—Seguiremos trabajando en ello, ¿de acuerdo? Iré a visitaros a Odessa. Te quiero.
Y eso la hizo sentirse mejor, como siempre. Ninguna experiencia cumbre, sólo un viaje en tren con Nirgal, la oportunidad de conversar con aquel escurridizo nativo, aquel hijo bienamado.
Sin embargo, en Odessa continuó aquejada por los «episodios mentales», como Michel los llamaba. Esos «episodios» y otros semejantes eran bastante comunes entre los clientes de Michel de más edad. El tratamiento gerontológico parecía incapaz de preservar los recuerdos de sus cada vez más largos pasados. Y a medida que los recuerdos se desdibujaban, los incidentes aumentaban, hasta el punto de que algunos ancianos habían tenido que ser internados.
O bien morían. El número de miembros del Instituto de los Primeros Colonos para el que Michel continuaba trabajando mermaba año a año. Incluso Vlad murió. Después de ello Marina y Ursula se mudaron a Odessa. Nadia y Art vivían en Odessa Oeste, porque su hija, ya adulta, se había trasladado allí. Incluso Sax Russell tomó un apartamento en la ciudad, aunque pasaba la mayor parte del año en Da Vinci.
Para Maya esos cambios eran a la vez beneficiosos y perjudiciales. Beneficiosos porque amaba a todas aquellas personas y parecía que se estaban congregando en torno a ella, lo cual satisfacía su vanidad, y además le proporcionaba un gran placer estar con ellos. Se unió a Marina para ayudar a Ursula a superar la desaparición de Vlad. Al parecer ellos dos eran la verdadera pareja, aunque Marina y Ursula… en fin, el léxico relacionado con el ménage á trois era muy pobre. Ursula y Marina eran lo que quedaba, una pareja con una pena compartida, en nada distinta de las parejas de jóvenes nativos del mismo sexo que uno veía en Odessa, los hombres abrazados por la calle (una visión consoladora), las mujeres tomadas de la mano.
La hacía feliz verlas, o a Nadia, o a cualquiera del viejo clan. Pero no siempre podía recordar los incidentes que relataban como si fueran inolvidables, y eso la irritaba. Otra especie de jamáis vu, pero de su propia vida. Era mejor atender el momento, a trabajar en hidrología o en la próxima representación teatral, o sentarse a charlar en los bares con nuevos amigos o con completos desconocidos. Esperando que la iluminación se produjera un día…
Murió Samantha, y luego Jeremy, y aunque sus muertes estuvieron separadas por un par de años, después de tantas décadas durante las cuales nadie había desaparecido esa frecuencia parecía aterradoramente alta. Sobrellevaban los funerales lo mejor que podían mientras todo se ensombrecía alrededor, como en la cornisa cuando se acercaba una borrasca por los Hellespontus: las naciones terranas seguían enviando colonos no autorizados, la UN seguía amenazándolos, China e Indonesia se habían enzarzado en una lucha encarnizada, los ecosaboteadores rojos ponían bombas a diestro y siniestro, temerariamente, asesinando incluso. Y un día Michel entró en la casa acongojado:
—Yeli ha muerto.
—¿Qué? ¡No, oh, no!
—Una especie de arritmia cardíaca.
—¡Dios mío!
Maya no había visto a Yeli desde hacía años, pero perder a otro de los Primeros Cien, perder la oportunidad de volver a ver la tímida sonrisa de Yeli… No oyó el resto de lo que decía Michel, no ya por la pena, sino distraída por sus pensamientos, o por la autocompasión.
—Esto va a suceder cada vez más a menudo, ¿no es cierto? —dijo al fin cuando advirtió que Michel la miraba. Él suspiró.
—Seguramente.
