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– Bosch -dijo ella, casi como si expulsara el aire-. ¿Hieronymus es el…?

Ella no terminó. McCaleb asintió.

– Sí, es el verdadero nombre de Harry.

Ambos estaban paseando por el salón con la cabeza baja, aunque con cuidado de no chocar. Hablaban atropelladamente.

– Esto es ir demasiado lejos, McCaleb. ¿Sabes lo que dices?

– Sé exactamente lo que estoy diciendo. Y no creas que no me lo he pensado mucho antes de decirlo. Yo lo considero un amigo, Jaye. En una ocasión… No sé, hubo un tiempo en que pensé que éramos muy parecidos. Pero mira esto, mira las conexiones, los paralelismos. Encaja. Todo encaja.

Se detuvo y la miró. Ella siguió paseando.

– Es un policía. Un poli de homicidios. ¡Por el amor de Dios!

– ¿Qué vas a decirme, que es totalmente imposible porque es un poli? Esto es Los Ángeles, el moderno jardín de las delicias. Con las mismas tentaciones y los mismos demonios. Ni siquiera tienes que traspasar los límites de la ciudad para buscar ejemplos de policías que han cruzado la línea, que trafican con drogas, que cometen atracos a mano armada, que asesinan incluso.

– Lo sé, lo sé. Es sólo que… -Ella no terminó.

– Como mínimo encaja lo bastante bien como para que sepas que hemos de investigarlo a fondo.

Ella se detuvo y volvió a mirarlo.

– ¿;Hemos? Olvídalo, Terry. Te pedí que echaras un vistazo a los archivos, no que investigaras sospechosos. Estás fuera después de esto.

– Mira, si yo no me hubiera metido no tendrías nada. La lechuza todavía estaría encima de ese otro edificio de Rohrshak.

– Eso te lo concedo. Y te lo agradezco mucho. Pero eres un civil. Estás fuera.

– No me voy a apartar, Jaye. Soy yo el que puso a Bosch en el punto de mira, y no voy a apartarme.

Winston se sentó pesadamente en su silla.

– De acuerdo, ¿podemos hablar de eso cuando llegue el momento? Si es que llega, yo todavía no estoy segura.

– Bien, yo tampoco.

– Bueno, sin duda has hecho una buena actuación al enseñarme los cuadros y construir el caso.

– Lo único que estoy diciendo es que Harry Bosch está conectado con esto. Y eso tiene dos lecturas. Una es que él lo hizo y la otra que alguien le ha tendido una trampa. Hace mucho tiempo que es policía.

– Veinticinco, treinta años. La lista de gente que ha enviado a prisión tiene que tener un metro de largo. Y los que han entrado y salido probablemente son la mitad de la lista. Costaría un año entero investigarlos a todos.

McCaleb asintió.

– Y no creas que él no lo sabe.

Winston miró a McCaleb. Él empezó a pasear de nuevo, con la cabeza baja. Después de un largo silencio, él levantó la cabeza y vio que ella continuaba mirándolo.

– ¿Qué?

– Estás convencido de que puede ser Bosch, ¿no? Sabes algo más.

– No. Trato de permanecer abierto. Hay que seguir todos los caminos posibles.

– Tonterías, estás siguiendo un único camino.

McCaleb no respondió. Ya se sentía bastante culpable sin necesidad de que Winston echara más leña al fuego.

– Vale -dijo ella-. Entonces ¿por qué no te apartas? Y no te preocupes. No voy a tenértelo en cuenta cuando se descubra que estás equivocado.

Él se detuvo y la miró.

– Vamos, déjamelo a mí-insistió Winston.

McCaleb negó con la cabeza.

– Yo todavía no estoy convencido. Lo único que sé es que lo que tenemos aquí excede con mucho el ámbito de la coincidencia. De modo que tiene que haber una explicación.

– Entonces dime la explicación que afecta a Bosch. Te conozco y sé que has estado pensando en eso.

– De acuerdo, pero recuerda que de momento es sólo teoría.

– Lo recordaré. Adelante.

