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No, deseaba vivir al aire libre, conocer los secretos de un trozo de planeta, de su suelo, plantas y animales, del tiempo, los cielos y todo lo demás. Una parte de él lo deseaba, a veces.

Empezó a darse cuenta de que fuese cual fuese su elección Candor Chasma no era el lugar indicado. Sus amplias vistas impedían que lo viera como un hogar: era demasiado vasto, demasiado inhumano. El fondo de los cañones era naturaleza salvaje, y cada primavera los arroyos del deshielo se desbordaban, abrían nuevos cauces, quedaban sepultados bajo gigantescos corrimientos de tierras. Fascinante, pero poco apropiado como hogar. Los lugareños vivirían en Mesa Brillante y sólo visitarían el fondo del cañón durante el día. La mesa sería su verdadero hogar. No estaba mal pensado. Pero la mesa era una isla en el cielo, un popular destino turístico para disfrutar de vacaciones con vuelos, fiestas que se prolongaban toda la noche y hoteles caros, para jóvenes y enamorados, todo fantástico, estupendo, aunque atestado; y cabía pensar en los lugareños mirando con furia e impotencia a las huestes de visitantes y nuevos residentes extasiados ante los paisajes sublimes, gentes que llegarían como él mismo, en un momento oscuro de sus vidas, y ya no se marcharían, y los antiguos residentes añorarían el tiempo en que el mundo era nuevo y estaba vacío.

No, ése no era el hogar que buscaba. Aunque le encantaba la manera en que el alba arrebolaba las estriadas paredes occidentales de Candor, que refulgían con todos los colores del espectro marciano mientras el cielo iba del índigo al malva o a un sorprendente y cerúleo tono terrestre… un lugar hermoso, tan hermoso que algunos días pensaba que valdría la pena quedarse en Mesa Brillante y defenderla, tratar de preservarla, descender en picado y aprender a conocer el tortuoso suelo salvaje, y elevarse lentamente por la tarde para ir a cenar. ¿Le haría sentirse en casa esa actividad? Y si era naturaleza salvaje lo que buscaba, ¿no existían otros lugares menos espectaculares pero más remotos, y por tanto más salvajes?

Oscilaba entre ambas opciones. Cierto día, mientras volaba sobre las espumantes cascadas y rápidos de la Quebrada de Candor, recordó que John Boone había recorrido aquella zona solo en un rover poco después de que se construyera la autopista Transmarineris. ¿Qué habría dicho el maestro del equívoco sobre aquella sorprendente región?

Nirgal recurrió a Pauline, la IA de Boone, y pidió Candor. Encontró un diario oral que narraba un viaje a través del cañón en 2046. Mientras volaba, escuchó la voz ronca y amistosa con acento estadounidense, una voz que no parecía estar hablándole a una IA, y deseó poder hablar con aquel hombre. Algunos decían que Nirgal había llenado el vacío dejado por John Boone, que había hecho el trabajo que éste habría hecho de haber vivido. Si eso era cierto, ¿qué decisión habría tomado John después?

¿Cómo habría vivido?

—Esta zona es increíble. De veras, es lo que te viene a la cabeza cuando piensas en Valles Marineris. En Melas el cañón era tan ancho que si estabas en el medio no alcanzabas a ver las paredes, ¡quedaban bajo el horizonte! La curvatura del pequeño planeta produce efectos que nadie imaginó. Las viejas simulaciones mintieron con tanto descaro; exageraban las verticales cinco o diez veces, si no recuerdo mal, lo que te daba la sensación de estar dentro de una ranura, y no es así. Caramba, veo una columna de roca que parece una mujer con toga; supongo que podría ser la mujer de Lot. Me pregunto si será sal, porque es blanca, aunque seguramente se trata de otra cosa. Tendré que preguntarle a Ann. ¿Qué sentirían aquellos suizos ante todo esto cuando construyeron la autopista?

