Pero poco concluyente. Y nadie resolvería el misterio leyendo. Sin embargo, los experimentos que habrían permitido dilucidar algo no eran practicables, dada la inaccesibilidad del cerebro vivo. Podían matar gallinas, ratones, ratas, perros, cerdos, lémures y monos, individuos de todas las especies, diseccionar los cerebros de sus fetos y embriones, pero nunca encontrarían lo que buscaban, porque las autopsias así como los escaneos en vivo eran insuficientes: los procesos implicados escapaban a la penetración de los escáners, o eran más holísticos o más combinatorios…
Con todo, los resultados de algunos experimentos parecían prometedores; el aumento de calpeína parecía alterar el funcionamiento de las ondas cerebrales, y ése y otros hechos le sugirieron posibles líneas de investigación. Se interesó por los efectos de las proteínas fijadoras de calcio, por los corticoesteroides, la circulación de calcio en las neuronas piramidales y la calcificación de la glándula pineal. Al parecer existían algunos efectos sinérgicos que podían afectar la memoria y el funcionamiento general de las ondas cerebrales, y por extensión los ritmos orgánicos, incluyendo los cardíacos.
—¿Tenía Michel problemas de memoria? —le preguntó a Maya—. ¿La sensación de haber perdido trenes enteros de pensamientos útiles?
Maya se encogió de hombros. Había pasado casi un año de la muerte de Michel.
—No me acuerdo.
Esto inquietó a Sax. Maya parecía retroceder, su memoria empeoraba día a día. Ni siquiera Nadia podía ayudarla. Sax se encontraba con ella en la cornisa con frecuencia; era un hábito con el que parecían disfrutar, aunque nunca hablaban de ello. Sencillamente se sentaban, comían algo comprado en los quioscos, contemplaban el crepúsculo y consultaban sus cartas cromáticas para ver si descubrían algún color nuevo. Pero si no hubiera sido por las anotaciones que hacían en las cartas ninguno de los dos habría sabido si los colores eran nuevos o no. Sax experimentaba apagones con más frecuencia, quizá de cuatro a ocho diarios, aunque no estaba seguro. Programó su consola para que mantuviera una grabadora de sonido activada por la voz, y en vez de intentar expresar su pensamiento completo decía sólo unas cuantas palabras que tal vez más tarde le ayudaran a reconstruirlo. Al final del día se sentaba, ansioso o esperanzado, y escuchaba lo que la IA había registrado; por lo general eran cosas que recorda haber pensado, aunque de cuando en cuando se oía decir algo como: «Las melatoninas sintéticas pueden ser mejores antioxidantes que las naturales, de manera que no hay suficientes radicales libres». O bien: «La viriditas es un misterio fundamental, nunca existirá una gran teoría unificada». No recordaba haberlo dicho y no sabía siquiera qué podía significar. Pero a veces las declaraciones eran interesantes, y su sentido se podía extraer.
