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Fue permafrost durante dos mil millones de años.

Y nosotros la ayudamos a volver a la superficie. La majestuosidad de las grandes inundaciones eruptivas. Estuvimos allí, presenciamos una con nuestros propios ojos, casi perecimos en ella….

Sí, sí….

Sentiste cómo las aguas arrastraban el coche, tú ibas al volante….

¡Sí! Pero se llevaron a Frank. Sí.

Arrastró al mundo entero. Y nos dejó varados en la playa. El mundo sigue aquí. Si sales podrás verlo.

No quiero ver. ¡Ya lo he visto!

Tú no. Un tú anterior. Tú eres el tú que vive ahora. Lo sé, lo sé.

Creo que tienes miedo. Miedo de intentar una transmutación, de metamorfosearte en algo nuevo. El alambique está ahí fuera, alrededor de ti. El fuego es intenso. Te derretirás, renacerás; ¿quién sabe si después de eso seguirás aquí?

No deseo cambiar.

No deseas dejar de amar a Marte. Sí. No.

Nunca dejarás de amar a Marte. Después de la metamorfosis, la roca aún es roca, y por lo general más dura que la roca madre, ¿no es así? Tú siempre amarás a Marte. Tu tarea consiste ahora en ver el Marte que perdura, denso o tenue, cálido o frío, húmedo o árido. Eso es efímero, pero Marte perdura. Esas inundaciones ya se habían producido antes, ¿no es cierto? Sí.

El agua de Marte. Todos esos elementos volátiles provienen del mismo Marte.

Excepto el nitrógeno de Titán. Sí, sí. Hablas igual que Sax. No digas tonterías.

Ustedes dos se parecen más de lo que crees, y todos nosotros somos elementos volátiles de Marte.

Pero la destrucción de la superficie… Está destrozada. Todo ha cambiado.

Eso es la areología. O la areofanía.

Es destrucción. Teníamos que haber intentado vivir en Marte tal como era cuando llegamos.

Pero no lo hicimos. Y por eso ahora ser rojo significa luchar para mantener el planeta en las condiciones lo más semejantes posible a las primitivas en el marco de la areofanía, es decir, el proyecto de creación de biosfera que concede al humano la libertad de la superficie por debajo de una altitud determinada. Eso es lo único que puede significar ser rojo ahora. Y hay muchos rojos de esa clase. Creo que te preocupa que se opere en ti un cambio, aunque fuese el más mínimo, porque eso podría implicar el fin del espíritu rojo en todas partes. Pero el espíritu rojo es más grande que tú. Tú lo expresaste y ayudaste a definirlo, pero nunca fuiste la única. Si lo hubieses sido, nadie te habría escuchado.

¡Y no lo hicieron!

Algunos sí. Muchos. El espíritu rojo continuará vivo sin importar lo que hagas. Puedes retirarte, puedes transformarte en una persona totalmente distinta, en verde lima, y el espíritu rojo seguirá adelante. Podría incluso convertirse en algo más rojo de lo que nunca imaginaste.

He imaginado todo lo rojo que puede llegar a ser.

Todas esas alternativas. Vivimos una de ellas y seguimos adelante. El proceso de coadaptación en este planeta se prolongará durante miles de años. Pero aquí estamos ahora. Deberías preguntarte en todo momento:

¿qué me falta?, y procurar conseguir una cierta aceptación de tu realidad actual. Eso es cordura, así es la vida. Tienes que imaginar tu vida de aquí en adelante.

No puedo, lo he intentado pero no puedo.

De veras que deberías salir a echar un vistoso, dar un paseo y observarlo todo con atención, incluso los mares de hielo, aunque no sea más que para confrontar. Pero no sólo eso. La confrontación no es necesariamente perjudicial, pero primero hay que mirar, reconocer. Después podrías subir a las colinas, Tharsis, Elysium. Subir a las zonas altas es viajar al pasado. Tu labor debe ser encontrar el Marte que perdura en las cosas. Es extraordinario, de veras. No puedes imaginarte la cantidad de gente que no tiene por delante una labor tan extraordinaria como la tuya. Eres muy afortunada.

¿Y tú?

¿Qué?

¿Cuál es tu tarea?

¿Mi tarea? Sí, tu tarea.

…No estoy seguro. Ya te lo he dicho, te envidio. Mis tareas son… confusas. Ayudar a Maya y ayudarme. Y al resto de nosotros. Reconciliar… Me gustaría encontrar a Hiroko….

Llevas mucho tiempo siendo nuestro psiquiatra. Sí.

Más de cien años. Sí.

Y nunca has obtenido ningún resultado.

Mujer, me gusta pensar que he ayudado, aunque haya sido poco. Pero no te lo crees.

Tal vez no.

¿Crees que la gente se interesa en el estudio de la psicología porque tienen una mente atormentada?

Es una teoría bastante extendida. Pero nadie ha sido tu psiquiatra. Oh, he tenido mis terapeutas.

¿Te han ayudado?

¡Sí! Mucho. Bastante. Quiero decir que hacían lo que podían. Pero sigues sin saber cuál es tu misión.

No. Oh, yo… desearía regresar a casa.

¿Qué casa?

Ése es el problema. Es duro no saber dónde está el hogar, ¿eh? Sí, aunque yo creía que te quedarías en Provenza.

No, no. Provenza es mi hogar, pero… Pero ahora vuelves a Marte.

Sí.

Decidiste regresar.

…En cierto modo, sí.

No sabes qué hacer, ¿verdad?

No, pero tú sí. Tú sabes dónde está tu hogar. ¡Tienes eso y es precioso! ¡Deberías recordarlo y no despreciar un regalo así o considerarlo como una carga! ¡Eres tonta si piensas eso! ¡Es un regalo, maldita sea, un precioso regalo!, ¿me comprendes?

Tendré que pensar en ello.

Ann abandonó el refugio en un rover de estudios meteorológicos del siglo anterior, un trasto cuadrado y alto con una fastuosa cabina acristalada para el conductor arriba. No difería demasiado de la mitad frontal del rover en que había viajado al polo Norte en aquella primera expedición con Nadia, Phyllis, Edmund y George. Y como desde entonces había pasado miles de horas en aquellos vehículos, al principio tuvo la impresión de que todo lo que hacía era lo habitual, concordaba con su vida precedente.

Avanzó cañón abajo, hacia el nordeste, hasta que alcanzó el lecho del pequeño canal sin nombre en la longitud 60, 53 grados norte. Aquel valle había sido excavado por el reventón de un pequeño acuífero que se encauzó por una falla de graben más antigua y se desbordó por las pendientes bajas del Gran Acantilado a finales del amazónico. Los efectos de la erosión producida por el agua aún se apreciaban en los bordes de las paredes del cañón y en las islas lenticulares de roca madre del fondo del canal.

Que ahora discurría hacia el norte y se internaba en un mar helado.

Salió del coche pertrechada con un impermeable con relleno de fibra, mascarilla de CO2, gafas y botas calefactoras. El aire era tenue y gélido, aunque allí en el norte estaban en primavera… Ls 10, M-53. Gélido y ventoso; unas hilachas de nubes algodonosas avanzaban raudas hacia el este. Empezaría una era glacial o, si las manipulaciones de los verdes se anticipaban a ella, un año sin verano, como 1810 en la Tierra, cuando la explosión del volcán Tambori había enfriado el mundo.