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Langwiser pasó a la parte importante del testimonio: Annabelle Crowe había tenido una cita con David Storey la noche del 14 de abril del año anterior. Tras una breve descripción de la cena y las bebidas que la pareja tomó en Dan Tana's, en West Hollywood, Langwiser pasó a la última parte de la velada, cuando Annabelle acompañó a Storey a la casa que el director de cine tenía en Mulholland.

Crowe declaró que ella y Storey compartieron una jarra entera de margaritas en la terraza trasera de la casa antes de ir al dormitorio de Storey.

– ¿Y fue usted voluntariamente, señorita Crowe?

– Sí.

– ¿Tuvo relaciones sexuales con el acusado?

– Sí.

– ¿Y fue una relación mutuamente consentida?

– Sí.

– ¿Ocurrió algo inusual durante esa relación sexual con el acusado?

– Sí, empezó a estrangularme.

– Empezó a estrangularla. ¿Cómo ocurrió eso?

– Bueno, supongo que cerré los ojos un momento y sentí que él estaba cambiando de posición. Él estaba encima de mí y yo noté que deslizaba la mano por detrás de la nuca y de algún modo me levantó la cabeza de la almohada. Entonces sentí que deslizaba algo… -Se detuvo y se tapó la boca con la mano, mientras trataba de mantener la compostura.

– Tómese su tiempo, señorita Crowe.

Daba la impresión de que la testigo estaba conteniendo las lágrimas. Al final dejó caer la mano y cogió el vaso de agua. Tomó un sorbo y miró a Langwiser, con una determinación renovada.

– Sentí que deslizaba algo por encima de mi cabeza. Abrí los ojos y lo vi apretando una corbata en torno a mi cuello. -Se detuvo y tomó otro trago de agua.

– ¿Podría describir esa corbata?

– Tenía un dibujo de diamantes azules sobre un campo granate. La recuerdo perfectamente.

– ¿Qué ocurrió cuando el acusado apretó con fuerza la corbata en torno a su cuello?

– ¡Me estaba estrangulando! -replicó Crowe estridentemente, como si la pregunta fuera estúpida y la respuesta obvia-. Me estaba estrangulando. Y no paraba de… moverse dentro de mí… y yo traté de resistirme, pero era demasiado fuerte para mí.

– ¿Dijo él algo en ese momento?

– No paraba de decir «tengo que hacerlo, tengo que hacerlo» y gemía y no dejaba de tener sexo conmigo. Tenía los dientes apretados y yo…

Ella se detuvo de nuevo y esta vez lágrimas sueltas se deslizaron por sus mejillas, una poco después de la otra. Langwiser se acercó a la mesa de la acusación y sacó una caja de pañuelos de papel. La levantó y dijo:

– Señoría, ¿da usted su permiso?

El juez le permitió que se acercara a la testigo con los Kleenex. Langwiser los entregó y luego volvió al estrado. La sala estaba en silencio, salvo por los sonidos del llanto de la testigo. Langwiser rompió el momento.

– Señorita Crowe, ¿necesita un descanso?

– No, estoy bien. Gracias.

– ¿Se desmayó cuando el acusado trató de estrangularla?

– Sí.

– ¿Qué es lo siguiente que recuerda?

– Me desperté en su cama.

– ¿Y él estaba allí?

– No, pero oí que corría agua en la ducha. En el cuarto de baño de al lado del dormitorio.

– ¿Qué hizo usted?

– Me levanté para vestirme. Quería irme antes de que él saliera de la ducha.

– ¿Su ropa estaba donde la había dejado?

– No. La encontré en una bolsa (como una bolsa de supermercado) junto a la puerta de la habitación. Me puse la ropa interior.

– ¿ Llevaba bolso esa noche?

– Sí. También estaba en la bolsa, pero estaba abierto. Miré y vi que él me había quitado las llaves. Entonces…

Fowkkes protestó, diciendo que la testigo asumía hechos no probados y el juez admitió la protesta.

– ¿Vio al acusado llevarse las llaves de su bolso? -preguntó Langwiser.

