Y durante todo ese tiempo Nirgal anduvo por las tierras del interior, vagando como un nómada y hablando con salvajes y granjeros; y Maya, que albergaba muchas esperanzas en la presion marciana, esperaba que causara el habitual efecto sobre lo que Michel llamaba el inconsciente colectivo. Mientras tanto ella se enfrentaba como podía a esa otra faceta, la historia, la faceta más oscura, pues se entretejía con su vida y la devolvía a los presagios de su pasado en Odessa.
Se trataba, pues, de una especie de déjá vu maligno. Y entonces los déjá vus reales regresaron, absorbiendo la vida de todas las cosas, como siempre. Si la sensación era fugaz se sobresaltaba, un aterrador recordatorio, visto y no visto. Pero si duraba todo un día era una tortura, y una semana, el infierno. Según Michel, en las revistas médicas lo llamaban estado estereotemporal o bien sensación de ya vivido, y parecía ser un problema común entre los muy ancianos. Nada podía ser peor que aquello para sus emociones. Cuando ocurría, desde el momento en que se despertaba vivía cada instante como una exacta repetición de un instante pretérito, como si el concepto de Nietzsche del eterno retorno, la repetición infinita de todas las posibles series espaciotemporales, cobrara realidad en su experiencia. ¡Horrible! Y tenía que avanzar a trompicones por el ya vivido de esos días previstos, como un zombie, hasta que la maldición se levantaba, a veces lentamente, como se levanta una niebla espesa, otras como un brusco retorno al estado no estereotemporal, como cuando uno deja de ver doble y enfoca las cosas y aprecia su verdadera profundidad. De vuelta a lo real, con su bendita sensación de novedad, contingencia, ciego devenir, donde podía experimentar cada momento con sorpresa y sentir las familiares subidas y bajadas de su sinusoide emocional, una ola rompiendo contra la orilla que, aunque molesta, al menos significaba movimiento.
—Muy bien —dijo Michel cuando ella salió de uno de esos encantamientos, preguntándose sin duda cuál de las drogas del cóctel que le había administrado lo había conseguido.
—Tal vez si pudiera alcanzar el otro lado del presque vu… —dijo Maya débilmente—. Ni el deja ni el presque ni el jamáis, simplemente el vu.
—Una especie de iluminación —aventuró Michel—. Saton, o Epifanía. Una unión mística con el universo. Me han dicho que por lo general es un fenómeno de corta duración, una experiencia cumbre.
—¿Pero con residuo?
—Sí, después uno se siente mejor con el entorno. Pero la verdad es que para ello hay que alcanzar una cierta…
—¿Serenidad?
—No… bueno, sí. Una cierta tranquilidad mental, podría decirse.
—Que no va conmigo precisamente, quieres decir. Michel esbozó una sonrisa.
—Puede cultivarse. Uno puede prepararse para ella. Eso es lo que persigue el budismo zen, si lo he entendido correctamente.
Maya empezó a leer textos zen, pero todos lo dejaban claro: zen no era información sino comportamiento. Si el comportamiento de uno era correcto, era posible alcanzar la claridad mística aunque no seguro, e incluso si se alcanzaba, solía ser un episodio breve, una visión.
