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—Bueno, se lo hemos propuesto a todos los primeros cien cuando han venido a examinarse. Y todos aquí en Acheron lo han probado. Pero sólo hemos combinado métodos que todo el mundo conoce, de modo que no pasará mucho tiempo antes de que otros intenten también combinarlos. Así que estamos redactando un informe, pero primero vamos a mandarlo a la Organización Mundial de la Salud. Ya sabes, exposición a la política.

—Umm —musitó John. Noticias de un medicamento para la longevidad en Marte, allá entre los atestados miles de millones. Dios mío…—. ¿Es caro?

—No demasiado. Lo más caro es la lectura del genoma, y requiere tiempo. Pero no es más que un procedimiento, ya sabes, sólo tiempo de computadora. Es muy posible que se pudiera inocular a todo el mundo en la Tierra. Pero el problema demográfico allí ya es crítico. Tendrán que instaurar un control de población bastante drástico, o de lo contrario se volverán todos malthusianos muy pronto. Pensamos que lo mejor era dejar que las autoridades terranas decidieran.

—Pero seguro que la noticia se filtrará.

—¿Tú crees? Tal vez intenten mantenerla en secreto. Quizá sea un secreto justificado, no lo sé.

—Vaya. Pero aquí… ¿simplemente siguieron adelante y lo hicieron?

—Lo hicimos. —Se encogió de hombros.— Entonces, ¿qué dices?

¿Quieres el tratamiento?

—Deja que lo piense.

Salió a dar un paseo por la cresta de la aleta, yendo de un lado a otro entre los bambúes y cultivos del invernadero. Cuando caminaba hacia el oeste tenía que protegerse los ojos del resplandor del sol, incluso a través del filtro de cristal; cuando se volvía hacia el este, podía contemplar las quebradas pendientes de lava que subían hasta el Monte Olimpo. Era difícil pensar. Tenía sesenta y seis años, había nacido en 1982, ¿y qué año era ahora en la Tierra, el 2048? M-11, once largos años marcianos de alta radiación. Y había pasado treinta y cinco meses en el espacio, incluyendo tres viajes entre la Tierra y Marte, que aún eran un récord. Sólo en esos viajes había recibido 195 rem, y tenía la presión arterial baja y una mala relación HDL-LDL, y le dolían los hombros cuando nadaba y muchas veces se sentía cansado. Se estaba haciendo viejo. No le quedaban tantos años, por extraño que le pareciera; y tenía mucha fe en el grupo de Acheron; ahora que lo pensaba, estaban en aquel nido de águilas trabajando y comiendo y jugando al fútbol y nadando y viviendo con sonrisitas de concentración absorta, entonando una especie de canturreo. No como niños de diez años, desde luego; pero sí con un aura de felicidad plena y profunda. De salud y de algo más que salud. Se rió en voz alta y entró en Acheron en busca de Ursula. Cuando ella lo vio se echó a reír.

—No era una elección tan difícil, ¿verdad?

—No. —Rió con ella.— Quiero decir, ¿qué puedo perder?

De modo que aceptó. Tenían su genoma en los registros, aunque llevaría unos días sintetizar la serie de cadenas de reparación, unirla a los plásmidos y clonar unos millones más. Úrsula le dijo que regresara al cabo de tres días.

Cuando volvió a las habitaciones de invitados, Maya ya estaba allí, al parecer tan emocionada como él, yendo nerviosamente de la cómoda al baño y del baño a la ventana, tocando cosas y mirando alrededor como si nunca hubiera visto ese cuarto. Vlad se lo había propuesto después del examen médico, tal como hiciera Úrsula con John.

—¡Plaga de inmortalidad! —exclamó Maya, y rió de forma extraña—.

¿Puedes creerlo?

—Plaga de longevidad —corrigió él—. Y no, no puedo. En realidad no.

Calentaron sopa y comieron, aturdidos. Por eso Vlad le había pedido a Maya que viniera a Acheron, por eso había insistido en que John la visitara cuanto antes. De pie junto a Maya, mientras lavaba los platos, observándole las manos temblorosas, más cerca de ella que nunca; era como si cada uno conociera los pensamientos del otro, como si después de todos esos años, ante ese extraño acontecimiento, no necesitaran palabras, sino sólo la presencia del otro. Esa noche, en la cálida oscuridad de la cama, ella susurro con voz ronca: —Será mejor que esta noche lo hagamos dos veces. Mientras todavía somos nosotros.

