Выбрать главу

—¡Oh, Michel! —exclamó aterrada—. ¡Pasa tan deprisa!

Él asintió, con los labios apretados. Había renunciado a seguir con su terapia, había dejado de señalar siempre el lado bueno de todo; ahora la trataba como a un igual y veía sus estados de ánimo como un aspecto de la verdad, simplemente lo que ella merecía. Pero a veces Maya extrañaba el consuelo.

Michel no le ofreció una negativa, ni un comentario esperanzador. Spencer había sido su amigo. En los años de Odessa, cuando Maya y Michel se peleaban, algunas veces él se iba a casa de Spencer, y sin duda se pasaban la noche bebiendo whisky y charlando. Si había alguien capaz de arrastrar a Spencer ése era Michel. Ahora estaba sentado en la cama, mirando por la ventana, como el viejo cansado que era. Ya no peleaban. Maya tenía la impresión de que a ella le habría hecho bien, habría quitado telarañas, la habría cargado de nuevo, pero Michel no respondía a las provocaciones. Él nunca había sido hombre belicoso, y puesto que ya no era su terapeuta tampoco pelearía en aras del bienestar de ella. Allí estaban, sentados en la cama. Si alguien entrara, pensó Maya, vería a una pareja tan vieja y cansada que ya ni se molestaba en hablar. Se sientan juntos, cada uno a solas con sus pensamientos.

—Bueno —dijo Michel después de un largo silencio—, pero aquí estamos.

Maya sonrió. El comentario esperanzador al fin, hecho con gran esfuerzo. Michel era un hombre valeroso, y había citado las primeras palabras pronunciadas en Marte. John tenía un extraño don para formular algunas cosas. «Aquí estamos.» Qué estupidez. Pero, ¿había querido expresar algo más que la obviedad de John, era más que una exclamación irreflexiva?

—Aquí estamos —repitio ella, saboreando la frase. En Marte. Primero una idea, luego un lugar. Y ahora se encontraban en el dormitorio de un apartamento casi vacío, no el mismo en que habían vivido, sino uno que hacía esquina y tenía unos ventanales que miraban al sur y al oeste. La gran curva del mar y las montañas decían Odessa, nigún otro lugar. Las viejas paredes de yeso estaban manchadas, los suelos de madera, oscurecidos y brillantes. Cruzando una puerta, la sala de estar, del vestíbulo a la cocina a través de otra. Tenían un colchon y un somier, un sofá, algunas sillas, unas cajas sin desembalar (sus antiguas posesiones, que habían sacado del almacén), unos muebles, curiosamente, rodaban por la vida de uno. Se sentiria mejor al verlos. Desempacarían, distribuirían los muebles, los usarían hasta que fuesen invisibles. El hábito cubriría de nuevo la desnuda realidad del mundo. Gracias a Dios.

Poco después se celebraron las elecciones globales y Marte Libre y su racimo de pequeños aliados volvieron a constituir la super-mayoría en el cuerpo legislativo. Sin embargo, su victoria no fue tan aplastante como esperaban y algunos de sus aliados refunfuñaban y buscaban acuerdos que les resultaran más ventajosos. Mángala era un hervidero de rumores y uno podía pasarse días enteros ante las pantallas leyendo los debates y previsiones de columnistas y analistas; con el tema de la inmigración sobre la mesa las apuestas eran más altas que nunca, la atmósfera de hormiguero alborotado de Mángala lo probaba. El resultado de las elecciones para el consejo ejecutivo era incierto y se rumoreaba que Jackie recibía ataques dentro de su propio partido.

Maya apagó la pantalla, pensando frenéticamente. Llamó a Athos, que se sorprendió al verla pero en seguida recuperó su deferencia habitual. Lo habían elegido representante por las ciudades de la bahía Nepenthes y se encontraba en Mángala trabajando denodadamente para los verdes, que habían obtenido excelentes resultados y tenían un sólido grupo de representantes y nuevas y numerosas alianzas.

