Aunque sería peligroso, por descontado. Si se las arreglaba para crear un reforzante de la memoria, tal vez limpiara todo el sistema al mismo tiempo, y nadie podía prever cuál sería el impacto subjetivo. No quedaba más remedio que probarlo. Un experimento en carne propia, pero caramba, no sería la primera vez. Vlad se había administrado el tratamiento gerontológico antes que nadie, aunque podía haberlo matado. Jennings se había inoculado la vacuna de la viruela. Alexander Bogdanov, el antepasado de Arkadi, había cambiado su sangre por la de un hombre joven que padecía malaria y tuberculosis, y había muerto, mientras que el joven había vivido treinta años más. Y los jóvenes físicos de Los Álamos habían provocado la primera explosión nuclear preguntándose si no quemaría la atmósfera de todo el planeta, un caso inquietante, había que admitirlo. Comparado con eso ingerir unos cuantos aminoácidos no parecía gran cosa, poco más que el doctor Hoffman probando el LSD. Presumiblemente la ecforización sería menos desorientadora que un viaje con LSD, porque si todos los recuerdos se reforzaban a la vez, la conciencia no tendría capacidad para todos ellos. La llamada corriente de conciencia no era lineal en opinión de Sax. Por tanto, como mucho uno podía experimentar una rápida sucesión de recuerdos asociados o un revoltijo sin orden ni concierto, no distinto de sus propios procesos mentales cotidianos, la verdad. Podía hacerles frente. Y afrontaría de buena gana riesgos más traumáticos si era necesario. Voló a Acheron.
Una nueva generación ocupaba los viejos laboratorios de Acheron, que se habían ampliado hasta ocupar la alta aleta en toda su longitud. La ciudad tenía ahora doscientos mil habitantes y la aleta de roca seguía siendo espectacular, quince kilómetros de largo por seiscientos metros de alto, con no más de un kilómetro de ancho en toda su extensión. El complejo de laboratorios recordaba lo que había sido hacía mucho tiempo el Mirador de Echus; parecido a Da Vinci y con una organización similar. Después de que Praxis renovara la infraestructura, Vlad, Ursula y Marina se habían hecho cargo de la formación de una nueva estación de investigación biológica. Ahora Vlad había muerto, pero Acheron tenía una vida propia y no parecían echarle de menos. Marina y Ursula dirigían un pequeño laboratorio propio y vivían aún en la casa que habían compartido con Vlad, bajo la cresta de la aleta, un lugar parcialmente tapiado, poblado de árboles y muy ventoso. Seguían tan reservadas como siempre, recluidas en su mundo aún más que cuando Vlad vivía, y en Acheron no se las apreciaba en lo que valían; los científicos más jóvenes las trataban como a abuelas o meros colegas de laboratorio.
Sin embargo a Sax sí que le prestaron atención, tan apabullados como si les hubieran presentado a Arquímedes. Resultaba tan desconcertante ser tratado de aquella forma como lo habría sido encontrarse con aquel anacronismo, y durante varias conversaciones de una torpeza sin igual, Sax luchó denodadamente por convencerlos de que no poseía el secreto mágico de la vida, que empleaba las categorías conceptuales que empleaban ellos, que no tenía el cerebro destrozado por la edad, etcétera.
Pero ese extrañamiento podía serle útil. Los jóvenes científicos como clase tendían a ser ingenuos empíricos, idealistas y entusiastas. De manera que al venir de fuera, viejo y nuevo a la vez Sax podía impresionarlos en los seminarios organizados por Ursula para discutir el estado de los estudios sobre la memoria. Sax planteó su hipótesis para la creación de un anamnésico y señaló varias líneas de investigación, y pudo comprobar que sus sugerencias tenían para los jóvenes científicos una especie de poder profético, a pesar de que se trataba de generalidades conocidas. Si aquellas vaguedades coincidían con alguna línea de investigación ya emprendida por alguno de ellos, la respuesta sería entusiasta. De hecho, cuanto más indeterminado fuese, mejor, lo que no era una actitud demasiado científica, pero qué se le iba a hacer.
Mientras los observaba, Sax descubrió que la naturaleza altamente versátil, sensible y bien focalizada a la que se había acostumbrado en Da Vinci no era un rasgo exclusivo de allí, sino que podía hallarse en todos los laboratorios organizados como cooperativas; era la naturaleza de la ciencia marciana en general. Con el gobierno de los científicos de su propio trabajo hasta un grado nunca visto en su juventud en la Tierra, el trabajo avanzaba con una rapidez y un poder también desconocidos. En sus tiempos los recursos necesarios para la investigación habrían pertenecido a otros, a instituciones con intereses y burocracias, lo que creaba una dispersión que restaba eficacia a las investigaciones, que incluso llegaban a dedicarse a trivialidades, y a conseguir beneficios para las instituciones que controlaban los laboratorios. En Marte, Acheron era una comunidad semiautónoma y autosuficiente, responsable ante los tribunales medioambientales y ante la constitución, pero ante nadie más. Declaraban el empeño al que se entregarían, y cuando se les pedía ayuda, si les interesaba, respondían de inmediato.
De modo que no tendría que desarrollar el reforzador de la memoria él solo, pues los laboratorios de Acheron estaban muy interesados y Marina seguía trabajando en el laboratorio de laboratorios de la ciudad, que mantenía una estrecha relación con Praxis y por tanto tenía acceso a todos sus recursos. Muchos laboratorios ya llevaban tiempo trabajando en la memoria. Era una parte primordial del proyecto de longevidad, por razones obvias. Y la longevidad era inútil si la memoria no duraba lo mismo que el resto del sistema. Era razonable, pues, que un complejo como Acheron se dedicara a investigarla.
Poco después de su llegada, Sax se reunió con Ursula y Marina. Desayunaron en el comedor de su casa, los tres solos, rodeados de paredes portátiles cubiertas de batiks de Dorsa Brevia y árboles en grandes tiestos. No recordaron a Vlad, ni siquiera lo mencionaron. Consciente de lo insólito del hecho de que lo hubieran invitado a su casa, Sax apenas pudo concentrarse en el tema que los ocupaba. Conocía a aquellas mujeres desde el principio y las respetaba, sobre todo a Ursula, por su gran capacidad empática, pero lo cierto era que no las conocía bien. Y las miraba mientras comían, y también miraba por los ventanales abiertos y percibía el viento. En el norte se divisaba una estrecha franja de azul, la bahía de Acheron, una profunda entrada del mar del Norte. Al sur, sobre el horizonte, la mole de Olympus Mons. En medio, el campo de golf del Diablo, una tierra áspera, nudosa, cubierta de antiguas coladas de lava erosionada, y en cada hondonada un pequeño oasis verde salpicaba el ennegrecido yermo de la meseta.
—Hemos estado preguntándonos por qué los psicólogos experimentales de cada generación han registrado sólo algunos casos de memorias realmente excepcionales, y por qué no han intentado nunca explicarlos según los modelos de la época —dijo Marina.
—De hecho, los relegan al olvido en cuanto pueden —señaló Ursula.