McCaleb se limitó a asentir, percibiendo que se había adentrado demasiado en la vida personal del detective. Volvió a centrarse en el caso.
– Entonces, ¿alguna teoría sobre quién lo mató?
McCaleb tomó otro bocado mientras Bosch respondía.
– Supongo que se encontró con alguien como él. Alguien que cruzó la línea en alguna ocasión. No me interpretes mal, espero que tú y Jaye encontréis a ese tipo. Pero por el momento, quienquiera que sea él o ella no ha hecho nada que me preocupe demasiado. ¿Me explico?
– Es curioso que digas «ella». ¿Crees que puede haber sido una mujer?
– No sé lo suficiente del caso. Pero ya te he dicho que explotaba a las mujeres. Quizá alguna le paró los pies.
McCaleb asintió otra vez. No se le ocurría ninguna pregunta más. De todos modos, hablar con Bosch había sido buscar una posibilidad remota. Quizá McCaleb ya sabía que la cosa terminaría así y quería volver a conectar con Bosch por otros motivos. Habló con la vista clavada en el plato de papel.
– ¿Aún piensas en la chica de la colina, Harry?
No quería decir en voz alta el nombre que Bosch le había puesto.
Bosch asintió.
– De vez en cuando. Me pasa con todos. No me abandona.
McCaleb asintió.
– Sí. Así que nada… ¿nadie preguntó por ella?
– No. Lo intenté una vez más con Seguin, fui a verlo a Q el año pasado, una semana antes de que lo ejecutaran. Intenté una última vez que me dijera algo, pero lo único que hizo fue sonreírme. Era como si sintiera que era la victoria final. Sé que estaba disfrutando, así que me levanté para irme y le dije que disfrutara en el infierno y ¿sabes qué me dijo él? Dijo: «He oído que es un calor seco.»
Bosch negó con la cabeza.
– Hijo de puta. Fui y volví en mi día libre. Doce horas conduciendo y encima el aire acondicionado no funcionaba.
Miró directamente a McCaleb e incluso entre las sombras, McCaleb volvió a sentir el vínculo que había tenido con aquel hombre mucho tiempo atrás.
Antes de que pudiera decir nada oyó que su teléfono empezaba a sonar en el bolsillo del chubasquero, que estaba doblado en el banco junto a él. Le costó encontrar el bolsillo, pero al final contestó antes de que colgaran. Era Brass Doran.
– Tengo algo para ti. No es mucho, pero puede ser un punto de partida.
– ¿Estás en algún sitio al que te pueda llamar en unos minutos?
– En realidad estoy en la sala de reuniones. Vamos a discutir un caso y yo lo presento. Pueden pasar un par de horas antes de que esté libre. Puedes llamarme esta noche a casa si…
– No, espera un momento.
Bajó el teléfono y miró a Bosch.
– Será mejor que conteste. Te llamaré más tarde si surge algo, ¿de acuerdo?
– Claro.
Bosch empezó a levantarse. Iba a llevarse lo que le quedaba de Coca-cola.
– Gracias -dijo McCaleb, tendiendo la mano-. Buena suerte con el juicio.
Bosch le estrechó la mano.
– Gracias, nos va a hacer falta.
McCaleb observó cómo se alejaba de la zona de picnic y hacia la acera que conducía de nuevo al juzgado. McCaleb volvió a levantar el teléfono.
– ¿Brass?
– Aquí estoy. Bueno, estabas hablando de lechuzas en general, ¿no? No conoces el tipo específico ni la variedad, ¿verdad?
– Exacto, una lechuza común o un búho, no sé.
– ¿De qué color es?
– Eh, es marrón, sobre todo. Tiene la espalda y las alas marrones.
Mientras hablaba sacó un par de hojas de bloc dobladas y un boli de uno de sus bolsillos. Apartó la salchicha a medio comer y se preparó para tomar notas.
– Muy bien, la iconografía moderna es lo que cabía esperar. La lechuza es símbolo de sabiduría y verdad, denota conocimiento, la visión de la escena global opuesta al detalle. La lechuza ve en la oscuridad. En otras palabras, ver a través de la oscuridad es ver la verdad, es aprender la verdad, y por consiguiente es conocimiento. Y del conocimiento viene la sabiduría, ¿de acuerdo?
