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—Será mejor que se nos ocurra algún sitio —dijo Elizabeth con expresión sombría—. Los chinos e indios han sido siempre buenos aliados de los marcianos, pero ahora incluso ellos están haciendo caso omiso del tratado. Me enviaron la grabación de una reunión de estrategas políticos en India a propósito de este tema, y hablan de seguir con su programa, al máximo de su capacidad, durante un par de siglos, y ver hasta dónde pueden llegar.

La cabina del ascensor descendió y Marte fue creciendo bajo sus pies. Finalmente deceleraron a poca altura sobre Sheffield, y de pronto todo volvió a ser normaclass="underline" la gravedad marciana sin las fuerzas de Coriolis torciendo la realidad. Entraron en el Enchufe: de nuevo en casa.

Amigos, periodistas, delegaciones, Mangalavid. En Sheffield la gente andaba ocupada en sus asuntos. De cuando en cuando alguien reconocía a Nirgal y agitaba alegremente una mano. Algunos incluso se detenían para estrecharle la mano o darle un abrazo, preguntando por el viaje o su salud.

—¡Nos alegra que estés de vuelta!

Sin embargo, en los ojos de muchos… La enfermedad era tan rara. Hubo muchos que apartaron la mirada. Pensamiento mágico, Nirgal comprendió de pronto que para la gran mayoría el tratamiento de longevidad equivalía a la inmortalidad. No querían cambiar de opinión, y por eso apartaban la mirada.

Pero Nirgal había visto morir a Simón a pesar de que le habían llenado los huesos con su joven médula. Había sentido su propio cuerpo desmoronándose, el dolor en los pulmones, en cada célula. Sabía que la muerte era real. No habían conseguido la inmortalidad, ni la conseguirían nunca. Senectud postergada, la llamaba Sax. Senectud postergada, sólo era eso, y Nirgal lo sabía. Y la gente advertía ese conocimiento en él y retrocedía. Era impuro y apartaban la mirada. Lo enfurecía.

Tomó el tren a Cairo y contempló el vasto desierto inclinado de Tharsis Este, seco y férrico, la tierra de Ur de Marte rojo, su tierra. Sus ojos lo reconocían. Su cerebro y su cuerpo resplandecían con ese reconocimiento. El hogar.

Pero de nuevo, los rostros en el tren que lo miraban y luego lo rehuían. Era el hombre que no había sido capaz de adaptarse a la Tierra, el mundo natal casi lo había matado. Era una flor alpina incapaz de resistir el mundo real, un espécimen exótico para el que la Tierra era como Venus. Eso decían sus miradas esquivas. Condenado a un exilio eterno.

Aquélla era la condición marciana. Uno de cada quinientos nativos marcianos que visitaba la Tierra moría; era una de las cosas más peligrosas para un marciano, más que el vuelo en los acantilados, que visitar el sistema solar exterior, que el parto. Una suerte de ruleta rusa, con muchas recámaras vacías en el tambor, sí, pero con una cargada.

Y él la había eludido, por muy poco, pero la había eludido, ¡y estaba vivo y en casa! Esas caras en el tren, ¿qué sabían ellos? Pensaban que la Tierra lo había derrotado; pero claro, también pensaban que era Nirgal el Héroe, nunca antes derrotado; lo veían sólo como una leyenda, como una idea. Nada sabían de Jackie o Simón, ni de Dao o Hiroko. No sabían nada de él. Tenía veintiséis años marcianos, era un hombre de mediana edad que había sufrido todo lo que cualquier hombre de su edad podía sufrir: la muerte de los padres, la muerte del amor, había traicionado y lo habían traicionado. Esas cosas le ocurrían a todo el mundo, pero ése no era el Nirgal que la gente quería.

El tren bordeó las primeras estribaciones curvas de los cañones del Laberinto de la Noche, y pronto entró flotando en la vieja estación de Cairo. Nirgal bajó y observó con curiosidad la ciudad-tienda. Había sido un reducto metanac que nunca había visitado. Era interesante ver los viejos y pequeños edificios. El ejército rojo había destrozado la planta física durante la revolución y aún se veían muchas paredes convertidas en ruinas ennegrecidas. La gente lo saludó mientras se dirigía a las oficinas de la ciudad por el ancho bulevar central.

