»De manera que tenemos que cambiar. Ahora es el momento. Si la autodeterminación es un valor fundamental, si la justicia es un valor, entonces son valores en todas partes, incluyendo el lugar de trabajo en el que pasamos buena parte de nuestras vidas. Eso es lo que se declaraba en el punto cuarto del acuerdo de Dorsa Brevia, que el fruto del trabajo pertenece a quien lo efectúa, y que el valor de ese trabajo no puede serle arrebatado. Declara que los diferentes modos de producción pertenecen a quien los crea y al bienestar común de las futuras generaciones. Declara que el mundo es algo que todos administramos conjuntamente. Eso es lo que dice. Y en nuestros años en Marte hemos desarrollado un sistema económico que puede cumplir todas esas promesas. Ésa ha sido nuestra labor en los últimos cincuenta años. En el sistema que hemos desarrollado, todas las empresas económicas tienen que ser pequeñas cooperativas, propiedad de los mismos trabajadores y de nadie más. Ellos contratan a alguien para gestionarlas o las gestionan ellos mismos. Los gremios industriales y las asociaciones de cooperativas formarán estructuras más amplias necesarias para regular el comercio y el mercado, distribuir el capital y crear créditos.
—Eso no son más que ideas —dijo Antar con desdén—. No son más que utopías.
—De ninguna manera. —De nuevo Vlad lo hizo callar.— El sistema se basa en modelos de la historia terrana, y sus diferentes apartados se han probado en los dos mundos y han tenido bastante éxito. No sabes nada acerca de ellos en parte por ignorancia y en parte porque el mismo metanacionalismo hace caso omiso de todas las alternativas y las niega. Pero gran parte de nuestra microeconomía lleva siglos funcionando con éxito en la región vasca de Mondragón. Diferentes partes de la macroeconomía se han empleado en la pseudometanac Praxis, en Suiza, en el estado indio de Kerala, en Butan, en Bolonia, Italia, y en muchos otros lugares, incluyendo la resistencia marciana. Esas organizaciones fueron las precursoras de nuestra economía, que será auténticamente democrática, lo que el capitalismo nunca intentó ser.
Una síntesis de sistemas. Y Vladimir Taneev era un gran sintetizador; se decía que todos los componentes del tratamiento de longevidad ya existían antes, por ejemplo, y que Vlad y Ursula se habían limitado a unirlos. Y en su trabajo económico con Marina afirmaba haber hecho lo mismo. Y aunque no había mencionado el tratamiento de longevidad en su disertación, sin embargo estaba tan presente como la mesa, un apaño que era un gran logro, parte de las vidas de todos. Art miró los rostros en torno a la mesa y le pareció leer lo que la gente pensaba: caramba, ya lo hizo una vez en el campo de la biología, y funcionó; ¿puede acaso ser más complicada la economía?
Contra ese pensamiento tácito, ese sentimiento inesperado, las objeciones de Antar no parecían gran cosa. Una ojeada al historial del capitalismo metanacional en ese momento no diría mucho a su favor; en el último siglo había precipitado una guerra global, había arruinado la Tierra y destrozado sus sociedades. ¿Por qué no habrían de probar algo nuevo, en vista de esos antecedentes?
Un delegado de Hiranyagarba se levantó e hizo una objeción en el sentido contrario, pues apuntó que parecían estar abandonando la economía del regalo que había regido en la resistencia marciana.
Vlad sacudió la cabeza con impaciencia.
—Creo en la economía de la resistencia, se lo aseguro, pero siempre ha sido una economía mixta. El intercambio de regalos puro ha coexistido con el intercambio monetario, en el cual la racionalidad neoclásica del mercado, que es lo mismo que decir el mecanismo de beneficios, estaba delimitado y contenido por la sociedad, que lo ponía al servicio de valores más elevados, tales como la justicia y la libertad. La racionalidad económica no es el valor más elevado. Es una herramienta para calcular costes y beneficios, una parte más de una ecuación que concierne al bienestar humano. La ecuación mayor es la economía mixta y eso es lo que estamos construyendo aquí. Estamos proponiendo un sistema complejo, con esferas públicas y privadas de actividad económica. Tal vez pidamos que todos entreguen un año de sus vidas al bien público, como en el servicio civil suizo. Ese fondo común de trabajo, además de los impuestos que pagarán las cooperativas privadas por el uso de la tierra y sus recursos, nos permitirá garantizar los llamados derechos sociales que hemos estado discutiendo: vivienda, atención médica, alimentos, educación… cosas que no deberían estar a merced de la racionalidad del mercado. Porque la salute non si paga, como solían decir los trabajadores italianos. ¡La salud no está en venta!
