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¿Qué podían perder? El orden metanacional anterior había beneficiado a unos pocos y excluido a millones, y tendía a exacerbar esa situación.

Por eso las metanacionales perdían trabajadores en masa. No podían encarcelarlos y cada vez era más difícil amedrentarlos; la única manera de retenerlos era instituir los mismos programas que Praxis había puesto en práctica. Y eso era lo que intentaban, al menos en teoría. Maya estaba segura de que los cambios eran una operación de maquillaje para conservar la mano de obra y los beneficios. Pero quizá Sax tuviera razón y no pudieran dominar la situación, y entonces acabarían por admitir la necesidad de un nuevo orden.

Nirgal decidió referirse a eso durante uno de sus turnos de palabra, en una conferencia de prensa en la Bundeshaus. De pie en el estrado, mirando la sala llena de periodistas y delegados, tan distinta de la mesa improvisada en el complejo de almacenes de Pavonis, tan distinta de los espacios ganados a golpe de hacha en la jungla trinitaria, de la plataforma sobre el mar de gente aquella noche frenética en Burroughs, Nirgal descubrió de pronto que su papel era el de joven marciano, la voz del nuevo mundo. Podía dejar el ser razonable a Maya y Sax, y ofrecer el contrapunto alienígena.

—Las cosas irán bien —dijo, intentando mirar a los asistentes uno por uno—. Todo momento en la historia contiene una mezcla de elementos arcaicos, elementos del pasado que se remontan hasta la misma prehistoria. El presente es siempre una mezcolanza de esos distintos elementos. Todavía existen caballeros que arrebatan las cosechas a los campesinos. Existen aún gremios y tribus. Ahora estamos viendo que muchos abandonan sus ocupaciones para trabajar en los proyectos de emergencia, y eso es nuevo, pero es también un peregrinaje. Esas personas desean ser peregrinos, desean tener un propósito espiritual, hacer un trabajo real, útil. No hay razón para seguir tolerando que los expolien. Aquellos entre ustedes que representan a la aristocracia parecen preocupados. Tal vez tendrán que trabajar con sus propias manos y vivir de ese trabajo. Vivir al mismo nivel que los demás. Es probable que eso ocurra, pero será beneficioso, incluso para ustedes. Que haya suficiente para todos es tan bueno como disfrutar de un festín. Y sólo cuando todos son iguales todos los hijos están a salvo. La distribución universal del tratamiento de longevidad del que somos testigos es el significado último de la democracia, su manifestación física, al fin aquí. Salud para todos. Y cuando eso suceda, la explosión de energía humana positiva transformará la Tierra en pocos años.

Un hombre se levantó y le preguntó sobre la posibilidad de una explosión demográfica, y Nirgal asintió.

—Sí, naturalmente ése es un problema real. No hace falta ser demógrafo para comprender que si continúan los nacimientos y la vida se prolonga, la población alcanzará rápidamente niveles increíbles, niveles insostenibles, hasta que se produzca un colapso. Por tanto hay que abordar el problema ahora. La tasa de natalidad debe reducirse drásticamente, al menos por un tiempo. No será una situación que se mantenga para siempre, ya que los tratamientos de longevidad no proporcionan la inmortalidad. Con el tiempo las primeras generaciones tratadas morirán, y en ello reside la solución del problema. Pongamos que la población actual de los dos mundos es de quince mil millones. Eso significa que empezamos mal.