– Bueno, no. Pero estaban en mi bolso y yo no las saqué.

– De acuerdo, entonces alguien (alguien a quien usted no vio porque estaba inconsciente en la cama) sacó las llaves, ¿es correcto?

– Sí.

– Bien, ¿dónde encontró las llaves después de darse cuenta de que no estaban en su bolso?

– Estaban en el escritorio de él, junto a las suyas.

– ¿Terminó de vestirse y se fue?

– De hecho, estaba tan asustada que sólo cogí mi ropa, mis llaves y mi bolso y salí corriendo de allí. Terminé de vestirme fuera. Y luego eché a correr por la calle.

– ¿Cómo llegó a su casa?

– Me cansé de correr, así que continué un buen rato caminando por Mulholland hasta que llegué a un parque de bomberos con un teléfono público enfrente. Lo usé para pedir un taxi y entonces volví a casa.

– ¿Llamó a la policía cuando llegó a su casa?

– Eh…, no.

– ¿Por qué no, señorita Crowe?

– Bueno, por dos cosas. Cuando llegué a casa, David estaba dejando un mensaje en mi contestador y yo cogí el teléfono. Él se disculpó y me dijo que se había dejado llevar. Me dijo que pensó que estrangularme iba a aumentar mi satisfacción sexual.

– ¿Lo creyó?

– No lo sé. Estaba confundida.

– ¿Le preguntó por qué había puesto su ropa en una bolsa?

– Sí. Dijo que pensaba que iba a tener que llevarme al hospital sí no me despertaba antes de que saliera de la ducha.

– ¿No le preguntó por qué creía que tenía que ducharse antes de llevar al hospital a una mujer que estaba inconsciente en su cama?

– No le pregunté eso.

– ¿Le preguntó por qué no avisó a una ambulancia?

– No, no pensé en eso.

– ¿Cuál era la otra razón por la cual no llamó a la policía?

La testigo se miró las manos, que tenía entrelazadas en el regazo.

– Bueno, estaba avergonzada. Después de que él llamara, ya no estaba segura de lo que había ocurrido. No sabía si había intentado matarme o estaba… tratando de satisfacerme más. No lo sé. Siempre se oye hablar de la gente de Hollywood y el sexo extraño. Pensé que a lo mejor yo era…, no lo sé, un poco mojigata.

Mantuvo la cabeza baja y otras dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Bosch vio que una gota caía en el cuello de su blusa de chifón y dejaba una mancha húmeda. Langwiser continuó con voz muy suave.

– ¿Cuándo contactó con la policía en relación a lo sucedido aquella noche entre usted y el acusado?

Annabelle Crowe respondió en un tono todavía más suave.

– Cuando leí que había sido detenido porque había matado a Jody Krementz de la misma forma.

– ¿Habló entonces con el detective Bosch?

Ella asintió.

– Sí. Y supe que si… si hubiera llamado a la policía esa noche, quizá seguiría…

No terminó la frase. Sacó unos pañuelos de papel de la caja y rompió a llorar con fuerza. Langwiser comunicó al juez que había terminado con su interrogatorio. Fowkkes dijo que interpelaría a la testigo y propuso que se hiciera una pausa para que Annabelle Crowe pudiera recobrar la compostura. Al juez Houghton le pareció una buena idea y ordenó una pausa de quince minutos.

Bosch se quedó en la sala mirando a Annabelle Crowe mientras ésta acababa con la caja de pañuelos. Cuando hubo terminado, su cara ya no era tan hermosa. Estaba deformada y roja, y se le habían formado bolsas en los ojos. Bosch pensó que había sido muy convincente, pero todavía no se había enfrentado a Fowkkes. Su comportamiento durante la interpelación determinaría si el jurado iba a creer algo de lo que había dicho o no.

Cuando Langwiser volvió a entrar le dijo a Bosch que había alguien en la puerta que quería hablar con él.

– ¿Quién es?

– No se lo he preguntado. Sólo he oído que hablaba con los ayudantes mientras yo entraba. No le van a dejar pasar.

– ¿Llevaba traje? ¿Un tipo negro?