Eso era especialmente importante para Vlad, estaba claro. Y tenía sentido; porque en el orden metanacional la salud había estado en venta, no sólo la atención médica, el alimento y la vivienda, sino también el tratamiento de longevidad, que hasta entonces sólo habían recibido quienes podían pagárselo. En otras palabras, la invención más importante de Vlad se había convertido en propiedad de los privilegiados, la distinción de clase definitiva: larga vida o muerte prematura, una materialización de las clases que casi creaba especies divergentes. No era extraño que estuviese furioso, y que hubiese volcado sus esfuerzos en diseñar un sistema económico que convirtiera el tratamiento de longevidad en una bendición disponible para todos en lugar de una posesión catastrófica.
—Entonces no se dejará nada para el mercado —dijo Antar.
—No, no, no —dijo Vlad, con un gesto aún más irritado—. El mercado existirá siempre. Es el mecanismo mediante el cual se intercambian los bienes y los servicios. La competencia para producir el mejor producto al mejor precio es inevitable y además saludable. Pero en Marte será dirigido por la sociedad de una forma más activa. Los productos esenciales para el soporte vital no serán vehículo de beneficio, y la porción más libre del mercado dejará de lado los productos esenciales y se concentrará en los no esenciales, y las cooperativas de propiedad obrera podrán acometer empresas comerciales arriesgadas, si así lo deciden. Si las necesidades básicas están cubiertas y los trabajadores son los propietarios de sus negocios, ¿por qué no? Lo que estamos discutiendo es el proceso de creación.
Jackie, que parecía molesta por el trato desdeñoso que Vlad dispensaba a Antar, y quizá con la intención de distraer al anciano o de ponerle la zancadilla, dijo:
—¿Y qué hay de los aspectos ecológicos de esa economía a los que solías dar tanto énfasis?
—Son fundamentales —dijo Vlad—. El punto tercero de Dorsa Brevia establece que la tierra, el aire y el agua de Marte no pertenecen a nadie y que nosotros somos los administradores para las futuras generaciones.
Esa administración es responsabilidad de todos, pero en caso de conflictos proponemos la existencia de tribunales medioambientales poderosos, quizá como parte del tribunal constitucional, que estimará los costes reales y totales de las actividades económicas en el medioambiente, y ayudará a coordinar planes para aliviar el impacto.
—¡Pero eso es una economía planificada! —gritó Antar.
—Las economías son planes. El capitalismo planificaba tanto como nosotros, y el metanacionalismo trataba de planearlo todo. Una economía es un plan.
Frustrado y furioso, Antar dijo:
—Eso no es más que el regreso del socialismo. Vlad se encogió de hombros.
—Marte es una nueva totalidad. Los nombres procedentes de anteriores totalidades son engañosos. Se convierten en poco menos que términos teológicos. Hay elementos que podrían llamarse socialistas en este sistema, por supuesto. ¿De qué otra manera eliminar la injusticia de la economía si no? Pero las empresas privadas serán propiedad de quienes trabajen en ellas en vez de ser nacionalizadas, y eso no es socialismo, al menos no el socialismo que se ha intentado practicar en la Tierra. Y todas las cooperativas son negocios, pequeñas democracias dedicadas a un trabajo u otro, todas necesitadas de capital. Habrá un mercado, habrá capital. Pero en nuestro sistema serán los trabajadores los que contratarán al capital, en vez de lo contrario. Eso es más democrático, más justo. Compréndanme, hemos intentado evaluar cada detalle de esta economía según su grado de acercamiento a los objetivos de mayor justicia y mayor libertad. Y la justicia y la libertad no se contradicen tanto como se pretendía, porque la libertad en un sistema injusto no es libertad, ambas emergen a la vez. Y por eso su conciliación es posible. Sólo hay que crear un sistema mejor, combinando elementos cuya compatibilidad está avalada por la experiencia. Ahora es el momento de hacerlo. Nos hemos estado preparando durante setenta años. Y ahora que se ha presentado la oportunidad, no veo razón para arredrarse sólo porque algunos tienen miedo de viejas palabras. Si tienes alguna sugerencia específica de mejora, con gusto la oiremos.