»Dada la gravedad del problema, mientras puedan ser padres alguna vez, no hay por qué quejarse. Es la longevidad de ustedes la raíz del problema, después de todo, y la paternidad es la paternidad, con un hijo o con diez. Pongamos pues que cada persona forma una pareja y que cada pareja tiene un solo hijo, de manera que hay un hijo por cada dos personas de la generación anterior. Supongamos que eso representa siete mil millones de hijos de esta generación. Y a ellos también se les administrará el tratamiento, se los mimará y formarán parte de la insostenible superpoblación del mundo. Y ellos tendrán cuatro mil millones de hijos, y esa generación, dos mil millones, y así sucesivamente. Y mientras tanto todos estarán vivos y la población aumentará continuamente, aunque a un ritmo cada vez más lento. Y entonces, en un momento dado, quizá dentro de cien años, esa primera generación morirá. Corto o largo, cuando el proceso termine la población total se habrá reducido a la mitad, y se podrá estudiar la situación, las infraestructuras, el medioambiente de los dos planetas, la capacidad de soporte del sistema solar, sea cual fuere. Tras la desaparición de las generaciones más numerosas, se podrá empezar a tener dos hijos para reponer población y mantener una situación estable. Cuando se pueda tener esa opción, la crisis demográfica habrá pasado. Podría tardarse mil años.

Nirgal se interrumpió para mirar a la audiencia; la gente lo observaba en silencio, extasiada. Hizo un ademán que los abarcó a todos.

—Mientras tanto, tenemos que ayudarnos, tenemos que regularnos, cuidar de la tierra. Y es en esta parte del proyecto donde Marte puede ayudar a la Tierra. En primer lugar, constituimos un experimento para el cuidado de la tierra, y todos pueden aprender de ello y aplicar sus lecciones. En segundo lugar, y más importante, aunque el grueso de la población vivirá siempre aquí, una porción considerable puede radicarse en Marte. Ayudará a aliviar la situación y nosotros nos sentiremos felices de acogerlos. Tenemos la obligación de acoger el mayor número posible de personas, porque en Marte seguimos siendo terranos y somos solidarios. La Tierra y Marte… y hay otros mundos habitables en el sistema solar, aunque ninguno tan grande como estos dos. Cooperando podremos dejar atrás los años superpoblados, y entrar en una edad dorada.

El discurso causó una gran impresión, por lo que podía calibrarse desde el ojo del huracán de los medios de comunicación. Después de aquello Nirgal se pasaba los días hablando con grupos, elaborando las ideas que había expuesto en la reunión. Era un trabajo extenuante, y después de varias semanas de ese ritmo sin interrupciones, una mañana despejada miró por la ventana, salió de la habitación y propuso a sus escoltas hacer una excursión. Y ellos comunicaron a la gente de Berna que ese día Nirgal viajaría en privado. Luego tomaron un tren a los Alpes.

El tren se dirigió hacia el sur y pasó junto a un largo lago azul llamado Thunersee, flanqueado por empinadas montañas verdes y murallas y agujas de granito gris. Las ciudades de sus orillas tenían tejados de pizarra, árboles viejísimos y algún que otro castillo, todo en perfecto estado. Las vastas praderas verdes que se extendían entre las ciudades estaban salpicadas de grandes granjas de madera, con macetas de claveles rojos en todas las ventanas y balcones, un estilo que no había cambiado en quinientos años, le dijeron los escoltas. Se asentaban en la tierra como si formaran parte de ella. Habían despejado de piedras y árboles las montañas herbosas, otrora cubiertas de bosques. De manera que en realidad eran espacios terraformados, enormes colinas con hierba para forraje, agricultura que no tenía una razón de ser económica según el espíritu capitalista; pero los suizos habían mantenido las granjas de alta montaña contra viento y marea porque creían que eran importantes, o hermosas, o ambas cosas. Muy suizo. «Existen valores más elevados que los económicos», había insistido Vlad en el congreso que se celebraba en Marte, y Nirgal comprendía ahora que en la Tierra siempre había habido gente que lo creía de veras, o al menos en parte. Werteswandel, lo llamaban en Berna, mutación de valores; pero también podía ser evolución, retorno de valores; cambio gradual más que equilibrio discontinuo; benévolos arcaísmos residuales que habían perdurado para que, lentamente, esos valles aislados de alta montaña, con sus grandes granjas flotando en olas verdes, enseñaran al mundo cómo vivir. Un amarillo rayo de sol hendió las nubes e iluminó la colina a espaldas de una de aquellas granjas, y la montaña centelleó como una esmeralda, con un verde tan intenso que Nirgal se sintió desorientado y luego mareado. ¡Era tan difícil contemplar un verde tan radiante!