—¿Por qué lo hiciste? —le gritó—. ¡Mi muerte es asunto mío!
Esperó a que el mensaje llegara a Sax, y cuando eso ocurrió él dio un salto y su imagen se sacudió.
—Porque… —balbuceó, y se interrumpió.
Aquello le produjo a Ann un escalofrío. Era lo que había dicho Simón después de rescatarla del caos. Nunca tenían una razón, sólo el idiota porque de la vida.
—No quería… —continuó Sax—, me parecía una pérdida inútil… Qué sorpresa… Estoy contento de que hayas llamado.
—Vete al infierno.
Estaba a punto de cortar la conexión cuando él empezó a hablar otra vez; en ese momento la transmisión era simultánea y los mensajes se alternaban.
—Fue para poder hablar contigo, Ann. Quiero decir que lo hice por egoísmo… No quería perderte. Quería que me perdonaras, quería seguir discutiendo contigo, y… hacerte comprender por qué lo hice.
Su chachara se interrumpió con la misma brusquedad con que había empezado; parecía confuso, asustado. Quizá acababa de recibir el «Vete al infierno». Era evidente que ella podía asustarlo.
—Eso no es más que basura —dijo Ann. Después de un rato llegó la respuesta:
—Sí. Hum… ¿Qué tal te encuentras? Pareces…
Ann cortó. ¡Acabo de escapar de las garras de un oso polar!, gritó para sus adentros. ¡Casi me ha devorado uno de tus estúpidos juegos!
No, no se lo diría. El muy entrometido. Necesitaba un buen arbitro para someterse al Metaperiódico de la historia marciana, a eso se reducía todo. Así se aseguraba de que su ciencia fuera examinada con ojo crítico. Y con ese propósito pisotearía los más íntimos deseos de cualquiera, ¡la libertad esencial de escoger entre la vida y la muerte, de ser libre!
Al menos Sax no había intentado mentir.
Bueno… Rabia, remordimiento injustificado, una angustia inexplicable, una alegría extrañamente dolorosa; todos esos sentimientos la embargaban a un tiempo. El sistema límbico vibraba sin freno e infiltraba en cada pensamiento emociones violentas y contradictorias, sin relación con el contenido de los pensamientos: Sax la había salvado, ella lo odiaba, sentía una alegría feroz, Kasei estaba muerto, Peter, no, ningún oso podría matarla… y así hasta el infinito. ¡Oh, era tan extraño!
Divisó un pequeño rover verde en lo alto de un acantilado que caía a plomo sobre el hielo de la bahía. Siguiendo un impulso, se puso al volante y se dirigió hacia allí. Una pequeña cara se asomó y la miró; Ann saludó sacudiendo una mano ante el parabrisas. Ojos negros, gafas, calvo. Como su padrastro. Detuvo el rover junto al otro. El hombre la invitó a entrar agitando una cuchara de madera. Parecía algo ido, como si sólo hubiese salido de sus pensamientos a medias.
Ann se puso una chaqueta de plumón, y mientras recorría el trecho que separaba los vehículos sintió el choque del aire como si se hubiese zambullido en agua helada. Era agradable poder ir de un rover a otro sin ponerse el traje o, para ser sinceros, sin arriesgarse a morir. Era sorprendente que no hubiese muerto más gente por descuido o por el mal funcionamiento de las antecámaras. Por supuesto, había habido muertos, muchos, si sumabas. Pero ahora sólo una pizca de aire frío.
El hombre calvo abrió la puerta interior.
—Hola —dijo, y le tendió la mano.
—Hola —dijo Ann, y se la estrechó—. Soy Ann.
—Y yo Harry, Harry Whitebook.
—Ah. He oído hablar de usted. Diseña animales. Él sonrió amablemente.
—Sí. —Sin avergonzarse, sin ponerse a la defensiva.
—Hoy me ha perseguido uno de sus osos polares.
—¿Ah, sí? —Los ojos como platos.— ¡Son muy rápidos!
—Y que lo diga. Pero no son simples osos polares, ¿verdad?
—Tienen algunos genes de osos grizzly, por la altura. Pero en su mayor parte son ursus maritimus. Criaturas muy resistentes.
—Muchas criaturas lo son.
—Sí, ¿no es maravilloso? Oh, perdóneme, ¿ha comido ya? ¿Le apetece un poco de sopa? Estaba preparando una sopa de puerro. Supongo que es evidente.
Lo era.
—Sí, gracias —dijo Ann.
Mientras comían la sopa con pan, Ann le hizo preguntas relacionadas con el oso polar.
—¿Puede haber aquí una cadena trófica para una criatura tan grande?
—Pues la hay. En esta zona la hay. Tiene bastante renombre por eso: la primera biorregión lo suficientemente robusta para mantener osos. El agua de la bahía es líquida hasta el fondo, ¿sabe? El agujero de transición Ap ocupa el centro del cráter, de manera que es como un lago sin fondo, con la superficie helada durante el invierno, desde luego; pero los osos están acostumbrados a eso en el Ártico.
—Los inviernos son largos.
—Sí. Pero las hembras cavan guaridas en la nieve, cerca de alguna cueva en los afloramientos del dique que hay hacia el oeste. En realidad no hibernan del todo, su temperatura corporal baja unos pocos grados y sólo tardan uno o dos minutos en despertarse si necesitan reajustar la temperatura de la guarida. Pasan todo el tiempo que pueden dentro durante el invierno y vagan en busca de alimento hasta la primavera. En la primavera remolcamos algunas de las placas de hielo a mar abierto para despejar la bahía, y a partir de entonces todo se desarrolla con normalidad, desde el fondo hasta la superficie. Las cadenas marinas básicas proceden del Antártico, y las terrestres del Ártico. Plancton, krill, peces y calamares, focas Weddell, y en tierra, conejos y liebres, lémmings, marmotas, ratones, linces, gatos monteses. Y los osos. Estamos intentando introducir caribúes, renos y lobos, pero todavía no hay pasto suficiente para los ungulados. Los osos llevan pocos años ahí fuera, porque la presión atmosférica no era la adecuada hasta no hace mucho. Pero ahora es la equivalente a cuatro mil metros y hemos descubierto que los osos se las arreglan muy bien. Se adaptan muy deprisa.
—Los humanos también.
—Hombre, aún no hemos visto demasiados a cuatro mil metros de altitud. —Se refería a cuatro mil metros sobre el nivel del mar en la Tierra. Una cota mayor que la de cualquier asentamiento humano permanente, como ella recordó.
El hombre seguía hablando:
—… con el tiempo la cavidad torácica se ensanchará, está destinado a suceder… —Un hombre que hablaba para sí mismo. Grande, corpulento; una estrecha franja de pelo le rodeaba la calva. Los ojos negros nadaban detrás de las gafas redondas.
—¿Conoció usted a Hiroko? —preguntó Ann.
—¿Hiroko Ai? Sí, hablé con ella una vez. Una mujer encantadora. Dicen que ha regresado a la Tierra para ayudarlos a adaptarse a la inundación. ¿La conoció usted?