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—¡Ay! —exclamó él.

Expuesto al viento, el frío era como la muerte. Hiroko se pasó el brazo izquierdo de Sax sobre los hombros y, sujetándolo aún fuertemente por la muñeca por encima de la consola, dejaron atrás el escarpe y se internaron en el corazón de la tempestad.

—Mi rover está cerca —musitó él, apoyándose en ella y tratando de mover las piernas con la rapidez suficiente para apoyar las plantas en el suelo. Era maravilloso verla otra vez. Una personita muy poderosa, como siempre.

—Está allí —dijo ella por el altavoz—. Estabas muy cerca.

—¿Cómo me encontraste?

—Te seguimos cuando bajaste por Arsia. Y hoy, cuando empezó la tempestad, comprobamos tu posición y vimos que estabas fuera del rover. Salí para ver si estabas bien.

—Gracias.

—Tienes que tener cuidado durante las tormentas.

De pronto se encontraron delante del rover. Hiroko le soltó la muñeca, que le latía de dolor, y pegó el casco a las gafas de Sax.

—Entra —le dijo.

Sax subió los escalones con cuidado hasta la puerta de la antecámara, la abrió y se derrumbó dentro. Se volvió con torpeza para hacerle sitio a Hiroko, pero ella no estaba. Se arrastró y asomó la cabeza por la puerta, en el viento, y miró alrededor. Ni rastro de ella. Estaba oscuro; la nieve parecía negra.

—¡Hiroko! —gritó. No hubo respuesta.

Cerró la antecámara, de pronto asustado. Falta de oxígeno. Presurizó la antecámara y cayó por la puerta interior en el pequeño vestuario. Estaba sorprendentemente caliente, y el aire parecía vapor. Tironeó con torpeza de sus ropas, sin éxito. Entonces empezó a desvestirse metódicamente. Gafas y máscara fuera. Estaban recubiertas de hielo. Ah… seguramente el aporte de aire se había visto restringido por la formación de hielo en el tubo de comunicación entre el tanque y la máscara. Respiró hondo varias veces y tuvo que sentarse muy quieto ante una oleada de náuseas. Se echó atrás la capucha, abrió la cremallera del traje. Quitarse las botas casi fue superior a sus fuerzas. Luego, el traje. La ropa interior estaba fría y húmeda. Las manos le ardían. Era una buena señal, prueba de que la congelación no era grave; pero era un dolor lacerante.

La piel de todo el cuerpo le empezó a hormiguear con el mismo dolor.

¿Qué lo causaba? ¿El retorno de la sangre a los capilares? ¿El retorno de la sensibilidad a los nervios helados? Fuese lo que fuese, era casi insoportable.

Se encontraba de un humor excelente. No era sólo por haber escapado a la muerte, lo cual era bueno, sino también porque Hiroko estaba viva. ¡Hiroko viva! Era una noticia maravillosa. Muchos de sus amigos estaban convencidos de que ella y su grupo habían escapado del asalto de Sabishii a través del laberinto de la ciudad y habían recuperado sus refugios ocultos; pero Sax nunca había estado seguro. No había nada que apoyara esa convicción. Y había elementos en las fuerzas de seguridad perfectamente capaces de matar a un grupo de disidentes y hacer desaparecer los cadáveres. Esto probablemente era lo que había sucedido, pensaba Sax. Pero se había reservado su opinión. No podía saberlo a ciencia cierta.

Pero ahora lo sabía. La había encontrado y ella lo había salvado de la muerte por congelación, o por asfixia, que hubiera llegado antes. Ver su rostro alegre y en cierto modo impersonal, sus ojos castaños, sentir el cuerpo de ella sosteniéndolo, su mano apresándole la muñeca… le saldría un moretón. Quizá hasta tuviese un esguince. Flexionó la mano y el dolor de la muñeca le hizo saltar las lágrimas. Se rió. ¡Hiroko!

Después de un rato el tormento del retorno de la sensibilidad a su piel se aplacó. Aunque aún sentía las manos hinchadas y como en carne viva y no tenía el control total de los músculos, ni de los pensamientos, estaba volviendo a la normalidad. O a algo parecido.

—¡Sax! ¡Sax! ¿Dónde estás? ¡Contesta, Sax!

—Ah, hola. Estoy en el coche.

—¿Lo encontraste? ¿Saliste de la cueva en la nieve?

—Sí. Yo… pude ver el coche en un momento en que la nevada amainó.

La noticia los alegró.