Los sobrevivientes de los Primeros Cien volvieron a reunirse en Odessa para el funeral organizado por Michel. Maya aprendió mucho sobre Yeli de las intervenciones, sobre todo de la de Nadia. Dejó la Colina Subterránea para instalarse en Lasswitz, participó en la construcción de la ciudad y su cúpula y se convirtió en un experto en hidrología de acuíferos. En el 61 vagó de acá para allá con Nadia, tratando de reparar estructuras y mantenerse lejos de los conflictos, pero en Cairo, donde Maya lo había visto brevemente, se separó de los otros y no pudo escapar a Marineris. Dieron por supuesto que lo habían asesinado como a Sasha, pero se las había arreglado para sobrevivir, como buena parte de la población de Cairo, y después de la revolución se mudó a Sabishii y volvió a trabajar en los acuíferos, ligado a la resistencia, y contribuyó a convertir Sabishii en la capital del demimonde. Había vivido durante un tiempo con Mary Dunkel, y cuando Sabishii fue tomada por la UNTA, él y Mary pasaron a Odessa. Estaban allí para la celebración del nuevo año, que era la última vez que Maya recordaba haberlo visto. Despues Mary y el se separaron y fue a Zenzeni Na, donde se convirtió en uno de los lideres en la segunda revolución. Cuando Senzeni Na se unió a Nicosia, Sheffield y Cairo en la alianza de Tharsis Este, acudió a Sheffield para ayudar a calmar los ánimos en la ciudad. Después regresó a Senzeni Na, donde sirvió en el primer consejo independiente de la ciudad y con el tiempo terminó siendo uno de los ancianos de la comunidad, igual que muchos de los Primeros Cien en otros lugares. Se había casado con una nisei nigeriana con la que tuvo un hijo. Fue en dos ocasiones a Moscú, y era un popular comentarista de la televisión rusa. La muerte lo había sorprendido trabajando en el proyecto de la cuenca de Argyre con Peter, vaciando algunos grandes acuíferos bajo los Charitum Montes sin alterar la superficie. Una bisnieta suya que vivía en Calisto estaba embarazada. Y un día, durante un picnic en el agujero de transición de Senzeni Na, Yeli se desmayó y fue imposible reanimarlo.
Ahora eran los Dieciocho. Aunque Sax, hecho insólito, incluía provisionalmente a siete más, por la posibilidad de que el grupo de Hiroko estuviera vivo en alguna parte. Maya lo veía como una fantasía, pura ilusión, aunque Sax no fuera precisamente una persona proclive a las ilusiones, así que quizás hubiese algo de verdad en el rumor. De existencia indiscutible sólo quedaban dieciocho, y Mary, la más joven (a menos que Hiroko estuviera viva), tenía doscientos doce años, la más vieja, Ann, doscientos veintiséis; y Maya, doscientos veintiuno, un absurdo, pero ahí estaban, año 2206 en las noticias terranas…
—Pero hay gente en la segunda cincuentena —comentó Michel—, y es muy probable que el tratamiento siga funcionando durante mucho tiempo más. Tal vez no sea más que una desgraciada coincidencia.
—Tal vez.
Cada muerte parecía desgarrarlo. Se ensombrecía día a día, lo que irritaba a Maya. No había duda de que aún pensaba que debería haberse quedado en Provenza; aquélla era su ilusión, el hogar imaginario que persistía a pesar de que Marte era su hogar desde el momento en que había llegado, o desde que se uniera a Hiroko, ¡o quizás desde que había visto el planeta por primera vez en el cielo siendo niño! Nadie podía decir cuándo había sucedido, pero Marte era su hogar, y eso era obvio para todos menos para él. Seguía aferrado a Provenza y consideraba a Maya la responsable de su exilio y su tierra de exilio, y el cuerpo de Maya era el sustituto de Provenza, sus pechos las colinas, su vientre el valle, su sexo las playas y el océano. Era desde luego una empresa imposible ser la patria de alguien pero como se trataba de nostalgia y Michel consideraba beneficiosas las empresas imposibles, por lo general marchaba bien, y era inherente a la relación. Aunque a veces representaba una pesada carga para ella, y más que nunca cuando la muerte de uno de los Primeros Cien lo llevaba a ella y por tanto a pensar en el hogar.
Sax parecía enfadado en los funerales. Era evidente que veía la muerte como cruda imposición, una ostentosa fracción de la gran incógnita que sacudía el capote rojo en sus narices. Le parecía intolerable, un problema científico que había que resolver. Pero incluso a él le desconcertaban las manifestaciones del declive súbito, siempre diferentes, excepto en la rapidez y en la ausencia de alguna causa obvia. Un colapso de las ondas semejante al jamáis vu de Maya, una especie de jamáis vivre… Se barajaban múltiples teorías. Era una preocupación vital para los ancianos y para los jóvenes que esperaban envejecer; en suma, para todos. Y por eso estaba siendo objeto de un intenso estudio. Pero hasta el momento nadie había descubierto qué ocurría, y las muertes seguían produciéndose.