Y allí estaba ella, en el vestíbulo del ayuntamiento, junto a los ventanales que dominaban la U de Nilus Noctis. Nirgal se detuvo, sin aliento. Ella todavía no lo había visto. El rostro era más redondo, pero por lo demás seguía tan alta y esbelta como siempre; llevaba una blusa de seda verde y una falda de un verde más oscuro de un material más basto, y los cabellos negros se derramaban por su espalda en una cascada resplandeciente. No podía dejar de mirarla.

De pronto ella notó su presencia y vaciló. Tal vez las imágenes de la pantalla no habían mostrado cabalmente los estragos que había hecho en él la enfermedad terrana. Las manos de Jackie se tendieron hacia él por instinto y ella las siguió al punto, con una mirada calculadora, borrando de inmediato para las cámaras que la rodeaban constantemente la mueca que le había deformado la cara al verlo. Pero él la amaba por aquellas manos. A Nirgal se le encendió el rostro mientras intercambiaban unos besos en las mejillas, como dos diplomáticos en buenos términos. Ella seguía aparentando quince años marcianos, como si acabara de dejar atrás la inmaculada frescura de la juventud, en esa etapa que es incluso más hermosa que la juventud. Se decía que había empezado a recibir el tratamiento a los diez años.

—Entonces es cierto —dijo Jackie—. La Tierra casi acaba contigo.

—En realidad fue un virus.

Ella rió, pero sus ojos mantenían esa mirada calculadora. Lo tomó del brazo y lo acompañó hasta donde la aguardaba su séquito como quien guía a un ciego. Aunque él ya conocía a muchos, Jackie hizo las presentaciones, para subrayar los grandes cambios que se habían producido en los cuadros superiores del partido durante su ausencia. Pero naturalmente él no podía percatarse de eso, y se esforzaba por mostrarse alegre cuando fue interrumpido por un lloro. Había un bebé entre ellos.

—Ah —dijo Jackie mirándose la muñeca—. Tiene hambre. Ven a conocer a mi hija.

Se acercó a una mujer que llevaba en los brazos a un bebé de pañales. La pequeña tenía carrillos regordetes y la piel más oscura que la de Jackie; la carita estaba sonrojada de tanto berrear. Jackie la tomó en brazos y se la llevó a una habitación contigua.

Nirgal, a quien habían olvidado, vio a Tiu, Rachel y Frantz junto a la ventana y se acercó a ellos, echando una mirada en dirección a Jackie. Ellos pusieron los ojos en blanco y se encogieron de hombros. Rachel le apuntó en voz baja que Jackie no había dicho quién era el padre. No era un comportamiento insólito; muchas mujeres de Dorsa Brevia habían hecho lo mismo.

La mujer que se ocupaba de la pequeña salió y le dijo que Jackie quería hablar con él, y Nirgal la siguió.

La habitación tenía un ventanal sobre Nilus Noctis. Jackie estaba sentada en un banco amamantando a la niña y contemplando el panorama. La pequeña estaba hambrienta: tenía los ojos cerrados y chupeteaba ruidosamente. Los diminutos puños estaban apretados, un vestigio de algún comportamiento arbóreo, como aferrarse a una rama o al pelo de la madre. Aquellas manitas encerraban la cultura.

Jackie estaba dando instrucciones a sus auxiliares, los presentes y los ausentes, a través de la consola de muñeca.

—Da igual lo que digan en Berna, hemos de tener la capacidad de reducir las cuotas si es necesario. Los indios y los chinos tendrán que acostumbrarse.

Nirgal empezó a comprender algunas cosas. Jackie estaba en el consejo ejecutivo, pero el consejo no era particularmente poderoso. Además seguía siendo uno de los dirigentes de Marte Libre, y aunque la influencia del partido tal vez disminuyera a medida que el poder se desplazaba a las tiendas, podía convertirse en una fuerza determinante en las relaciones Marte-Tierra. Incluso si se limitaba a coordinar la política, ostentaría todo el poder que un coordinador puede manejar, que era considerable; el único poder que Nirgal había tenido, después de todo. En muchas situaciones esa coordinación equivaldría a escoger la política a seguir en relación con la Tierra, ya que los gobiernos locales se ocupaban de los asuntos locales y el cuerpo legislativo global estaba cada vez más dominado por la supermayoría liderada por Marte Libre. Y además era muy probable que la relación Marte-Tierra acabara por quitar importancia a todo lo demás. De modo que Jackie tal vez estaba en camino de convertirse en una poderosa figura interplanetaria.