Siguió con su empeño, que lo llevó a la conclusión de sus años de estudiante: la estructura de la ciencia era hermosa, uno de los mayores logros del espíritu humano, una suerte de formidable partenón de la mente, un trabajo en constante progreso, como un poema sinfónico épico de miles de estrofas que todos componían en un gigantesco esfuerzo de colaboración. El lenguaje del poema eran las matemáticas porque parecía ser el lenguaje de la naturaleza; no había otra explicación de la asombrosa traducibilidad de los fenómenos naturales a expresiones matemáticas de gran complejidad y sutileza. Y ese maravilloso lenguaje exploraba las manifestaciones de la realidad en los distintos campos de la ciencia, y cada ciencia creaba sus propios modelos para explicar las cosas, que gravitaban a cierta distancia alrededor de los principios de la física de las partículas, dependiendo del nivel que se investigara, de modo que todos los modelos estaban felizmente interconectados en una estructura coherente y mayor. Esos modelos guardaban una cierta semejanza con los paradigmas de Kuhn, pero eran más flexibles y variados, un proceso dialogístico en el que miles de mentes habían participado en el curso de los siglos anteriores. Así, figuras como Newton, Einstein o Vlad no eran los gigantes aislados de la percepción pública, sino las cumbres más altas de una gran cadena montañosa, como Newton mismo había querido señalar al hablar de estar en los hombros de un gigante. Para ser honestos, la labor científica era un proceso comunal que se remontaba más allá del nacimiento de la ciencia moderna, hasta la prehistoria, como Michel había sostenido siempre, un esfuerzo constante por comprender. Ahora estaba altamente estructurada y articulada y quedaba fuera del alcance de un solo individuo. Pero esto era debido a su vastedad; el espectacular florecimiento de la estructura no era incomprensible, aún se podían recorrer libremente las salas del partenón y aprehender al menos la forma del todo, y elegir dónde estudiar, dónde comprender, dónde contribuir. Pero primero había que aprender el dialecto del lenguaje necesario para el estudio, lo cual ya podía ser una tarea formidable, como en la teoría de las supercuerdas o del caos recombinante en cascada; luego podía examinarse la literatura previa y con suerte encontrar algún trabajo sincrético de alguien que hubiera pasado años trabajando en la vanguardia y fuera capaz de ofrecer un informe coherente del estatus del campo para los novatos. Esta «literatura gris», menospreciada por muchos científicos y considerada como unas vacaciones o como rebajarse a la síntesis, solía ser de gran valor para alguien que provenía de otros campos. Con una visión general uno podía moverse entre las revistas, la «literatura blanca» de los pares, donde se reflejaba el trabajo actual y podía obtenerse una visión general de quién atacaba qué parte del problema. Público, explícito… Y en los problemas específicos estaban aquellos que constituían la avanzadilla del progreso, un reducido grupo, con un núcleo aún más reducido de sintetizadores e innovadores, que inventaban nuevas jergas para transmitir sus hallazgos, discutir resultados, sugerir nuevas vías de investigación, que mantenían sus laboratorios en comunicación y se reunían en congresos dedicados a temas concretos. En los laboratorios y en los bares de los congresos la investigación avanzaba gracias al diálogo y al infatigable e imaginativo trabajo de experimentación.
Y toda esa vasta estructura articulada de una cultura salía a la luz, era accesible a cualquiera que quisiera participar y estuviera capacitado para ello. No había secretos, ni puertas cerradas, y si cada laboratorio y cada especialidad tenía su política, era sólo política, que no afectaba materialmente la estructura, el edificio matemático de su interpretación del mundo fenomenológico. Eso había creído siempre, y ningún análisis sociológico ni la experiencia traumática del proceso de terraformación marciano le había hecho vacilar en su convicción. La ciencia era un producto social, pero tenía un espacio propio que se conformaba sólo a la realidad; ahí radicaba su belleza. La verdad es bella, había dicho el poeta, hablando de la ciencia. Y tenía razón.
Y Sax se desplazaba por la gran estructura, cómodo, capacitado, y en algunos aspectos satisfecho.
Sin embargo, pronto comprendió que, aunque bella y poderosa, la ciencia no alcanzaba a penetrar los misterios de la senescencia biológica. Eran de difícil aunque no imposible solución, y probablemente no la hallarían en su tiempo. La comprensión de la materia, el espacio y el tiempo era incompleta, y tal vez siempre conllevaría un poco de metafísica, como las especulaciones sobre el cosmos antes del Big Bang o sobre cosas más pequeñas que las cuerdas. Por otra parte el mundo podía llegar a explicarse de forma progresiva hasta que todo él (al menos de las cuerdas-cosmos) entrase finalmente en el dominio del gran partenón. Existían ambas posibilidades y los próximos mil años dirían cuál prevalecería.
Mientras tanto, el experimentaba varios apagones al día, y a veces se quedaba sin aliento y el corazón le latía con demasiada fuerza. Apenas dormía por la noche. Y Michel estaba muerto, de manera que su percepción del significado de las cosas se desdibujaba y necesitaba ayuda. Cuando se las arreglaba para razonar satisfactoriamente, se sentía como si participara en una carrera. Él y todos, pero en especial los científicos que trabajaban en el problema; una carrera contra la muerte, y para ganarla tenían que despejar una de las grandes incógnitas.