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– Soy un amigo. Terry. Trabajábamos juntos cuando Rudy estaba al otro lado de la calle.

McCaleb señaló una foto de grupo de la pared en la que se veían varios hombres con traje y unas pocas mujeres de pie delante de la fachada de ladrillos de la comisaría de Hollywood. La brigada de detectives. McCaleb vio a Harry Bosch y Rudy Tafero en la fila de atrás. Bosch tema la cara ligeramente girada, llevaba un cigarrillo en la boca y el humo le oscurecía parcialmente el rostro.

El hombre se volvió y empezó a examinar la foto.

McCaleb aprovechó para echar otro vistazo al despacho. La estancia estaba cuidadosamente dispuesta con un escritorio a la izquierda y una zona para sentarse a la derecha, con dos sofás pequeños y una alfombra oriental. Se acercó al escritorio para mirar una carpeta situada en el centro del cartapacio, pero aunque tenía un par de dedos de grosor, no había nada escrito en la pestaña.

– ¡Qué cojones, aquí no sale!

– Sí -dijo McCaleb sin volver la cara del escritorio-. Estaba fumando. No se me ve la cara.

Había un archivador lleno de carpetas a la derecha. McCaleb inclinó la cabeza en un ángulo adecuado para leer las pestañas. Reconoció algunos nombres de actores y gente del espectáculo, pero ninguno estaba relacionado con su investigación.

– Y un cuerno, tío, ése es Harry Bosch.

– ¿En serio? ¿Conoces a Harry?

El hombre no respondió. McCaleb se volvió. El hombre lo estaba mirando enfadado, con ojos de sospecha. Por primera vez se fijó en que sostenía una porra a un costado.

– Déjame ver. -Se acercó y miró la foto enmarcada-. ¿Sabes que tienes razón, es Harry. Debe de ser la del año anterior la que salgo yo. Cuando sacaron ésta estaba trabajando de incógnito y no pude salir en la foto.

McCaleb dio un paso hacia la puerta con aire despreocupado, aunque interiormente se preparaba para recibir un porrazo en la cabeza.

– Sólo dile que he estado aquí, ¿ vale? Dile que ha pasado Terry.

Llegó hasta la puerta, pero una última foto enmarcada llamó su atención. Se veía a Tafero junto a otro hombre y entre los dos sostenían una placa de madera pulida. La foto era antigua, Tafero aparentaba diez años menos. Tenía los ojos más brillantes y su sonrisa parecía auténtica. La placa de la foto estaba colgada de la pared, junto a la foto. McCaleb se acercó y leyó la chapa de latón enganchada en la parte inferior.

RUDY TAFERO

DETECTIVE DEL MES EN HOLLYWOOD FEBRERO 1995

Miró de nuevo hacia la foto y pasó a la sala de espera.

– ¿Terry qué? -dijo el hombre mientras McCaleb cruzaba el umbral.

McCaleb caminó hasta la puerta de la calle antes de volverse.

– Sólo dile que era Terry, el infiltrado.

Salió de la oficina y caminó de nuevo hacia la calle, sin mirar atrás.

McCaleb se sentó en su coche, enfrente de la oficina de correos. Se sentía incómodo, como siempre que sabía que la respuesta estaba a su alcance, pero no lograba verla. Su instinto le decía que estaba siguiendo la pista buena. Tafero, el detective privado que ocultaba sus tratos con lo más selecto de Hollywood detrás de un chiringuito de fianzas era la llave. Pero McCaleb todavía no había encontrado la puerta.

Se dio cuenta de que tenía mucha hambre. Arrancó el coche y pensó en un lugar para comer. Estaba a pocas manzanas de Musso's, pero había comido allí hacía muy poco. Se preguntó si servirían comida en Nat's, aunque supuso que si lo hacían sería peligroso para el estómago. Decidió conducir hasta el In'n Out de Sunset y pedir comida para llevar.

Mientras daba cuenta de una hamburguesa en el Cherokee inclinado sobre el envase, su móvil sonó. Dejó la hamburguesa en la caja, se limpió las manos con una servilleta y abrió el móvil.

– Eres un genio.

Era Jaye Winston.

– ¿Qué?

