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– ¿Y el juez? ¿Qué tal lo ves?

Bosch asintió, como si hubiera encontrado algo bueno en la conversación.

– El pistolero. Houghton no se anda con chiquitas. Le soltará un bofetón a Fowkkes si es preciso. Al menos tenemos eso a nuestro favor.

– ¿El pistolero?

– Debajo de esa toga negra, el tío va calzado; o al menos eso cree la gente. Hace cinco años llevaba el caso de un mafioso mexicano y cuando el jurado lo declaró culpable, un grupo de colegas y familiares del acusado se pusieron como locos y casi empezaron un motín en la sala. Houghton sacó una Glock y disparó al techo. En un momento se calmaron los ánimos. Desde entonces es el juez titular al que reeligen con más votos. Mira el techo cuando entres en su sala. El agujero de bala sigue allí. No va a dejar que nadie lo tape.

Bosch dio otro mordisco y consultó su reloj. Cambió de tema hablando con la boca llena.

– No es nada personal, pero supongo que han llegado a un callejón sin salida con Gunn si ya han pedido ayuda de fuera.

McCaleb asintió.

– Algo así.

Miró la salchicha picante que tenía delante y lamentó no tener un cuchillo y un tenedor.

– ¿Qué pasa? No hacía falta que viniéramos aquí.

– No pasa nada. Sólo estaba pensando que entre los crepés de Dupar's de esta mañana y esto a lo mejor me hace falta un corazón nuevo a la hora de cenar.

– Si quieres parar tu corazón, la próxima vez, después de que vayas a Dupar's pásate por Bob's Donuts. Está allí mismo en el Farmer's Market. El glaseado. Un par de ésos y sentirás que las arterias se te endurecen y se parten como carámbanos colgados de una casa. Nunca han dado con un sospechoso, ¿verdad?

– Eso es. Nada.

– ¿Por qué te interesa tanto?

– Por lo mismo que a Jaye. Puede que el que ha hecho esto sólo esté empezando.

Bosch se limitó a asentir, porque tenía la boca llena.

McCaleb estudió a su interlocutor. Tenía el pelo más corto de lo que él recordaba. También más canoso, pero eso era de esperar. Seguía conservando el mismo bigote y los mismos ojos. Le recordaron a los de Graciela, tan oscuros que apenas había límite entre el iris y la pupila. Pero los ojos de Bosch estaban cansados y con los párpados caídos y con arrugas en las comisuras. Aun así, siempre se estaban moviendo, observando. Estaba sentado ligeramente inclinado hacia adelante, como si estuviera a punto de salir corriendo. McCaleb recordó que con Bosch siempre había sentido que estaba ante un resorte, que en cualquier momento o por cualquier razón, Bosch podía llevar la aguja a la zona roja.

Bosch buscó en el interior de su chaqueta, sacó unas gafas de sol y se las puso. McCaleb se preguntó si lo hacía porque se había dado cuenta de que lo estaba evaluando. Cogió la salchicha picante y finalmente le dio un mordisco. Tenía un gusto delicioso y mortal al mismo tiempo. Volvió a dejar la salchicha goteante en el plato de papel y se limpió la mano con una servilleta.

– Bueno, háblame de Gunn. Me has dicho que era un cabrón, ¿qué más?

– ¿Qué más? Eso es todo. Era un depredador. Usaba a las mujeres, las compraba. Asesinó a aquella chica en el motel, no tengo ninguna duda.

– Pero la fiscalía dejó el caso.

– Sí, Gunn alegó defensa propia. Dijo cosas que no encajaban, pero no lo suficiente para presentar cargos. Alegó defensa propia y no iba a haber suficientes pruebas para ir contra él en un juicio. Así que no presentaron cargos. Fin de la historia, siguiente caso.

– ¿Sabía que no lo creíste?

– Sí, claro. Lo sabía.

– ¿Trataste de presionarle?

Bosch lanzó a McCaleb una mirada que él pudo leer a través de las gafas de sol. La pregunta ponía en cuestión la profesionalidad de Bosch como detective.

– Quiero decir -se apresuró a decir McCaleb- que qué pasó cuando trataste de presionarle.

