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– El Getty no tiene ninguna de sus pinturas, pero hay un cuadro de un discípulo suyo en un estudio de conservación. Lo están restaurando a fondo. La mayoría de sus obras autentificadas están en Europa, las más significativas en el Prado. Otras están dispersas. De todos modos, yo no soy la persona con la que tendría que estar hablando.

McCaleb arqueó las cejas a modo de pregunta.

– Ya que ha limitado su petición específicamente a Bosch, aquí hay alguien que le ilustrará mejor que yo. Es una ayudante de conservador. Se da la circunstancia de que está trabajando en un catálogo explicativo del Bosco; es un proyecto a largo plazo. Una obra de amor.

– ¿Está aquí? Puedo hablar con ella.

Scott levantó el teléfono y pulsó el botón del altavoz. Consultó una lista de extensiones pegada a la mesa adjunta y marcó un número de tres dígitos. Una mujer contestó al tercer timbrazo.

– Lola Walter.

– Lola, soy el señor Scott. ¿Está ahí Penélope?

– Esta mañana está trabajando en el Infierno.

– Ya veo. Bueno, nos encontraremos con ella allí.

Scott pulsó el botón del altavoz, desconectando la llamada, y se dirigió a la puerta.

– Tiene suerte -dijo.

– ¿El infierno? -preguntó McCaleb.

– Es la pintura del discípulo de Bosch. Si hace el favor de acompañarme.

Scott lo condujo al ascensor y bajaron a la planta baja. Por el camino, Scott le explicó que el museo tenía uno de los mejores talleres de restauración del mundo, y en consecuencia, las obras de arte de otros museos y colecciones privadas solían enviar obras al Getty para su reparación y restauración. En ese momento se estaba restaurando para un coleccionista una pintura que según se creía pertenecía a un discípulo de Bosch o a uno de los pintores de su estudio. El cuadro se llamaba Infierno.

El estudio de conservación era una enorme sala dividida en dos secciones principales. Una sección era un taller en el que se restauraban los marcos. En la otra, dedicada a la restauración de lienzos, había varios bancos de trabajo distribuidos a lo largo de una pared de cristal, con las mismas vistas que Scott tenía en su despacho.

McCaleb fue conducido al segundo banco, donde había una mujer de pie detrás de un hombre sentado ante una pintura colocada en un caballete. El hombre llevaba camisa y corbata debajo del delantal y unas lentes de aumento de joyero. Estaba inclinado hacia el lienzo y aplicaba lo que parecía pintura plateada sobre la superficie.

Ni el hombre ni la mujer miraron a McCaleb ni a.Scott. Éste levantó las manos en un gesto de «un momento» mientras el hombre sentado completaba la pincelada. McCaleb miró el cuadro. Era de metro veinte por dos metros y mostraba un siniestro panorama. Un pueblo era saqueado por la noche mientras sus habitantes eran torturados y ejecutados por diversas criaturas de otro mundo. Los paneles superiores de la pintura, que describían principalmente el arremolinado cielo nocturno, estaban salpicados de pequeños puntos dañados en los que había saltado la pintura. La mirada de McCaleb se fijó en un segmento inferior de la pintura, donde un hombre desnudo y con los ojos tapados era obligado a subir al patíbulo por un grupo de criaturas con aspecto de ave armadas con lanzas.

El hombre del pincel completó su trabajo y dejó el pincel en el sobre de cristal de la mesa de trabajo que tenía a su izquierda. Luego contempló su trabajo. Scott se aclaró la garganta. Sólo se volvió la mujer.

– Penélope Fitzgerald, le presento al detective McCaleb. Participa en una investigación y necesita hacer unas preguntas sobre Hieronymus Bosch. -Hizo un gesto hacia la pintura-. Le he dicho que tú eras el miembro del equipo más preparado para hablar de este tema.

McCaleb observó que los ojos de ella registraban sorpresa e inquietud, una reacción normal a la presentación repentina de un policía. El hombre que estaba sentado ni siquiera se volvió. Eso no era una respuesta normal. Se limitó a coger el pincel y continuar con su trabajo sobre el lienzo. McCaleb tendió la mano a la mujer.

