En tierra salían en coche. Una vez fueron a visitar el Pont du Gard, y allí estaba, el mismo de siempre, la obra de arte más importante de los romanos, un acueducto: tres hileras de piedra, los gruesos arcos inferiores firmemente asentados en el lecho del río, orgullosos de sus dos mil años de resistencia al paso del agua; encima, unos arcos más ligeros y estilizados, y por último los más pequeños. La forma en armonía con la función hasta alcanzar el corazón de la belleza, utilizando piedra para transportar agua sobre el agua. La piedra se veía ahora carcomida y del color de la miel, muy marciana: parecía la galería de Nadia en la Colina Subterránea, irguiéndose en el verde polvoriento y la caliza del desfiladero del Gard, en Provenza, pero ahora, para Michel, casi más marciana que francesa.
A Maya le encantó su elegancia.
—Observa qué humano es, Michel. Eso es lo que les falta a nuestras estructuras marcianas, son demasiado grandes. Pero esto… esto fue construido por manos que empuñaban herramientas que cualquiera puede fabricar y utilizar. Bloques y poleas y matemática humana, y tal vez algunos caballos. Y no nuestras máquinas teleoperadas y sus extraños materiales, que hacen cosas que nadie puede comprender o ver.
—Sí.
—Me pregunto si no sería bueno que construyésemos cosas con las manos. Nadia debería ver esto, le encantaría.
—Eso fue lo que pensé.
Michel se sentía feliz. Comieron el contenido de la cesta de picnic allí y luego visitaron las fuentes de Aix-en-Provence. Se asomaron a un mirador que daba sobre el Gran Cañón del Gard. Vagaron por las calles-muelle de Marsella. Visitaron las ruinas romanas de Orange y Nimes. Pasaron junto a los centros turísticos inundados de la Costa Azul. Y una noche visitaron el mas en ruinas de Michel y pasearon por el viejo olivar.
Y todas las noches de esos breves y preciosos días regresaban a Arles y comían en el restaurante del hotel, o si hacía bueno, en las terrazas de los cafés, bajo los plátanos; y después subían a la habitación y hacían el amor; y al alba se despertaban y volvían a hacer el amor o bajaban sin dilaciones a buscar croissants y café recién hechos.
—Es maravilloso —dijo Maya una tarde azul que habían subido a la torre del anfiteatro y contemplaban los tejados de la ciudad; se refería a todo, a la Provenza. Y Michel se sintió feliz.
Pero recibieron una llamada. Nirgal estaba enfermo, muy enfermo; Sax, muy agitado, lo había instalado en una nave en órbita terrana, con gravedad marciana y en un medio estéril.
—Me temo que su sistema inmunitario no está a la altura, y la gravedad no ayuda. Tiene una infección, edema pulmonar y una fiebre muy alta.
—Alérgico a la Tierra —dijo Maya con expresión sombría. Informó a Sax de sus próximos movimientos y concluyó la llamada aconsejándole secamente que no perdiese la calma. Después abrió el pequeño armario de la habitación y empezó a arrojar ropa sobre la cama.
—¡Vamos! —gritó cuando vio a Michel allí plantado—. ¡Tenemos que irnos!
—¿Tenemos que hacerlo?
Ella hizo un ademán despectivo y siguió escarbando en el armario.
—Yo sí me voy. —Tiró la ropa interior en la maleta y le echó un rápida mirada.— De todas maneras, es hora de irse.
—¿De veras?
Ella no contestó. Tecleó en su consola de muñeca y pidió al equipo local de Praxis transporte a la órbita. Allí se reunirían con Sax y Nirgal. Su voz era tensa, fría, práctica. Ya había olvidado la Provenza.
Cuando vio a Michel de pie como un pasmarote, estalló:
—¡Oh, vamos, no te pongas tan dramático! ¡Que ahora tengamos que irnos no significa que no vayamos a regresar! ¡Vamos a vivir mil años, puedes regresar las veces que quieras, por Dios! Además, ¿qué tiene este lugar que lo haga mejor que Marte? A mí me parece igual que Odessa, y tú fuiste feliz allí, ¿no es cierto?
Michel no respondió. Pasó junto a las maletas y se plantó frente a la ventana. Fuera, una calle arlesiana corriente, azul en el crepúsculo: paredes de estuco de tonos pastel, adoquines. Cipreses. El tejado de enfrente tenía algunas tejas rotas. Del color de Marte. En la calle gritaban en francés, voces que algo enfurecía.
—¿Y bien? —exclamó Maya—. ¿Piensas venir?
—Sí.
SEXTA PARTE
Ann en las tierras salvajes
Verás, decidir no volver a recibir el tratamiento de longevidad es una actitud suicida.
¿Y qué?
Pues que el suicidio se considera normalmente un signo de disfunción psicológica.
Normalmente.
Me parece que descubrirías que eso es cierto en la mayoría de los casos. En el tuyo, como mínimo eres infeliz.
Como mínimo.
Justamente. ¿Porqué? ¿Qué es lo que te falta? El mundo.
Cada día sales a ver la puesta de sol. Hábito.
Afirmas que la destrucción del Marte primigenio es la causa de tu depresión. Y yo creo que las razones filosóficas aducidas por quienes sufren de depresión son máscaras que los protegen de otras heridas más crueles.
Todo puede ser cierto.
¿Te refieres a todas las razones?
Sí. ¿De qué acusaste a Sax? ¿De monocausotaxofilia?
Touché. Pero siempre hay algo que origina esos procesos, entre todas las razones reales existe una que te hizo seguir ese camino. A menudo es necesario retroceder hasta ese punto para poder emprender un nuevo camino.
El tiempo no es como el espacio. La metáfora del espacio no es cierta en lo referente a aquello que es de verdad posible en el tiempo. Uno nunca puede volver atrás.
No, no. Se puede volver atrás, metafóricamente. En los viajes mentales uno puede regresar al pasado, volver sobre sus pasos, descubrir dónde torció y por qué, y después avanzar en una dirección que es distinta porque incluye esos bucles de comprensión. Una mayor comprensión da más sentido. Tu insistencia en que es el destino de Marte lo que más te preocupa es para mí indicio de un desplazamiento tan fuerte que te ha confundido. También es una metáfora, tal vez cierta, sí, pero hay que identificar los dos términos de la metáfora.
Yo veo lo que veo.
Pero eres incapaz de ver cómo es la realidad. Hay tantas cosas del Marte rojo que todavía están ahí. ¡Tienes que salir y mirar! Salir y dejar la mente en blanco y ver lo que hay afuera. Ve al exterior en las zonas bajas y camina con una simple máscara para el polvo. Sería bueno para ti, bueno en el aspecto fisiológico. Y significaría beneficiarse de la terraformación, experimentar la libertad que nos da, el vínculo que establece con este mundo. ¡Es extraordinario que podamos caminar desnudos sobre su superficie y sobrevivir! Nos integra en una ecología. Ese proceso merece consideración, y deberías salir para poder considerarlo, para estudiarlo como una forma de areoformación.
Eso no es más que una palabra. Hemos destripado este planeta. Se está derritiendo bajo nuestros pies.
Pero al derretirse libera agua nativa, no importada de Saturno o cualquier otro sitio. Ha estado aquí desde el principio, es parte de la acreción original, ¿no es cierto? Evaporada de la mole de Marte, y ahora parte de nuestro cuerpo. Nuestros propios cuerpos son formas de agua marciana. Sin los marcadores minerales, seríamos transparentes. Somos agua marciana, y ha habido agua circulando por la superficie de Marte antes, saliendo al exterior en un apocalipsis artesiano. ¡Esos canales son tan grandes!