Estaba demasiado aferrada a sus hábitos para lograr esa clase de cambio de actitud mental, y desde luego no tenía el dominio de sus pensamientos necesario para preparar una experiencia cumbre. Vivía su vida y los disturbios mentales se entrometían en ella. Pensar en el pasado favorecía su manifestación al parecer, de manera que se ocupaba del presente cuanto podía. En eso consistía el zen, y llegó a ser toda una experta; al fin y al cabo había sido su estrategia instintiva de supervivencia durante años. Pero una experiencia cumbre… Ver por fin lo casi visto… Un presque vu se abatía sobre ella, el mundo adquiría esa aura de significado impreciso y poderoso en el limite de sus pensamientos, y ella empujaba, o se relajaba, o trataba de seguirlo, de atraparlo, intrigada, temerosa, esperanzada; y entonces se desvanecía y pasaba. Algún día, quizá… ¡cuánto la ayudaría, después! ¡Y a veces sentía tanta curiosidad por conocer lo que guardaba! ¿Qué era aquella comprensión que se cernía en esos momentos sobre su mente sin entrar en ella? Era demasiado real para ser una ilusión…
De manera que aunque al principio no lo supo, eso era lo que buscaba al aceptar la invitación de Nirgal de acompañarlo al festival de Olympus Mons. A Michel le pareció una gran idea. Una vez al año en la primavera septentrional la gente se reunía en la cima del Monte Olimpo, cerca del cráter Zp, para celebrar una fiesta en el interior de una cascada de tiendas con forma de medialuna, sobre baldosas de piedra y azulejos, una especie de réplica de aquella primera reunión para celebrar el final de la Gran Tormenta, durante la cual el asteroide de hielo había surcado llameante el cielo y John les había hablado de la venidera sociedad marciana.
Sociedad que podría decirse que ya había llegado, al menos ciertos momentos y lugares, pensó Maya mientras su tren subía por la pendiente del gran volcán. Estaban en Olympus en Ls 90, para recordar la promesa de John y celebrar su cumplimiento. La mayoría de los participantes eran jóvenes nativos, aunque también había muchos recién inmigrados que acudían a aquel festival tan famoso con la intención de pasar una semana haciendo música o bailando, o ambas cosas. Maya prefería bailar, porque no sabía tocar más que la pandereta. Y como había perdido de vista a todos sus amigos, a Michel, Nadia y Art, Sax, Marina y Ursula, Mary, Nirgal y Diana, pudo bailar con extraños y olvidarse de todo, limitarse a mirar los rostros luminosos de los que pasaban, diminutos pulsares de conciencia que gritaban: ¡Estoy vivo, estoy vivo, estoy vivo!
El baile se prolongaba toda la noche, una señal de que la asimilación se estaba produciendo, de que la areofanía tendía su red invisible sobre todo aquel que llegaba al planeta, de manera que sus tóxicos terranos se diluían, y la verdadera cultura marciana se alcanzaba al fin como una creación colectiva. Sí, y era bueno, pero no una experiencia culminante. Aquél no era lugar para eso, no para ella. La mano muerta del pasado pesaba demasiado allí, todo se conservaba casi intacto en la cumbre de Olympus Mons, el cielo aún negro y estrellado con una banda púrpura en el horizonte… Según Marina, habían llenado el inmenso borde de hoteles para alojar a los peregrinos en su circunnavegación por la cima, y había también refugios en la caldera, para los alpinistas rojos que se pasaban la vida en aquel mundo de convexos acantilados superpuestos. Era extraño lo que llegaba a hacer la gente, pensó Maya, y los extraños destinos que aguardaban en Marte en esos tiempos.
Pero no a ella en Olympus Mons; era demasiado alto, y por tanto estaba demasiado anclado en el pasado. No sería allí donde alcanzaría la experiencia que buscaba.
Sin embargo, tuvo ocasión de charlar largamente con Nirgal en el viaje de regreso a Odessa. Compartió con él las preocupaciones de Charlotte y Ariadne y él le habló de sus aventuras en las tierras salvajes, muchas de las cuales ilustraban el progreso de la asimilación.
—Al final ganaremos —predijo—. Marte es ahora el campo de la batalla entre pasado y futuro, y aunque el pasado es poderoso, todos nos dirijimos al futuro, y eso le confiere un poder inexorable, como el vacío que empuja hacia adelante. Últimamente casi puedo palparlo. —Y parecía feliz.
Entonces bajó el equipaje del estante y la besó en la mejilla. Estaba delgado y fuerte, y mientras se alejaba se volvió y dijo: