Después de eso, llegó la hora del sufragio de la población marciana. En Ls 158, el 11 del primer octubre, año marciano 52 (en la Tierra, 27 de febrero de 2128), la población de Marte, los de más de cinco años marcianos, votó mediante la consola de muñeca sobre el documento resultante. Hubo una participación del noventa y cinco por ciento, lo que supuso unos nueve millones de votos. Tenían un gobierno.
CUARTA PARTE
Tierra verde
En la Tierra, mientras tanto, la gran marea lo dominaba todo.
Violentas erupciones volcánicas bajo el casquete de hielo de la Antártida Occidental habían provocado la inundación. La tierra cubierta por el hielo, con un relieve de cuencas y cordilleras semejante al de Norteamérica, se había hundido hasta quedar bajo el nivel del mar debido al peso del hielo. Al iniciarse las erupciones, la lava y los gases fundieron el hielo y originaron vastos desprendimientos de tierra; al mismo tiempo, el agua del océano penetró bajo el hielo en varios puntos de la línea de varado, erosionándola con rapidez. Desestabilizadas y fragmentadas, las banquisas del Mar de Ross y del Mar de Ronne se resquebrajaron y enormes islas de hielo empezaron a alejarse, arrastradas por las corrientes oceánicas. El proceso avanzó acelerado por la turbulencia. En los meses que siguieron a las primeras fracturas importantes, el Mar Antártico se llenó de inmensos icebergs tabulares, y el enorme desplazamiento de agua elevó el nivel del mar en todo el planeta. El agua continuó precipitándose en la cuenca del continente antártico, otrora ocupada por el hielo, y arrancó el hielo restante pedazo a pedazo hasta que el casquete desapareció por completo, reemplazado por un mar poco profundo y agitado por las continuas erupciones submarinas, comparables en severidad a las Deccan trapps de finales del Cretáceo.
Un año después del inicio de las erupciones, la superficie de la Antártida se había reducido casi a la mitad: la Antártida Oriental tenía forma de medialuna y la Península Antártica parecía una Nueva Zelanda helada; en medio, un mar poco profundo, borboteante y salpicado de icebergs. Y en el resto del planeta, el nivel del mar había subido siete metros.
La humanidad no había sufrido una catástrofe natural de tal magnitud desde la última edad glacial, diez mil años antes. Y esta vez no afectaba solamente a unos cuantos millones de cazadores-recolectores nómadas, sino a quince mil millones de hombres civilizados que vivían en un precario edificio sociotecnológico que ya antes corría grave riesgo de derrumbamiento. Todas las grandes ciudades costeras estaban inundadas, y países enteros, como Bangladesh, Holanda y Belice, habían sido anegados. Los infortunados que vivían en esas zonas bajas por lo general habían tenido tiempo de trasladarse a lugares más elevados, porque el vehículo de la calamidad no era un maremoto sino una marea, y allí estaban, entre el diez y el veinte por ciento de la población mundial, refugiados.
Huelga decir que la sociedad humana no estaba preparada para afrontar esa situación. Aun en la mejor de las épocas no habría resultado sencillo, y los primeros años del siglo XXII no habían sido precisamente la mejor de las épocas. La población seguía creciendo, los recursos se agotaban, los conflictos entre pobres y ricos, gobiernos y metanacionales, se recrudecían: el desastre había sobrevenido en medio de una crisis.
Hasta cierto punto, la catástrofe canceló la crisis. Ante la desesperación, las luchas por el poder se recontextualizaron, y muchas resultaron ser imaginarias. Había poblaciones enteras en apuros, y todo lo relacionado con la propiedad y los beneficios palidecía. Las Naciones Unidas surgieron del caos como un ave fénix acuática y se convirtieron en la agencia distribuidora de los vastos recursos destinados a la emergencia: migraciones hacia el interior a través de fronteras nacionales, construcción de refugios, distribución de alimentos y material. Debido a la naturaleza de la labor, al énfasis en el rescate y el alivio, Suiza y Praxis se pusieron a la vanguardia en la colaboración con la UN. La UNESCO regresó de entre los muertos, además de la Organización Mundial de la Salud, India y China, las naciones devastadas mas grandes, ejercieron una poderosa influencia en la situación, porque la manera de afrontar el problema afectaría al resto del mundo. Las demás naciones se aliaron entre sí, y después con la UN, y sus nuevos aliados rechazaron la ayuda del Grupo de los Once y de las metanacionales en esos momentos estrechamente vinculadas a las actividades de la mayoría de los gobiernos del G-11.
En otros aspectos, sin embargo, la catástrofe exacerbó la crisis. Absortas antes en lo que los comentaristas habían dado en llamar metanatricidio, pugnando entre ellas por el dominio de la economía mundial, las metanacionales quedaron en una extraña posición cuando se produjo la inundación. Unos cuantos supercúmulos de metanacionales habían maniobrado para enseñorearse de las naciones industrializadas más importantes y absorber las raras entidades que aún estaban fuera de su controclass="underline" Suiza, India, China, Praxis, las llamadas naciones del Tribunal Mundial… Ahora, con la mayor parte de la población de la Tierra haciendo frente a los efectos de la inundación, las metanacs luchaban principalmente por recuperar la preponderancia que habían tenido. En la imaginación popular aparecían ligadas a la inundación, unas veces como causa directa, otras, como pecadores castigados, un poco de pensamiento mágico muy conveniente para Marte y las fuerzas antimetanacionales, que intentaban aprovechar la ocasión para hacer pedazos a las metanacs. El Grupo de los Once y el resto de gobiernos industriales previamente asociados con las metanacs luchaban para mantener a sus poblaciones con vida, y por tanto no podían realizar muchos esfuerzos en ayuda de los grandes conglomerados. En todas partes, la gente abandonaba sus ocupaciones para colaborar en los trabajos de emergencia; las empresas propiedad de los trabajadores, al estilo de Praxis, estaban ganando popularidad, pues se hacían cargo de esas tareas y además ofrecían a todos sus miembros el tratamiento de longevidad. Algunas metanacionales consiguieron retener a sus trabajadores reconfigurándose según esa línea. La lucha por el poder continuó en muchos niveles, pero alterada por la catástrofe.
En ese contexto, Marte no les importaba mucho a la mayoría de los terranos. Aunque desde luego seguía proporcionándoles historias entretenidas y muchos maldecían a los marcianos como hijos ingratos que abandonaban a sus padres en la hora de la necesidad. Un ejemplo más de las muchas respuestas negativas a la inundación, que contrastaba con las igualmente numerosas respuestas positivas. Surgían héroes y villanos por todas partes esos días, y muchos veían a los marcianos como las ratas que abandonan el barco que se hunde. Otros los consideraban salvadores en potencia, pero de una manera imprecisa: otra pizca de pensamiento mágico, sin duda. Pero había algo esperanzador en el hecho de que se estuviese formando una nueva sociedad en el mundo vecino.
Mientras, al margen de lo que ocurriera en Marte, la población de la Tierra se esforzaba por hacer frente a la inundación, cuyos efectos incluían ahora rápidos cambios climáticos: las nubes, más densas, reflejaban más luz solar, lo que provocaba un descenso de las temperaturas y lluvias torrenciales, que a menudo arruinaban cosechas más que necesarias y que otras veces caían en lugares donde no eran habituales, como el Sahara, el Mojave, el norte de Chile; de esa manera, la inundación penetraba profundamente en el continente y sus efectos llegaban a todas partes. Y con la agricultura perjudicada por esas nuevas tormentas, el hambre se convirtió en una amenaza, lo que desalentó los propósitos de colaboración, puesto que al parecer el alimento no alcanzaría para todos, y los más cobardes empezaron a acaparar. En la Tierra entera reinaba la confusión, como en un hormiguero removido con un palo.