– ¿Seguro que está bien? -le preguntó en voz baja.
Los ojos de la joven se suavizaron y el labio inferior le tembló de tal manera que Logan deseó estrecharla entre sus brazos y besar indefinidamente aquella boca exuberante. Quería sentir su cuerpo contra el suyo. Aspirar su aroma a flores y a azúcar. Tocar su piel suave.
– Sí, gracias a usted -respondió ella. -¿De verdad que está bien?
No lo estaba. Y no lo estaría hasta averiguar qué diablos sucedía y quién andaba detrás de todo eso.
– Estoy bien -se limitó a decir.
La mirada de Emily se deslizó por su cuerpo.
– Me temo que no puede decir lo mismo de su abrigo.
Él bajó la vista al desgarrado y sucio abrigo azul marino.
– Tengo más. -Entonces le soltó el brazo, sorprendido de lo renuente que era a dejar de tocarla. -Por favor, cuídese mucho lady Emily.
Ella le brindó una triste sonrisa.
– Descuide, no volveré a cruzar la calle sin comprobar antes si hay un vehículo en marcha cerca. -Bien. Ahora debo despedirme.
– ¿Quiere… quiere quedarse a tomar el té o quizás algo más fuerte que le ayude a olvidar tan terrible experiencia?
Maldita sea, quería. Y mucho. Muchísimo más de lo que debería. Pero tenía que hacer cosas, cosas que no podían esperar. Y además, no quería prolongar su compañía. ¿O sí? Que Dios le ayudara, sólo unas horas antes hubiera respondido con un no rotundo. Pero ahora… Ahora no estaba tan seguro.
– Gracias, pero debo irme.
¿Era decepción lo que vio en los ojos de Emily?
– Oh. Por supuesto. Bueno, gracias de nuevo.
Logan hizo una reverencia formal y luego recorrió el camino conteniendo el abrumador deseo de mirar hacia atrás para captar una última imagen de la mujer que tanto le había fascinado hoy. Y que casi había perdido la vida.
Ganó la batalla hasta que la verja de hierro forjado se cerró tras él. En ese momento cedió a su impulso, y se giró para mirar la casa. Ella estaba detrás de una de las ventanas que flanqueaban la puerta doble de roble. La observó arrodillarse delante de Arthur para quedar a la misma altura de los ojos del niño y envolverlo entre sus brazos. Arthur la abrazó como si no quisiera soltarla nunca. Y no lo hizo hasta que se vieron rodeados por Romeo, Julieta y Ofelia. Emily sonrió… con aquella sonrisa tan encantadora que le iluminaba el rostro y que hacía que sus ojos brillaran.
Luego ella giró la cabeza y las miradas de ambos se cruzaron. Incluso a través del cristal la vio sorprenderse ante el hecho de que él todavía estuviera allí. Una oleada de vergüenza lo atravesó al haber sido pillado infraganti mirándola como un estúpido adolescente enamorado. Ella lo saludó con la cabeza lentamente y él respondió con un gesto rápido. Luego echó a andar a paso vivo hacia al parque antes de quedar en ridículo.
Una hora después, tras un infructuoso paseo por Hyde Park durante el cual no percibió que nadie lo estuviera observando, Logan entró en su mansión de Berkeley Square donde le recibió Eversham que, con el rostro imperturbable, ni siquiera se molestó en pestañear ante el desastroso estado del abrigo de su jefe ni por la ausencia del sombrero.
– Me ocuparé de que lo lleven al sastre, señor -dijo el mayordomo con el mismo tono monótono y seco de siempre, sosteniendo la prenda destrozada lo más lejos posible de su impecable uniforme.
Logan se preguntaba a menudo qué habría que hacer para obtener una reacción de ese hombre. Sabía que el arrogante mayordomo no aprobaba a su jefe americano, pero Logan sospechaba que debajo de toda esa rigidez británica, Eversham estaba encantado de trabajar para el hombre más rico de la ciudad. Jennsen se tomaba como un reto personal hacer algo que escandalizara al rígido mayordomo, pero hasta ahora había fracasado.
– ¿No quieres saber qué fue lo que le ocurrió a mi ropa?
– Sólo si usted quiere contármelo, señor.
