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La doctora puso los ojos en blanco ante aquella distinción, pero la mujer alta parecía pensativa.

Sax se oyó continuar:

—Me mantuvieron con soporte vital durante cuatro días, por lo que sé, y me alegro de que nadie decidiera desconectarme. Ella debe decidir, no ustedes. Cualquiera que desee morir puede hacerlo sin necesidad de comprometer el juramento hipocrático de ningún médico.

La doctora puso los ojos en blanco con más disgusto que antes. Pero después de una mirada fugaz a su colega, empezó a conectar a Ann a los sistemas de soporte vital de la cama. Sax la ayudó; la doctora activó la IA médica y empezó a despojar a Ann del traje. Una anciana esbelta, que respiraba con una mascarilla de oxígeno. La mujer alta se levantó y empezó a ayudar a la doctora, y Sax fue a sentarse. Sus propios síntomas fisiológicos eran alarmantes, sobre todo la sensación general de calor y una especie de hiperventilación incompetente y un dolor que le hacía desear llorar.

Después de un rato la doctora se le acercó. Ann estaba en coma, le dijo. Al parecer una pequeña anomalía en el ritmo cardíaco había provocado el desmayo. De momento permanecía estable.

Sax se quedó sentado en la habitación. Más tarde la doctora regresó. La consola de muñeca de Ann había registrado un episodio de latidos rápidos e irregulares en el momento del desmayo. Ahora persistía una ligera arritmia. Y al parecer, la anoxia o el golpe en la cabeza, o ambos, habían iniciado el coma.

Sax quiso saber qué era exactamente un coma, y sintió un profundo desaliento cuando la doctora se encogió de hombros. Era un término genérico para ciertos estados de inconsciencia. Pupilas fijas, cuerpo insensible y a veces paralizado en posturas indicativas de falta de actividad cortical. El brazo y la pierna izquierdos de Ann estaban torcidos. Y además la inconsciencia, por supuesto. A veces algunos vestigios de respuesta, puños apretados o algo por el estilo. La duración del coma variaba mucho. Algunas personas no salían nunca de él.

Sax se miró las manos hasta que la doctora lo dejó solo. Se quedó en la habitación después de que todos se hubieran ido. Entonces se levantó y se acercó a Ann, observando su rostro bajo la máscara. No había nada que hacer. Le tomó la mano; el puño no se cerró. Apoyó su mano en la cabeza, como le dijeron que había hecho Nirgal cuando él estaba inconsciente. Se dio cuenta de que era un gesto inútil.

Se acercó a la pantalla de la IA y pidió un programa de diagnóstico y el historial médico de Ann, y volvió a leer los datos del monitor cardíaco sobre el incidente en la antecámara. Una ligera arritmia, sí; un latido rápido e irregular. Incluyó los datos en el programa de diagnóstico y buscó información sobre las arritmias cardíacas. Existían numerosas aberraciones del ritmo cardíaco, pero por lo visto Ann tenía una predisposición genética a padecer un trastorno llamado síndrome de QT larga, caracterizado por una onda larga anormal en el electrocardiograma. Solicitó el genoma de Ann y dio instrucciones a la IA para que llevara a cabo un escaneo en las regiones pertinentes de los cromosomas 3, 7 y 11. En el gen llamado HERG, en el cromosoma 7, la IA identificó una pequeña mutación: una inversión de la adenina-timina y la guanina-citosina. Pequeña, pero el HERG contenía las instrucciones para la síntesis de una proteína que actuaba como canal de los iones de potasio en la superficie de las células cardíacas, y esos canales de iones permitían desactivar la contracción de las células del corazón. Sin ese freno, el corazón podía entrar en arritmia y empezar a latir demasiado deprisa para bombear sangre de manera efectiva.

Ann tenía también otro problema, en un gen del cromosoma 3 llamado SCN5A. Ese gen codificaba una proteína reguladora de canales de iones de sodio en la superficie de las células cardíacas, canales que funcionaban como aceleradores, y la mutación aquí agravaba el problema del latido rápido. En resumen, a Ann le faltaba un bit CG.