– Lo primero. Empezamos con el detective Hieronymus Bosch creyendo (no, digamos sabiendo) que ese tipo, Edward Gunn, salió impune de un homicidio. De acuerdo, entonces tenemos a Gunn que aparece estrangulado y con aspecto de ser una figura sacada de un cuadro del pintor Hieronymus Bosch. Añadimos la lechuza de plástico y al menos otra media docena de elementos de conexión entre los dos Bosch, aparte del nombre, y aquí está.

– ¿Qué hay aquí? Estas coincidencias no significan que fue Bosch quien lo hizo. Tú mismo has dicho que alguien pudo preparar todo esto para que lo descubriéramos y se lo cargáramos a Bosch.

– No sé qué es. Instinto, supongo. Hay algo acerca de Bosch, algo que se sale de la norma.

Recordó la forma en que Vosskuhler había descrito las pinturas.

– Una oscuridad más negra que la noche.

– ¿Qué se supone que significa eso?

McCaleb descartó la pregunta. Se acercó y cogió la reproducción del detalle del hombre que abrazaba la lechuza. La sostuvo ante la cara de Winston.

– Mira la oscuridad aquí. En los ojos. En Harry hay algo que es igual.

– Ahora me estás empezando a asustar, Terry. ¿Qué me estás diciendo, que en una vida anterior Harry Bosch era pintor? Vamos, escucha lo que estás diciendo.

Él dejó la hoja de nuevo en la mesita y se alejó de ella, sacudiendo la cabeza.

– No sé cómo explicarlo -dijo-. Sólo sé que hay algo ahí. Una conexión de algún tipo entre ellos que va más allá del nombre.

Hizo un gesto como para apartar esa idea de su cabeza.

– De acuerdo, entonces sigamos adelante -dijo Winston-. ¿Por qué ahora, Terry? Si es Bosch, ¿por qué ahora? ¿Y por qué Gunn? Él se escapó de Bosch hace seis años.

– Es interesante que digas que escapó de él y no de la justicia.

– No quería decir nada con eso. Siempre estás…

– ¿Por qué ahora? ¿Quién sabe? Pero hubo ese reencuentro la noche anterior en el calabozo y antes hubo otra ocasión en octubre y podríamos ir remontándonos. Siempre que ese tipo acababa en la celda, Bosch estaba allí.

– Pero esa última noche Gunn estaba demasiado borracho para hablar.

– ¿Quién lo dice?

Ella asintió. Sólo tenían el testimonio de Bosch del encuentro en la celda de borrachos.

– Vale, muy bien, pero ¿por qué Gunn? O sea, no quiero hacer juicios cualitativos sobre los asesinos o sus víctimas, pero, vamos, el tipo acuchilló a una prostituta en un hotel de Hollywood. Todos sabemos que algunos cuentan más que otros y éste no puede haber contado demasiado. Si lees el expediente verás que ni siquiera la familia de la víctima se preocupó por ella.

– Entonces hay algo que se nos escapa, algo que no sabemos. Porque a Harry le importaba. Y de todos modos no creo que sea de los que piensan que un caso, una persona, es más importante que otra. Pero hay algo de Gunn que aún no sabemos. Tiene que haberlo. Hace seis años bastó para que Bosch empujara a su teniente y le hiciera romper la ventana. Se ganó una suspensión por eso. Bastó para que visitara a Gunn siempre que lo detenían y acababa en una celda. -McCaleb asintió para sí-. Tenemos que encontrar el detonante, lo que forzó la acción ahora y no hace un año, dos o cuando fuera.

Winston se levantó abruptamente.

– ¿Vas a parar de hablar en plural? Y sabes que hay algo que estás olvidando convenientemente. ¿Por qué iba este hombre, este policía veterano y detective de homicidios a matar a este tipo y dejar todas estas pistas que conducen hacia él? No tiene sentido, no con Harry Bosch. Es demasiado listo para eso.

– Sólo visto desde este lado. Estas cosas sólo parecen obvias ahora que las hemos descubierto. Y estás olvidando que el acto mismo de cometer un asesinato es prueba de pensamiento aberrante, de personalidad desestructurada. Si Harry Bosch se ha desviado del camino y ha caído en la cuneta (en el abismo) entonces hemos de suponer cualquier cosa en su pensamiento o en su forma de planear un asesinato. EJ hecho de que dejara estas pistas puede ser sintomático.

Ella hizo un gesto con la mano como para desestimar la explicación.