Porque no es demasiado alpino, más bien un anti-Alpes, hacia abajo en lugar de hacia arriba, rojo en vez de verde, basalto en vez de granito. En fin, a pesar de todo parece que les gusta. Claro que ellos son suizos antisuizos, en cierto modo es lógico. ¡Sooo!, zona de baches, el rover salta como un loco. Intentaré avanzar por aquella terraza, parece más regular que este terreno. Sí, allá vamos, es como una carretera. Oh, es la carretera. Supongo que me desvié un poco, llevo el volante porque me gusta, pero es algo complicado seguir los radiofaros cuando hay tanto que ver ahí afuera. Los radiofaros son más apropiados para el piloto automático que para el ojo humano. ¡Eh, ahí está la abertura sobre Ophir Chasma, menudo desfiladero! Esa pared debe de tener, no sé, seis mil metros de altura. ¡Señor! Si la anterior se llamaba Quebrada de Candor, habría que llamar a ésta Quebrada de Ophir, ¿no? Puerta de Ophir sería mejor. Echémosle una ojeada al mapa. Humm, el promontorio del extremo occidental de la quebrada se llama Candor Labes; eso significa labios, ¿no? Garganta de Candor, o, humm… me parece que no. ¡Es una abertura de padre y muy señor mío! Acantilados escarpados a ambos lados y seis mil metros de altura. Eso es seis o siete veces la altura de los acantilados de Yosemite. ¡Caramba! A decir verdad, no parecen tan altos. El escorzo, sin duda. Parecen el doble de altos… quién sabe, en realidad no recuerdo el aspecto de Yosemite, al menos las escalas. Éste es el cañón más curioso que pueda imaginarse. Ah, ahí está Candor Mensa, a mi izquierda. Es la primera vez que veo claramente que no forma parte del muro de Candor Labes. Apuesto a que desde lo alto de esa mesa se ve un panorama espectacular. Seguro que construirán un hotel al que se accederá por aire. ¡Cómo me gustaría subir y verlo! Será divertido volar por aquí, aunque peligroso. Veo demonios de polvo de cuando en cuando, malignos remolinos, densos y oscuros. Un rayo de sol atraviesa el polvo e ilumina la mesa, una barra de mantequilla suspendida en el cielo. ¡Ah, Dios, qué mundo tan hermoso!

Nirgal compartía ese parecer. La voz del hombre le sonaba divertida y le sorprendió que hablase de volar por allí. Ahora comprendía por qué los issei hablaban de Boone como lo hacían, la herida incurable que les había infligido su muerte. ¡Cuánto mejor habría sido tener a John en persona en vez de aquellas grabaciones, habría sido fascinante ver cómo se las arreglaba con la turbulenta historia de Marte! Ahorrándole a Nirgal esas preocupaciones entre otras cosas. Pero tenía que conformarse con aquella voz amistosa y feliz. Y eso no resolvía su problema.

En Candor Mensa los aviadores frecuentaban por la noche un anillo de pubs y restaurantes situados en el alto arco meridional del muro de la tienda; sentados en las terrazas, contemplaban el vasto paisaje boscoso que constituía su dominio. Nirgal comía y bebía con ellos, escuchaba y a veces hablaba, o se ocupaba de sus propios pensamientos; no parecía importarles lo que le había ocurrido en la Tierra ni tampoco que estuviera entre ellos, y eso era conveniente, porque a menudo estaba tan absorto que olvidaba cuanto le rodeaba; se perdía en ensoñaciones, y cuando salía de ellas descubría que había estado en las húmedas calles de Port of Spain o en el refugio, bajo el monzón torrencial, y todo lo que le rodeaba le parecía pálido en comparación.

Pero una noche lo sacó de su ensoñación la mención de Hiroko.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

—Hiroko. Tropezamos con ella en Elysium.

Era una mujer joven quien hablaba, y era evidente que desconocía la identidad de Nirgal.

—¿Tú la viste? —preguntó él con brusquedad.

—Sí. Ya no se oculta. Dijo que le gustaba mi planeador.

—No sé —dijo un hombre mayor, un veterano de Marte, un issei de los primeros años, con el rostro tan castigado por el viento y los rayos cósmicos que parecía de cuero y una voz áspera—, he oído decir que andaba por el caos, donde estuvo la primera colonia oculta, trabajando en los nuevos puertos de la bahía sur.