En su opinión los inmigrantes pueden desviarse a cualquier otro punto del sistema solar. Eso no es cierto, pero es una postura que agrada en ciertos sectores. Evidentemente, a los terranos no les hace ninguna gracia. Si Marte Libre gana con un programa aislacionista, tememos que la Tierra reaccione mal. Se enfrentan a problemas de difícil solución, y necesitan lo que les ofrezcamos, por poco que sea. Nos acusarán de violar el tratado que ustedes negociaron y pueden llegar a declarar la guerra.

Maya asintió; se había percatado de la creciente tensión entre la Tierra y Marte, y a pesar de las declaraciones tranquilizadoras de Michel, ella siempre había sabido que se llegaría a eso, lo había anticipado.

—Jackie tiene detrás muchos grupos que la respaldan —prosiguió la joven—, y hace años que Marte Libre goza de una amplia mayoría en el gobierno global. Además han llenado los tribunales medioambientales con sus partidarios, que apoyarán sus propuestas. Nuestra política es mantenernos dentro de los límites del acuerdo que ustedes firmaron, e incluso ampliar un poco las cuotas de inmigración para ayudar a la Tierra en la medida de lo posible. Pero va a ser difícil pararle los pies a Jackie. Para serle sincera, ni siquiera sabemos cómo hacerlo, y por eso decidí preguntárselo a usted.

—¿Decidieron preguntarme cómo detenerla? —exclamó Maya, sorprendida.

—Sí, y nos gustaría que nos ayudase, porque hemos llegado a la conclusión de que es necesario sacarla de la escena política. Supuse que le interesaría.

Y miró a Maya con una sonrisa de complicidad.

Había algo vagamente familiar en aquel gesto desdeñoso de la boca, que, aunque ofensivo, era preferible a la mirada entusiasta de los jóvenes historiadores que incordiaban a Michel. Y cuanto más la consideraba, más atractiva le parecía la invitación: era un compromiso con el presente. La trivialidad de la política en esos tiempos la hastiaba, pero la política del momento siempre parecía estúpida y pueril y sólo después adquiría la apariencia de un respetable ejercicio, de historia inmutable. Y como la joven había dicho, aquella coyuntura era importante. Además, podía devolverla al centro de la actividad. Y por supuesto (aunque no era consciente de ello), cualquier cosa que sirviera para frustrar a Jackie comportaría satisfacciones.

—Cuéntame más —dijo Maya, alejándose para que los demás no pudieran oírlas. Y la joven alta e irónica la siguió.

Michel siempre había deseado hacer un viaje por el Gran Canal, y hacía poco le había propuesto a Maya abandonar Sabishii y volver a instalarse en Odessa para combatir sus trastornos mentales; incluso podían tomar un apartamento en el complejo de Praxis, donde habían vivido antes de la segunda revolución. Aquél era el único sitio que ella consideraba un hogar, aparte de la Colina Subterránea, que rehusaba visitar, y Michel creía que regresar a algo semejante al hogar la ayudaría. Maya accedió: se mudarían a Odessa; en realidad le daba igual. Y tampoco puso objeción a viajar hasta allí navegando por el Gran Canal, como deseaba Michel, aunque le era indiferente. Esos días no estaba segura de nada, no tenía opiniones ni preferencias, ése era el problema.

Vendana le dijo que la campaña de Jackie consistía en un crucero que recorrería el Gran Canal de norte a sur en una gran embarcación que hacía las veces de cuartel general. Allí estaban ahora, en el extremo norte del canal, preparándose en los Pasos.

Así que cuando los historiadores se marcharon, le dijo a Micheclass="underline"

—Vayamos a Odessa por el Gran Canal, como propusiste.

Michel se sintió complacido. De hecho, pareció aliviarle de una cierta melancolía que se había abatido sobre él tras la inmersión en Burroughs; el efecto de la experiencia sobre Maya le había parecido satisfactorio, pero quizá no beneficioso para él. Había mostrado una desacostumbrada reticencia a compartir sus impresiones, como si lo que representaba para él aquella gran capital hundida bajo las aguas le resultara abrumador, aunque no podía asegurarlo. El caso es que la buena respuesta de Maya a la experiencia y la inesperada oportunidad de visitar el Gran Canal (una ocasión gigantesca, en opinión de Maya) le hizo reír. Y a ella le gustó su reacción. Michel pensaba que Maya necesitaba mucha ayuda, pero ella sabía perfectamente que era él quien se debatía internamente.

Unos días más tarde subían por una pasarela a la cubierta de un esbelto velero con mástil y vela en una sola pieza de material blanco sin lustre con forma de ala de pájaro. El barco era una especie de ferry de pasajeros que bordeaba el mar del Norte en continuas circunnavegaciones. Cuando todos estuvieron a bordo salieron del pequeño puerto de Dumartheray impulsados con motor, viraron al este y empezaron el periplo manteniendo siempre la tierra a la vista. La velamástil resultó ser increíblemente flexible: se desplazaba y curvaba en respuesta a las órdenes de la IA para aprovechar los vientos.

En la segunda tarde de viaje por los Pasos, el resplandor rojizo del macizo de Elysium apareció en el horizonte contra el color jacinto del cielo, y también la costa continental, que parecía alzarse para ver el gran macizo del otro lado de la bahía; los acantilados alternaban con marismas, y a una larga extensión de arenas doradas siguió un acantilado aún más empinado de rojos estratos horizontales atravesados por bandas de color ébano y marfil y cuyas cornisas estaban recubiertas por un manto de hinojo marino y pastos y salpicadas de guano blanco. Las olas embestían sin tregua la base de aquella formidable pared. El viaje merecía la pena: el deslizamiento sobre las olas, la fuerza del viento, sobre todo por las tardes, la espuma, el aire salado (porque el mar del Norte se estaba volviendo salado) agitándole los cabellos, el blanco tapiz de la estela del barco, luminosa sobre el mar índigo… días hermosos que le hacían desear no abandonar nunca el barco, navegar alrededor del mundo eternamente, sin tocar tierra, y sin cambiar… Había oído que algunos vivían así, en gigantescos navios invernadero autosufidentes que surcaban el gran océano, una talasocracia…