Por lo visto, Sep se había asociado con Praxis, y cada tienda o cañón cubierto era gestionado por una organización independiente. Ponían en un fondo común la información y compartían consultores y equipos de construcción ambulantes. Puesto que ellos mismos se consideraban servicios necesarios, funcionaban en régimen de cooperativa —según el modelo Mondragón, dijo uno, en versión no lucrativa—, aunque proporcionaban a sus miembros condiciones de vida acomodadas y mucho tiempo libre. «Piensan que se lo merecen, además. Porque si algo sale mal, tienen que actuar deprisa o perecer.» Muchos de los cañones cubiertos habían estado a punto de desaparecer, a veces a causa de la caída de un meteorito u otros dramas, otras por fallos mecánicos, más corrientes. En el formato usual de cañón cubierto, la planta física estaba situada en el extremo superior del cañón, y extraía las cantidades apropiadas de nitrógeno, oxígeno y otros gases menos importantes de los vientos de superficie. La proporción de gases y la presión a la que se mantenían variaba según el mesocosmos, pero la media rondaba los 500 milibares, lo cual daba un cierto sostén a las tiendas y se ceñía a la norma de los espacios interiores en Marte, en una suerte de invocación de la meta perseguida para la superficie en la línea de referencia. En días soleados, sin embargo, la expansión del aire del interior de las tiendas era significativa, y los procedimientos corrientes para mitigarla incluían simplemente liberar aire a la atmósfera o almacenarlo comprimiéndolo en grandes cámaras excavadas en los acantilados del cañón.
—Una vez estaba en Dao Vallis —dijo uno de los técnicos—, la cámara de aire explotó y destrozó la meseta, y provocó un gran desprendimiento de tierra que cayó sobre Reullgate y rasgó el techo de la tienda. La presión bajó al nivel de la atmosférica, que era de unos 260 milibares, y todo empezó a congelarse. Tenían los viejos refugios de emergencia —que eran cortinas transparentes de unas pocas moléculas de grosor, pero extraordinariamente fuertes, según recordaba Sax—, y cuando los desplegaron alrededor de la rasgadura, una mujer quedó inmovilizada contra el suelo por el material superadherente de la parte baja de la cortina, ¡con la cabeza del lado equivocado! Acudimos a toda prisa y cortamos y pegamos y conseguimos liberarla, pero estuvo a punto de morir.
Sax se estremeció, recordando su reciente refriega con el frío; y 260 milibares era la presión que uno encontraría en la cumbre del Everest. Los otros habían empezado a contar otros famosos reventones, incluyendo el derrumbe de la cúpula de Hiranyagarbha bajo una lluvia de hielo, a pesar de lo cual nadie había muerto.
Entonces iniciaron el descenso sobre la gran planicie elevada sembrada de cráteres de Xanthe, hacia la gran pista arenosa del cráter Da Vinci, que habían empezado a utilizar durante la revolución. La comunidad se había estado preparando durante años para el día en que ocultarse no fuera necesario, y ahora habían instalado una gran curva de ventanas de cristales cobrizos en el arco del borde sur. Una capa de nieve cubría el fondo del cráter, de la cual sobresalía dramáticamente el montículo central. Quizá crearan un lago en el interior del cráter, con una isla prominente central que tendría como horizonte las colinas del acantilado. Construirían un canal circular al pie de las paredes verticales del borde, con canales radiales que lo conectarían con el lago interior; la alternancia de agua y tierra circulares recordaría la descripción de Platón de la Atlántida. Con esta configuración Sax calculó que Da Vinci podría mantener veinte o treinta mil personas; y había veintenas de cráteres como Da Vinci. Una comuna de comunas, cada cráter una suerte de ciudad-estado, polis autosuficientes, que podían decidir qué clase de cultura tendrían; y con voto en un consejo global… No habría ninguna asociación regional mayor que la ciudad, salvo las que regularan el intercambio local. ¿Funcionaría…?