– Multaron el Mercedes de Tafero. Un cuatrocientos treinta CLK negro. Estaba en la zona de quince minutos, justo delante de la oficina de correos. La multa se la pusieron a las ocho y diecinueve del día veintidós. Todavía no la ha abonado. Tiene hasta hoy a las cinco, si no le requerirán el pago.

McCaleb se quedó reflexionando en silencio. Sentía que las sinapsis nerviosas se disparaban como una cadena de fichas de dominó por su columna vertebral. La multa suponía un cambio radical. No probaba absolutamente nada, pero le decía que estaba en el buen camino. Y en ocasiones saber que estabas en el buen camino era mejor que tener la prueba.

Sus pensamientos saltaron a su visita al despacho de Tafero y las fotografías que había visto.

– Eh, Jaye, ¿has podido ver algo del caso de Bosch con su antiguo teniente?

– No tuve que ir a buscarlo. Twilley y Friedman ya tenían un archivo sobre eso hoy. El teniente Harvey Pounds. Alguien lo mató unas cuatro semanas después del altercado con Bosch acerca de Gunn. Bosch era un posible sospechoso por el resentimiento, pero aparentemente lo consideraron inocente, al menos el Departamento de Policía de Los Ángeles. El caso está abierto, pero inactivo. El FBI se lo miró de lejos y también ha mantenido el caso abierto. Hoy Twilley me ha dicho que hay gente en el departamento que cree que Bosch fue descartado muy pronto.

– Ah, y supongo que a Twilley le encanta.

– Sí. Ya tenía a Bosch marcado. Cree que lo de Gunn es sólo la punta del iceberg.

McCaleb negó con la cabeza, pero inmediatamente siguió adelante. No podía entretenerse en las debilidades y motivaciones de otros. Tenía mucho en lo que pensar y mucho que planear con la investigación que tenía entre manos.

– Por cierto, ¿tienes una copia de la multa? -preguntó.

– Todavía no. Lo he hecho todo por teléfono, pero la mandarán por fax. La cuestión es que tú y yo sabemos lo que significa, pero dista mucho de ser la prueba de nada.

– Ya lo sé, pero será un buen anzuelo cuando llegue el momento.

– ¿Cuando llegue el momento para qué?

– Para hacer nuestra función. Usaremos a Tafero para llegar a Storey. Ya sabes que es allí adonde apunta.

– ¿Usaremos? Ya lo has planeado todo, ¿verdad, Terry?

– No del todo, pero estoy en ello.

No quería discutir con Winston acerca de su papel en la investigación.

– Oye, se me está enfriando la comida -dijo.

– Bueno, perdona. Sigue comiendo.

– Llámame después. Iré a ver a Bosch más tarde. ¿Sabes algo de Twilley y Friedman?

– Creo que todavía están con él.

– Muy bien. Te llamaré después.

Cerró el teléfono, salió del coche y llevó la caja de la hamburguesa a una papelera. Luego volvió a entrar en el Cherokee y arrancó. En su camino de regreso a la oficina de correos de Wilcox abrió todas las ventanillas para que se fuera el olor a comida grasienta.

39

Annabelle Crowe caminó hasta la tribuna de los testigos, concitando todas las miradas de la sala. Era una mujer despampanante, aunque había cierta torpeza en sus movimientos. Esta combinación la hacía parecer joven y vieja al mismo tiempo e incluso más atractiva. Langwiser se ocuparía del interrogatorio. Esperó a que Crowe se sentara antes de romper el encanto en la sala y subir al estrado.

Bosch apenas se había fijado en la entrada de la última testigo de la fiscalía. Se sentó en la mesa de la acusación con la vista baja, sumido en sus pensamientos de la visita de los dos agentes del FBI. Los había calado rápidamente. Habían olido sangre en el agua y sabía que si lo detenían por el caso Gunn el seguimiento mediático que obtendrían no tendría fin. Esperaba que dieran el paso en cualquier momento.

Langwiser procedió con rapidez con una serie de preguntas generales a Crowe, estableciendo que era una actriz neófita en cuyo curriculum constaban unos pocos papeles y anuncios, así como una única frase en una película que todavía no se había estrenado. Su historia parecía confirmar las dificultades de tener éxito en Hollywood: una belleza despampanante en una ciudad llena de mujeres hermosas. Todavía vivía gracias al dinero que le enviaban sus padres desde Alburquerque.