Tres días después, recibieron el tratamiento. John yacía sobre una camilla en un cuarto pequeño y observaba la aguja intravenosa en el dorso de su mano. Era una inyección de goteo, igual que todas las que había recibido antes. Salvo que en esta ocasión sentía un calor extraño que le subía por el brazo, inundándole el pecho, bajándole a borbotones por las piernas. ¿Era real? ¿Se lo imaginaba? Durante un segundo se sintió muy raro, como invadido por su propio espectro. Luego sólo se sintió muy caliente.

—¿Es normal que esté tan caliente? —le preguntó a Úrsula con ansiedad.

—Al principio es como una fiebre —repuso ella—. Luego te sometemos a un pequeño shock para introducir los plásmidos en tus células. Después tendrás más escalofríos que fiebre, mientras las cadenas nuevas se unen a las viejas. En realidad, la gente suele sentir mucho frío.

Una hora más tarde, la gran bolsa de goteo se había vaciado. John todavía tenía calor y sentía la vejiga llena. Lo dejaron levantarse e ir al baño, y luego, cuando regresó, lo sujetaron con correas a lo que parecía un cruce de sofá y silla eléctrica. Eso no le molestó; el entrenamiento de astronauta lo había habituado a todos los aparatos. El shock duró unos diez segundos y fue como un hormigueo desagradable en todo el cuerpo. Úrsula y los demás lo separaron del aparato; Úrsula, con los ojos brillantes, le dio un beso en la boca. Le advirtió otra vez que en poco tiempo empezaría a sentir frío, y que eso duraría un par de días. No había problema en tomar saunas o hidromasajes; en realidad se lo recomendaban.

De modo que Maya y él se sentaron juntos en un rincón de la sauna, acurrucados en el penetrante calor, contemplando los cuerpos de los otros visitantes, que entraban blancos y salían rosados. A John le pareció una imagen de lo que les estaba ocurriendo a los dos: entrabas con sesenta y cinco años y salías con diez. No podía creerlo. Aún le costaba mucho pensar, sencillamente estaba en blanco, tenía la mente atontada. También le reforzaban las células cerebrales, ¿es que las suyas se le habían atascado de pronto? Siempre había sido un pensador irregular y lento. Era muy probable que esto no fuera más que la torpeza de siempre, que en ese momento le llamaba la atención porque intentaba con tanto esfuerzo entender lo que ocurría, saber qué significaba. ¿Podía ser cierto? ¿De verdad evitarían la muerte durante algunos años, tal vez algunas décadas?…

Dejaron la sauna para ir a comer y después pasearon un rato por el invernadero de la cumbre, mirando las dunas al norte, la caótica lava al sur. El paisaje del norte le recordaba a Maya la primera época en la Colina, el desorden fortuito de piedras de Lunae sustituido por las ventosas dunas de Arcadia, como si la memoria le hubiera limpiado los recuerdos de aquella época, dándoles una forma más definida, tiñendo los deslucidos ocres y rojos con un intenso amarillo limón. La página del pasado. John miró a Maya con curiosidad. Habían transcurrido M-11 años desde aquellos primeros días en el parque de remolques, y durante la mayoría de esos años habían sido amantes, con varias (benditas) interrupciones y separaciones, desde luego, provocadas por las circunstancias, o más comúnmente por una incapacidad mutua. Pero siempre habían empezado de nuevo cuando se había presentado la ocasión, y el resultado era que ahora se conocían casi tan bien como cualquier pareja casada con una historia menos interrumpida; quizá incluso mejor, pues en cualquier pareja estable no era difícil que hubieran dejado de prestarse atención en un momento dado, mientras que ellos dos, con tantas separaciones y reencuentros, peleas y reconciliaciones, habían tenido que volver a conocerse en incontables ocasiones. John le expresó algo de esa idea y lo hablaron… Fue un placer hablar.