– Casi me atropella un carruaje.
La expresión inescrutable de Eversham no varió.
– Como parece estar en perfecto estado, la palabra clave debe ser «casi».
– Sí. Estoy seguro de que te alegras de que no me haya pasado nada malo.
– Naturalmente, señor. Su buena salud es una constante fuente de alegría para mí.
Maldición, la actitud estirada del mayordomo no dejaba de divertir a Logan, aunque preferiría que lo ahorcaran antes de admitirlo.
– Como la tuya lo es para mí, Eversham. Por supuesto, estaría más convencido de tu alegría si sonrieras de verdad, ya lo sabes.
– Estoy sonriendo, señor -repuso Eversham, con la cara impávida.
– Por supuesto. Aunque la próxima vez deberías taconear un poco. Sólo para que tu alegría resulte más evidente.
– Lo haré si eso es lo que desea, señor.
Estaba claro que ese día Logan no iba a conseguir sus propósitos.
– Necesitaré otro abrigo y otro sombrero -dijo Logan.
– ¿En general o inmediatamente, señor?
– Inmediatamente.
Logan sabía condenadamente bien que Eversham había entendido lo que había querido decir, pero, en ocasiones, al mayordomo le encantaba -todo lo que le podía encantar algo a aquel hombre que parecía de granito -fingir no comprender las palabras de Logan, como si el americano hablara un idioma distinto del inglés. Suponía que era una muestra de orgullo de aquel hombre tan remilgado, pero en realidad Logan disfrutaba rebuscando palabras o frases que sabía que molestarían a Eversham. Era consciente de que la relación entre jefe y criado no era la habitual, pero a él le resultaba divertida y, por lo que podía adivinar, a pesar de que nunca le había visto sonreír, Eversham parecía opinar lo mismo.
– Por favor, dígale al señor Seaton que he cambiado de planes y que no estaré disponible para revisar la contabilidad hasta más tarde -le dijo a Eversham cuando éste le entregó un abrigo nuevo.
– Estaré encantado de decírselo en cuanto llegue, señor.
Logan frunció el ceño.
– ¿En cuanto llegue? ¿Adam no está aquí?
– No, señor. El señor Seaton salió poco después de que usted se marchara y aún no ha regresado.
– ¿Dijo adónde iba?
– No, señor.
Era evidente que había surgido algo inesperado, pues se suponía que Adam iba a revisar la contabilidad con Logan. Maldición. Esperaba que no hubiera habido otro problema en los muelles.
Cogió el sombrero nuevo que le tendía Eversham y luego se subió al carruaje.
– Covent Garden, número cuatro de Bow Street -le indicó a Paul, su cochero.
Un cuarto de hora después, Logan entraba en el edificio de ladrillo que albergaba las oficinas de los detectives de Bow Street. Minutos después estaba sentado ante Gideon que parecía inusualmente preocupado.
– ¿Sucede algo? -preguntó Logan.
Gideon negó con la cabeza.
– No. ¿No has visto a Julianne? Acaba de salir.
Ah. Una visita de su esposa. No era extraño que pareciera preocupado.
– No, no la he visto. ¿Está bien?
– Está perfectamente. -Se pasó las manos por el ya despeinado pelo. -Y embarazada.
Logan sintió una punzada de envidia. Una hermosa esposa, un bebé en camino… sonaba condenadamente bien. Nada que ver con la soledad.
– Eso explica tu expresión aterrorizada y feliz a la vez. Enhorabuena.
– Gracias. -Gideon le estudió durante varios segundos con los ojos entrecerrados. -¿Ha ocurrido algo?
– Sí. -Logan le explicó los acontecimientos de la tarde concluyendo con: -Estoy seguro de que no ha sido un accidente. De hecho, creo que el robo fue una artimaña para distraer la atención de la gente del carruaje hasta que fue demasiado tarde.
– ¿Quieres decir que fue un acto premeditado en vez de un accidente?
– Exacto. ¿Has descubierto algo sobre quién podría estar vigilándome?
– Todavía no, pero estoy trabajando en ello. Junto con uno de mis hombres de confianza más tenaz. ¿Quién sabía que pasearías hoy por el parque?