McCaleb no necesitó tomar notas. Lo que Doran le había dicho era obvio. De todos modos, para mantenerse en activo, escribió una línea.
Ver en la oscuridad = sabiduría
Entonces subrayó la última palabra.
– Muy bien. ¿Qué más?
– Esto es básicamente lo que hay en cuanto a la aplicación contemporánea. Pero si vamos hacia atrás, se pone muy interesante. Las lechuzas, los búhos y los mochuelos han mejorado notablemente su reputación. Antes eran chicos malos.
– Cuéntame, Brass.
– Saca el bolígrafo. La lechuza se ha visto repetidamente en arte e iconografía religiosa desde la Alta Edad Media hasta el final del Renacimiento. A menudo aparece en las alegorías religiosas: pinturas, paneles de las iglesias y en las estaciones de la cruz. La lechuza era…
– Vale, Brass, pero ¿qué significa?
– Estoy llegando a eso. Su significado puede variar en las distintas representaciones según la especie dibujada. Pero esencialmente su representación es el símbolo del mal.
McCaleb anotó la palabra.
– El mal. De acuerdo.
– Esperaba escucharte más entusiasmado.
– No me estás viendo. Estoy dando saltos, ¿Qué más tienes?
– Deja que repase la lista. Son datos sacados de fragmentos de crítica del arte del periodo. Las referencias a las descripciones de las lechuzas surgen como símbolos de (y cito) la fatalidad, el enemigo de la inocencia, el diablo mismo, la herejía, la locura, la muerte y la desgracia, el ave de la oscuridad y, finalmente, el tormento del alma humana en su inevitable viaje a la condena eterna. Bonito, ¿eh? Me gusta esta última. Supongo que no venderían muchas bolsas de patatas fritas con lechuzas en la parte de atrás en el siglo XV.
McCaleb no contestó. Estaba demasiado ocupado anotando las descripciones que ella acababa de leerle.
– Vuelve a leerme la última línea.
Ella así lo hizo y McCaleb la copió al pie de la letra.
– Ahora, aún hay más -dijo Doran-. También hay una interpretación de la lechuza como el símbolo de la ira y el castigo del mal. Así que obviamente es algo que significó cosas diferentes en diferentes épocas y para gente diferente.
– El castigo del mal -dijo McCaleb mientras lo anotaba.
Miró la lista que acababa de escribir.
– ¿Algo más?
– ¿No tienes bastante?
– Probablemente. ¿Tienes algún libro que muestre algo de esto o los nombres de los artistas o escritores que usaron la llamada «ave de la oscuridad» en sus obras?
McCaleb oyó que pasaban algunas páginas al otro lado de la línea mientras Doran permanecía unos instantes en silencio.
– Aquí no tengo mucho. No hay libros, pero puedo darte el nombre de algunos de los artistas mencionados y seguramente encontrarás algo en Internet o en la biblioteca de la UCLA.
– De acuerdo.
– Tengo que darme prisa. Estamos a punto de empezar.
– Dime.
– Muy bien. Tengo un pintor llamado Bruegel que pintó una enorme cara como la puerta del infierno. Había una lechuza marrón en la ventana de la nariz de ese rostro. -Se echó a reír-. No me preguntes. Yo sólo te digo lo que encuentro.
– Vale -dijo McCaleb, al tiempo que anotaba la descripción-. Sigue.
– Muy bien. Otros dos artistas destacados por el uso de la lechuza como símbolo del mal fueron Van Oostanen y Durero. No sé concretamente en qué pinturas.
McCaleb oyó que pasaba más hojas. Pidió que le deletreara los nombres de los artistas y los anotó.
– Vale, aquí lo tengo. La obra de este tipo está repleta de búhos y lechuzas. No puedo pronunciar su nombre de pila. Te lo deletreo: --. Era holandés, y forma parte del Renacimiento del norte de Europa. Creo que allí las lechuzas eran grandes.
McCaleb miró la hoja que tenía delante. El nombre que acababan de leerle le resultaba familiar.