—Deberías presentarte como candidato al consejo ejecutivo —le espetó Maya.

La sorpresa del hombre fue evidente.

—¿Yo?

—Tú —Maya habría querido decirle que se mirase al espejo y lo pensara, pero se mordió la lengua.— Causaste una gran impresión durante la campaña, y mucha gente que desea una política pro terrana no sabe a quién respaldar. Tú eres la mejor apuesta. Incluso podrías entrar en conversaciones con Marteprimero para convencerlos de que abandonen la coalición con Marte Libre. Promételes una posición moderada y un consejero, y amplias simpatías rojas.

La sugerencia pareció preocuparle. Si aun estaba ligado sentimentalmente a Jackie y presentaba su candidatura, tendría graves problemas, sobre todo si además cortejaba a Marteprimero. Pero después de la visita de Peter era probable que aquello no le preocupara tanto como durante las brillantes noches en el canal. Maya lo dejó rumiando la propuesta. Era tan fácil manipular a aquella gente.

Aunque no deseaba reconstruir su vida anterior en Odessa, sí quería trabajar, y en ese aspecto la hidrología había superado con mucho a la ergonomía (y la política, por supuesto) como su especialidad laboral. Además le interesaba enormemente el ciclo hidrológico de la cuenca de Hellas, quería descubrir hacia dónde se orientaba el trabajo ahora que la cuenca estaba llena. Michel tenía su práctica terapéutica y además participaría en el proyecto con los primeros colonos del que le habían hablado en Rhodos, y ella no quería quedarse con las manos en los bolsillos. De manera que después de desempacar y de amueblar el apartamento salió en busca de Aguas Profundas.

Habían convertido las viejas oficinas en un edificio de apartamentos en primera línea de mar, un paso inteligente, y el nombre de la empresa ya no constaba en el directorio, pero Diana aún vivía en la ciudad, en una de las grandes casas comunales de la parte alta, y se alegró mucho al verla. Fueron a comer juntas y la joven la puso al corriente de la hidrología local, que seguía siendo su ocupación.

—La mayor parte de la plantilla de Aguas Profundas fue a parar al Instituto del Mar de Hellas. —Éste era un grupo interdisciplinar compuesto por representantes de las cooperativas agrícolas y estaciones hidrológicas de la cuenca, así como de las pesquerías, Universidad de Odessa, las ciudades costeras y los asentamientos de las subcuencas del extenso borde de Hellas. Las ciudades costeras en particular estaban muy interesadas en estabilizar el nivel del mar justo por encima del antiguo límite de menos un kilómetro, unos centenares de metros más arriba que el nivel actual del mar del Norte—. No quieren que el nivel del mar varíe un solo metro si puede evitarse —dijo Diana—. Y el Gran Canal no sirve como vía de desagüe hacia el mar del Norte porque para que las esclusas funcionen es necesario que el agua circule en ambas direcciones. Así que se trata de compensar el aporte de los acuíferos y las precipitaciones con la pérdida por evaporación. De momentó ha ido bien. La evaporación es ligeramente superior a las precipitaciones en la cuenca, y cada año los acuíferos pierden unos cuantos metros. Con el tiempo eso se convertirá en un problema, pero no grave, porque hay una buena reserva de acuíferos y además han empezado a reabastecer algunos. Esperamos que la tasa de precipitaciones continuará aumentando como hasta ahora al menos durante un tiempo. En fin, ésa es nuestra principal preocupación, si la atmósfera absorberá más agua de los acuíferos de la que podemos suplir.

—¿No acabará la atmósfera hidratándose por completo?

—Tal vez. No sabemos con certeza cuánta humedad admitirán. Los estudios climáticos son una broma, si quiere saber mi opinión. Los modelos globales son demasiado complejos, hay demasiadas variables desconocidas. Por el momento lo único que sabemos es que el aire es aún muy seco y es probable que gane humedad. Así que cada cual piensa lo que quiere e intenta complacer sus expectativas, y los tribunales medioambientales les siguen la pista como buenamente pueden.