– En realidad, oficialmente no soy detective. El departamento del sheriff me ha pedido ayuda en esta investigación.

Se estrecharon las manos.

– No lo entiendo -dijo ella-. ¿Han robado una pintura de Bosch?

– No, nada de eso. ¿Este cuadro es de Bosch? -McCaleb señaló el lienzo.

– No exactamente. Puede ser una copia de una de sus obras. Si es así, entonces el original se ha perdido y esto es lo único que tenemos. El estilo y el concepto es suyo. Pero hay un consenso general en que se trata de la obra de un estudiante de su taller. Probablemente está pintado después de la muerte de Bosch.

Mientras habló, los ojos de la mujer no se apartaron de la pintura. Tenía una mirada astuta y agradable, que delataba su pasión por Bosch. Supuso que rondaría los sesenta y que probablemente había dedicado su vida al estudio y el amor por el arte. La mujer le había sorprendido. La breve descripción de Scott como una ayudante que trabajaba en un catálogo de la obra de Bosch había llevado a McCaleb a pensar en una joven estudiante de arte. Se recriminó a sí mismo en silencio por haber hecho semejante suposición.

El hombre sentado volvió a dejar el pincel y cogió un trapo blanco limpio de la mesa de trabajo para limpiarse las manos. Giró en su silla y levantó la mirada al reparar en McCaleb y Scott. Fue entonces cuando McCaleb se dio cuenta de su segunda suposición errónea. No era que el hombre no les hubiera hecho caso, sino que simplemente no los había oído.

El hombre se levantó las lentes de aumento mientras buscaba bajo su delantal y se ajustaba un audífono.

– Lo siento -dijo-. No sabía que teníamos visita.

Habló con acento alemán.

– Doctor Derek Vosskuhler, le presento al señor McCaleb -dijo Scott-. Es investigador y necesita robarle a la señora Fitzgerald unos minutos.

– Entiendo. No hay problema.

– El doctor Vosskuhler es uno de nuestros expertos en restauración -aclaró Scott.

Vosskuhler asintió y miró a McCaleb, observándolo probablemente del mismo modo que estudiaba un cuadro.

– ¿Una investigación? ¿Relacionada con Hieronymus Bosch?

– De un modo tangencial. Sólo quiero aprender lo posible sobre él. Me han dicho que la doctora Fitzgerald es un experta en el tema. -McCaleb sonrió.

– No hay ningún experto en Bosch -dijo Vosskuhler sin sonreír-. Era un alma atormentada, un genio atormentado… ¿Cómo vamos a saber qué hay de verdadero en el corazón de un hombre?

McCaleb asintió. Vosskuhler volvió a mirar el lienzo.

– ¿ Qué es lo que ve, señor McCaleb?

McCaleb miró la pintura, pero no contestó durante un rato.

– Mucho dolor.

Vosskuhler asintió. Entonces se levantó y miró de cerca el cuadro, bajándose las gafas y acercándose al panel superior, con las lentes a sólo centímetros del cielo nocturno que dominaba la ciudad arrasada.

– Bosch conocía todos los demonios -dijo sin apartar la mirada del cuadro-. La oscuridad… -Hizo una larga pausa-. Una oscuridad más negra que la noche.

Se produjo otro prolongado silencio hasta que Scott lo puntuó abruptamente diciendo que tenía que regresar a su despacho. Scott salió y al cabo de unos segundos Vosskuhler por fin apartó la mirada del cuadro. No se molestó en subirse las lentes cuando miró a McCaleb. Lentamente buscó en su delantal y desconectó el audífono.

– Yo también tengo que trabajar. Buena suerte en su investigación, señor McCaleb.

McCaleb asintió cuando Vosskuhler se volvió a sentar en su silla giratoria y cogió de nuevo su pincel.

– Podemos ir a mi despacho -dijo Fitzgerald-. Allí tengo todos los libros de reproducciones. Le mostraré las obras de Bosch.

– Eso sería fantástico. Gracias.

Ella se dirigió a la puerta. McCaleb se demoró un momento y echó un último vistazo a la pintura. Tenía la vista clavada en los paneles superiores, en la turbulenta oscuridad que se cernía sobre las llamas.