– La verdad es que nunca tuvimos ocasión. Hubo un problema. Verás, lo preparamos. Lo llevamos a comisaría y lo pusimos en una de las salas. Mi compañero y yo pensábamos dejarlo un ralo allí, íbamos a hacer todo el número, tomarle declaración y luego intentar encontrar contradicciones. Pero nunca tuvimos ocasión de hacerlo bien.

– ¿Qué ocurrió?

– Edgar y yo (me refiero a mi compañero Jerry Edgar) fuimos a tomar un café para hablar de cómo pensábamos llevar el caso. Mientras estábamos allí el teniente ve a Gunn sentado en la sala de interrogatorios y no sabe qué coño hace allí. Así que decide entrar y asegurarse de que le han leído sus derechos.

McCaleb vio la rabia en el rostro de Bosch, incluso seis años después de sucedido el hecho.

– ¿Entiendes?, Gunn había llegado como testigo y aparentemente como la víctima de un delito. Dijo que ella lo amenazó con un cuchillo y que él se defendió. Así que no necesitábamos leerle ningún derecho. El plan era entrar y sacudir su historia hasta que cometiera un error. Después ya le leeríamos sus derechos. Pero ese teniente subnormal no tenía ni idea, así que entró y avisó al tipo. Después ya no había nada que hacer. Sabía que íbamos a por él. Pidió un abogado en cuanto entramos en la sala.

Bosch negó con la cabeza y miró hacia la calle, McCaleb siguió su mirada. AI otro lado de Victory Boulevard había un aparcamiento de coches usados con banderines rojos, blancos y azules ondeando al viento. Para McCaleb, Van Nuys siempre había sido sinónimo de coches en venta. Los había por todas partes, nuevos y usados.

– ¿Y qué le dijiste al teniente? -preguntó.

– ¿Decirle? No le dije nada. Sólo lo empujé por la ventana de su despacho. Me gané una suspensión: baja involuntaria por estrés. Jerry Edgar llevó el caso a la fiscalía. Lo estudiaron durante un tiempo, pero al final lo dejaron. -Bosch asintió. Mantenía los ojos fijos en el plato de papel vacío-. Yo me cargué el caso. Sí, me lo cargué.

McCaleb esperó un momento antes de hablar. Una ráfaga de viento se llevó el plato de Bosch y el detective observó cómo resbalaba hasta la zona de picnic. No hizo ningún movimiento para detenerlo.

– ¿Todavía trabajas para ese teniente?

– No. Ya no está entre nosotros. Poco después de aquello salió una noche y no volvió a casa. Lo encontraron en su coche en un túnel de Griffith Park, cerca del observatorio.

– ¿Sé suicidó?

– No, alguien lo mató. El caso sigue abierto. Técnicamente.

Bosch volvió a mirar a McCaleb. Este bajó la mirada y se fijó en que el alfiler de corbata de Bosch eran unas esposas minúsculas.

– ¿Qué más puedo decirte? -preguntó Bosch-. Nada de esto tiene ninguna relación con Gunn. El era sólo una mosca más en esta mierda a la que llaman sistema judicial.

– No parece que tuvieras mucho tiempo de investigarlo.

– De hecho nada. Todo lo que te he contado ocurrió en un espacio de ocho o nueve horas. Después, con lo que pasó, me apartaron del caso y el tipo salió libre.

– Pero tú no te rendiste. Jaye me dijo que lo visitaste en la celda de borrachos la noche anterior a su asesinato.

– Sí, lo detuvieron por conducir borracho mientras buscaba una puta en Sunset. Estaba en el calabozo y me avisaron. Fui a verlo, a tirar un poco de la cuerda para ver si al final hablaba. Pero el tío estaba como una cuba, tirado encima del vómito. Así que eso fue todo. Digamos que no nos comunicamos.

Bosch miró la salchicha a medio comer de McCaleb y luego su reloj.

– Lo siento, pero es todo lo que tengo. ¿Vas a comerte eso o podemos marcharnos?

– Un par más de bocados, un par más de preguntas. ¿No quieres fumarte un cigarrillo?

– Lo dejé hace un par de años. Sólo fumo en ocasiones especiales.

– No me digas que fue por lo del hombre Marlboro de Sunset que se quedó impotente.

– No, mi mujer quería que lo dejáramos los dos. Y lo hicimos.

– ¿Tu mujer? Estás cargado de sorpresas, Harry.

– No te entusiasmes. Llegó y se fue. Pero al menos he dejado de fumar. Ella no sé.