– Sí. La acompañaré a casa.
Ella señaló con la cabeza la casa que estaba al otro lado de la calle.
– Ya estoy en casa.
– La acompañaré de todas maneras. Hasta la puerta.
– Acaba de decir que tenía que marcharse.
– Y tengo que hacerlo. En cuanto la haya acompañado a usted y a Romeo y a Julieta hasta la puerta.
Para consternación de Emily, había olvidado que él sujetaba la correa de Romeo.
– No deseo entretenerle. -Y, realmente, necesitaba apartarse de él. De la calidez de su mano. Y tenía que hacerlo ya.
El curvó una de las comisuras de los labios.
– Estoy seguro de que está impaciente por deshacerse de mí, pero no tengo intención de reforzar su impresión de que soy un grosero y maleducado colonial por no depositarla ante la puerta de su casa.
– ¿Depositarme? Ni que fuera un saco de patatas.
Él clavó la mirada en ella, y a Emily le dio un vuelco el corazón ante el ardor que llameaba en los ojos oscuros.
– No la describiría precisamente como «un saco de patatas». -Como ella no respondió, él arqueó las cejas. -¿No va a preguntarme cómo la describiría?
– Por supuesto que no.
– La curiosidad me exige que le pregunte por qué no.
– Tal pregunta no sería más que una descortés caza de cumplidos. -Cierto, pero aun así Emily se encontró de repente con que no le importaría escuchar algo agradable de sus labios.
– ¿Cómo sabe que mi descripción sería un cumplido?
La vergüenza hizo arder la piel de Emily y eso la irritó sobremanera. Pero no podía decidir si estaba más molesta con él por no soltar las palabras halagadoras como habría hecho de inmediato cualquier caballero de la sociedad, o por suponer que él albergaría una buena opinión de ella.
Alzó la barbilla.
– No sé si su descripción sería un cumplido. Y de hecho, ahora que lo pienso, sospecho que no lo sería.
– ¿Quién sabe? Podría sorprenderse.
– No me gustan las sorpresas.
– Supongo que también las encuentra descorteses.
– De hecho, así es.
– Y usted nunca es descortés.
A pesar del semblante serio de él, Emily tuvo la fuerte impresión de que se estaba riendo de ella.
– Me esfuerzo por no ser maleducada, sí. El asintió con gravedad.
– Siempre impecablemente educada… aunque no siempre actúa de manera correcta. Representa un interesante enigma, milady.
Por Dios, Emily deseó espetarle con su tono más frío que su comportamiento siempre era completamente correcto, pero afirmar tal cosa ante un hombre al que había besado apasionadamente -dos veces -sólo la haría parecer una mentirosa. Una flagrante mentirosa. Lo que era muy molesto, pues ella era correcta la mayor parte del tiempo. Salvo cuando hacía alguna tontería con sus hermanos o cuando leía esos libros de la Sociedad Literaria. Y, bueno, suponía que sus apariciones como vampiro no eran exactamente correctas. Además, estaban esos dos besos…
«Oh, vale, lo admito. No siempre soy correcta.»
Los perritos tiraron con impaciencia de las correas, y los arrastraron hasta la calle.
– Parece que la he dejado sin habla -dijo él. -Supongo que es la primera vez.
– No me he quedado sin habla. Y casi siempre soy correcta -dijo ella en su tono más petulante.
– Estoy de acuerdo. Pero es ese «casi», lo que la hace parecer… -Sus palabras quedaron interrumpidas cuando oyeron un fuerte grito a la derecha. Emily se detuvo y se giró.
Un caballero muy bien vestido señalaba a un jovenzuelo que corría.
– ¡Detengan al ladrón! ¡Me ha robado el reloj!
Varias personas cercanas comenzaron a gritar. Un joven salió del parque para intentar alcanzarle, pero al instante se hizo evidente que no era tan veloz como el ratero.
Emily estaba tan absorta en la escena que tardó varios segundos en darse cuenta de que alguien gritaba su nombre. Se dio la vuelta y se quedó paralizada.
Un carruaje se dirigía hacia ella a toda velocidad, los cascos de los caballos levantaban el polvo a su paso. La correa de Julieta se le cayó de los dedos temblorosos. La perrita escapó a un lugar seguro, pero Emily no pudo moverse. La sorpresa, el horror y la incredulidad parecían haberla convertido en una estatua de hielo cuyos pies estaban clavados al suelo.
Pensó que esos segundos iban a costarle la vida.
CAPÍTULO 10
Lo conduje a mi dormitorio dispuesta a seducirle.
En cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros,
me cogió de la mano. Susurró mi nombre.
Y con esa única caricia, con esa palabra, fue él quien me sedujo a mí.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
– ¡Emily!
El nombre surgió de la garganta de Logan con un grito que expresaba el terror que sentía. Soltó la correa de Romeo y se lanzó hacia ella, sabiendo que sólo unos segundos la separaban de una muerte segura bajo los cascos de los caballos y las ruedas del carruaje que avanzaba a toda prisa hacia ella.
Le rodeó la cintura con los brazos y usó todas sus fuerzas para apartarla del camino del vehículo, rezando por haber sido lo suficientemente rápido y haberla puesto a salvo. A pesar de intentar amortiguar la caída de Emily con su cuerpo, aterrizaron de golpe en el suelo y una punzada de dolor atravesó a Logan un segundo antes de que el carruaje pasara con gran estrépito junto a ellos. Una lluvia de grava y polvo cayó sobre ellos y él se acurrucó sobre el cuerpo de Emily en un intento de protegerla de la gravilla.
El carruaje siguió avanzando sin detenerse y el ensordecedor ruido de las ruedas se desvaneció, siendo reemplazado por los gritos y el sonido de pasos apresurados. Con el corazón palpitando con tal fuerza que parecía que fuera a salírsele del pecho.
Logan se incorporó para mirar a lady Emily, a quien todavía sostenía entre sus brazos, y sintió que se le detenía el corazón.
La joven tenía los ojos cerrados y una mancha de tierra en unas de sus cremosas mejillas. Tenía el sombrero torcido y un rizo oscuro le caía sobre la frente, un retazo de color contra aquella piel pálida como la de un muerto. Yacía sobre el suelo sin moverse y, durante varios segundos, él no pudo respirar. No pudo pensar. Sólo pudo mirarla fijamente, mudo de horror mientras una única palabra aparecía en su mente: «¡No!»
Justo entonces, Emily abrió los ojos y él se encontró mirando aquellas insondables profundidades del color del mar. Se estremeció ante el intenso alivio que sintió.
Ella se lo quedó mirando y luego se humedeció los labios.
– Ha perdido el sombrero -susurró.
Santo Dios, había perdido bastante más que el sombrero. Por el rabillo del ojo vio que éste estaba totalmente aplastado y destrozado. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo al pensar que ella -en realidad los dos -podrían haber sufrido el mismo destino.
– Tengo más -dijo después de tragar saliva dos veces para recuperar la voz.
– ¿Me ha salvado la vida? ¿O estamos muertos los dos?
– Estamos vivos -le aseguró con voz ronca. -Pero aún no estoy seguro de que haya salido ilesa. ¿Le duele algo?
Antes de que ella pudiera contestar, un montón de personas se acercó hasta ellos desde todos lados.
– ¿Están bien? -preguntó un hombre.
– ¿Hay alguien herido? -preguntó otro, ofreciéndoles un pañuelo.
Los ojos de Logan no se apartaron de los de Emily, que continuaba mirándolo fijamente.
– Eso es lo que estoy tratando de averiguar. ¿Puede mover los brazos y las piernas, lady Emily?