Esas anomalías genéticas eran raras, pero para la IA de diagnóstico no eran un obstáculo. Contenía la sintomatología de todos los problemas conocidos, aun de los más raros. Parecía considerar el caso de Ann bastante sencillo, y daba una lista de los tratamientos existentes. Había muchos.

Uno de los sugeridos era la recodificación de los genes problemáticos en el curso del tratamiento gerontológico corriente. La reiterada recodificación de los genes durante varios tratamientos de longevidad erradicaría la causa del problema. Le parecía extraño que no lo hubiesen hecho antes, pero entonces Sax advirtió que la recomendación sólo tenía dos décadas de antigüedad; era posterior al último tratamiento de Ann.

Sax estuvo sentado delante de la pantalla largo tiempo. Después se dedicó a investigar la clínica roja, instrumento por instrumentó, habitación por habitación. Las enfermeras de guardia lo dejaron hacer; seguramente pensaban que estaba trastornado.

En un refugio importante como aquél era probable que una de las salas estuviese habilitada para administrar el tratamiento gerontológico. Y en efecto así era. Una pequeña habitación al fondo de la clínica. No se necesitaba mucho: una IA voluminosa, un pequeño laboratorio, las proteínas y sustancias químicas indispensables, incubadoras, aparatos de resonancia magnética, el equipo de intravenoso. Sorprendente, cuando uno consideraba lo que hacía. Pero la vida misma era sorprendente: nada más que simples secuencias de proteínas al principio, y después allí estaban ellos.

La IA principal tenía el genoma de Ann archivado. Pero si ordenaba al laboratorio que empezara a sintetizar las cadenas de DNA que ella necesitaba (añadiendo la recodificación de los genes HERG y SNC5A) seguramente alguien lo advertiría. Y entonces tendría problemas.

Volvió a su reducida habitación e hizo una llamada codificada a Da Vinci. Pidió a sus colegas que iniciaran la síntesis y ellos accedieron sin hacer más preguntas que las puramente técnicas. A veces amaba a aquellos saxaclones con todo su corazón.

Después de eso, era cuestión de esperar. Las horas pasaron, interminables. Y luego los días, y el estado de Ann no experimentó ningún cambio. La expresión de la doctora se fue tornando cada vez más sombría, aunque no volvió a proponer que desconectaran a Ann. Sax empezó a dormir en el suelo de la habitación de Ann. Llegó a conocer el ritmo de su respiración. Pasaba mucho tiempo con una mano en la cabeza de Ann, como Nirgal había hecho con él, según le había contado Michel. Dudaba de que aquello curase alguna vez a nadie, pero aun así lo hacía. Sentado durante largas horas en aquella actitud, tuvo ocasión de pensar en el tratamiento de plasticidad cerebral que le habían administrado Vlad y Ursula después de la apoplejía. Naturalmente, una apoplejía no era lo mismo que un coma. Pero un cambio mental no tenía por qué ser malo, si la mente de uno sufría atrozmente.

Pasó más tiempo y no se produjo ningún cambio, cada día más lento, confuso y terrible que el anterior. Hacía ya mucho que las incubadoras de los laboratorios de Da Vinci habían cocinado toda una batería de cadenas de DNA específicas de Ann corregidas, con refuerzos antisentidos y enlaces… el tratamiento gerontológico completo en su última versión.

Una noche llamó a Ursula y mantuvo una larga consulta. Ella contestó a sus preguntas con calma, a pesar de no aprobar lo que el pretendía hacer.

—El paquete de estimulación sináptica que te aplicamos provocaría un crecimiento sináptico excesivo en un cerebro no dañado —afirmó con rotundidad—. Alteraría la personalidad de un modo imprevisible. — Creando locos como tú, le indicó su mirada alarmada.

Sax decidió renunciar al suplemento sináptico. Salvarle la vida a Ann era una cosa, cambiarle la mente, otra. El cambio azaroso no era lo que pretendía. Él quería la aceptación, la felicidad, ahora tan lejana, tan inimaginable, que Ann fuese verdaderamente feliz, fuera cual fuese el procedimiento. Le dolía pensar en todo aquello. Cuánto dolor físico podía generar el pensamiento; el sistema límbico era un universo anegado en dolor, como la materia oscura que anegaba el universo.