Se quedó allí sentado, casi sin prestar atención a su chachara, preguntándose por qué había mentido con tanta espontaneidad. No se hubiera sentido cómodo explicándoles lo de Hiroko. Supuso que ella quería permanecer oculta… La estaba encubriendo.

Aseguró a sus colaboradores que estaba bien y cortó la comunicación. Arrastró una silla hasta la cocina y se sentó. Calentó sopa y la bebió a sorbos ruidosos, escaldándose la lengua. Congelado, escaldado, tembloroso, con náuseas… a pesar de todo eso, se sentía muy feliz. Pensativo después de haberse librado por los pelos de la muerte, y avergonzado por su ineptitud, por quedarse fuera, perderse y todo lo demás… el suceso daba mucho que pensar. Y sin embargo se sentía feliz. Había sobrevivido, y todavía mejor, también Hiroko. Lo que significaba que todo su grupo había sobrevivido con ella, incluyendo la media docena de los Primeros Cien que la habían acompañado desde el principio: Iwao, Gene, Rya, Raúl, Ellen, Evgenia… Sax preparó un baño y se sentó en el agua templada, y fue añadiendo agua caliente a pedida que el interior de su cuerpo recobraba el calor; y volvió una y otra vez a aquel maravilloso descubrimiento. Un milagro… bueno, no un milagro, naturalmente, pero tenía esa cualidad, una alegría inesperada e inmerecida.

Cuando notó que se estaba quedando dormido en la bañera, salió y se secó, y avanzó cojeando sobre los pies sensibles hasta el lecho, se arrastró bajo la colcha y se tendió pensando en Hiroko. Recordando cuando hacía el amor con ella en los baños de Zigoto, en la cálida y relajada lubricidad de sus citas en la sauna, avanzada la noche, cuando todo el mundo dormía. En su mano aferrándole la muñeca, levantándolo. Tenía la muñeca izquierda muy dolorida. Y eso lo hizo sentirse feliz.

Al día siguiente subió de nuevo por la gran pendiente meridional de Arsia, ahora cubierta de nieve limpia y blanca hasta una altura extraordinariamente elevada, 10,4 kilómetros sobre la línea de referencia, para ser exactos. Sintió una extraña mezcla de emociones, sin precedentes en intensidad y afluencia, aunque de algún modo se parecían a las poderosas emociones que había experimentado durante el tratamiento de estimulación sináptica que había recibido tras la embolia, como si algunas secciones del cerebro estuvieran creciendo activamente; tal vez el sistema límbico, el asiento de las emociones, conectaba con el córtex cerebral. Estaba vivo, Hiroko estaba viva, Marte estaba vivo; frente a aquellas fuentes de gozo la posibilidad de una era glacial no era nada, una fluctuación momentánea dentro del patrón general de calentamiento, algo semejante a la casi olvidada Gran Tormenta. Aunque él deseaba hacer cuanto pudiera para mitigarla.

Mientras, en el mundo humano estallaban feroces conflictos, en ambos mundos. Pero Sax intuía que la crisis había dejado atrás el peligro de guerra. Inundación, era glacial, explosión demográfica, caos social, revolución; quizá las cosas habían empeorado tanto que la humanidad se había entregado a una suerte de operación de rescate de la catástrofe universal o, en otras palabras, había entrado en la primera fase de la era postcapitalista.

O acaso sólo era que él se estaba volviendo excesivamente confiado, alentado por lo sucedido en Daedalia Planitia. Sus colaboradores en Da Vinci ciertamente estaban muy preocupados. Pasaban horas ante la pantalla contándole los detalles de las discusiones que se desarrollaban en Pavonis Este. Pero él no tenía paciencia para aquello. Pavonis iba a convertirse en una onda estacionaria de discusiones, era obvio. Y el grupo de Da Vinci lo temía… así eran ellos. En Da Vinci, si alguien levantaba la voz dos decibelios, se creía que las cosas empezaban a desmandarse. No. Después de su experiencia en Daedalia, nada de eso le interesaba lo suficiente para involucrarse. A pesar del encuentro con la tormenta, o tal vez a causa de ello, sólo deseaba regresar al campo. Quería ver cuanto pudiera, observar los cambios provocados por la retirada de los espejos, cambiar impresiones con los diferentes equipos de terraformación sobre la manera de compensarla. Llamó a Nanao en Sabishii y le preguntó si podía ir a visitarlos y discutir el tema con la gente de la universidad. Nanao estuvo conforme.