Da Vinci parecía indicar que sí. El arco sur del borde rebosaba de arcadas y pabellones cuneiformes y por el estilo, ahora iluminados por el sol. Sax recorrió todo el complejo una mañana: visitó los laboratorios sin dejarse ninguno y felicitó a sus ocupantes por el éxito de sus preparativos para una retirada fluida de la UNTA de Marte. Una parte del poder político sí procedía del cañón de un arma, después de todo, y otra, de la mirada de las personas; y la mirada de las personas cambiaba, dependía de si estaban encañonadas por un arma o no. Ellos habían inutilizado las armas, los saxaclones, y por eso estaban muy alegres, felices de verlo y buscando ya nuevos retos, de vuelta a la investigación básica, o imaginando usos para los nuevos materiales que los alquimistas de Spencer producían en abundancia, o estudiando el problema de la terraformación.
Se mantenían atentos a lo que ocurría en el espacio y también en la Tierra. Un transbordador rápido procedente de la Tierra, con cargamento desconocido, había establecido contacto con ellos solicitando permiso para efectuar una inserción orbital sin que les arrojaran un barril de chatarra en la trayectoria. Por eso el equipo de Da Vinci trabajaba ahora con cierto nerviosismo en protocolos de seguridad, y mantenía intensas consultas con la embajada suiza, que había instalado sus oficinas en una serie de apartamentos en el extremo noroeste del arco. De rebeldes a administradores; era una transición torpe.
—¿A qué partidos políticos apoyamos? —preguntó Sax.
—No lo sé. Supongo que a los de siempre.
—Ningún partido obtiene demasiado apoyo. Sólo los que funcionan, ya saben.
Sax lo sabía. Ésa era la vieja posición de los técnicos, mantenida desde que los científicos se habían convertido en una clase social, casi una casta sacerdotal, que se interponía entre la gente y su poder. Eran supuestamente apolíticos, como funcionarios, empiristas que sólo deseaban que las cosas se organizaran de una manera científica y racional, lo mejor para la mayoría, lo cual hubiera sido bastante sencillo de lograr si la gente no estuviera tan atrapada en emociones, religiones, gobiernos y otros ilusorios sistemas de masas por el estilo.
El modelo de política del científico, en otras palabras. En cierta ocasión Sax había intentado exponerle este enfoque a Desmond, y su amigo había respondido riéndose prodigiosamente, a pesar de que era perfectamente sensato. Bueno, tal vez era un poco ingenuo, y por tanto un poco cómico; y como muchas cosas divertidas, podía serlo hasta que se transformaba en horrible. Porque era una actitud que había mantenido alejados a los científicos de la política activa durante siglos; y habían sido unos siglos catastróficos.
Pero ahora estaban en un planeta donde el poder político procedía de un ventilador de mesocosmos. Y quienes estaban a cargo de esa gran pistola (manteniendo los elementos a raya) estaban al menos en parte al mando. Si es que se molestaban en ejercer el poder.
Sax les recordaba el tema con tacto a los científicos cuando los visitaba en sus laboratorios; y entonces, para aliviar su malestar ante la idea de la política, les hablaba del problema de la terraformación. Y cuando finalmente estuvo listo para partir hacia Sabishii, unos sesenta de ellos deseaban acompañarlo para ver cómo marchaban las cosas allí abajo.
—La alternativa de Sax a Pavonis —oyó a uno de los técnicos de laboratorio describiendo el viaje. Y no iba desencaminado.
Sabishii estaba situada en el flanco occidental de una prominencia de cinco mil metros de altura llamada Macizo de Tyrrhena, al sur del cráter Jarry-Desloges, en las antiquísimas tierras altas entre Isidis y Hellas, a longitud 275° y latitud 15° sur. Una elección razonable para emplazar una ciudad-tienda, ya que disfrutaba de unas amplias vistas sobre el oeste, y tenía unas colinas bajas a la espalda, hacia el este, como páramos. Pero cuando se trataba de vivir al aire libre, o de cultivar plantas en el terreno rocoso, estaba a demasiada altura; de hecho era, si se excluían las mucho mayores prominencias de Tharsis y Elysium, la región más elevada de Marte, una especie de isla biorregión que los sabishianos habían cultivado durante décadas.